26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Padre y Maestro

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. (foto)

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En el Día del Padre recordemos que el voquible “padre” tiene varias acepciones, lo que demuestra su riqueza léxica, semántica y afectiva con connotaciones asociadas a creador, inspirador, sembrador de semillas y asegurador con la pareja de la preservación de la especie humana con sus genes.

 

El primer requisito para ser un padre está en la voluntad de querer serlo y en el compromiso de asegurar la permanencia, cuidado y preservación de lo que se crea. Existen los padres biológicos, los santos padres de la Iglesia, los sacerdotes como padres, los padres fundadores de la patria y de la nacionalidad, los padres de una ciencia (Galileo, padre de la ciencia, Mendel de la genética, Hipócrates de la medicina moderna, Faraday del generador eléctrico, Newton de la mecánica clásica, Lavoisier de la química moderna), de disciplinas (Tales de Mileto, Sócrates y Platón como padres de la filosofía) o de las artes (Miguel Ángel padre del arte renacentista).

Padre, a la vez, tiene la misma raíz y riqueza de otros voquibles como patria, patriota, repatriar y expatriar, patrón y patronal, patricio y patriarca, patrocinio y patrimonio, compadre y padrino. Y también del adjetivo “patronímico” (del griego pater = padre  y onoma = nombre) que que se refiere al apellido que se forma a partir del nombre del padre.

En castellano el patronímico se forma agregando “ez” al nombre del padre. Así, Jiménez el hijo de Jimeno, González el de Gonzalo, Vásquez el de Vasco, Vélez de Vela y Rodríguez el de Rodrigo. En otros idiomas, como en inglés, se usa la terminación “son” = hijo, como en Robertson, Jackson, Emerson, Johnson y Anderson; en Escocés  Mac o MC preceden al nombre como en McCarthy y Mackenzie; en irlandés  la “O’” precede al nombre como en O’Connor y O ‘Bryan. En general, los patronímicos se han dado en casi todas las lenguas.

El uso del patronímico se remota bien atrás en los tiempos. En ocasiones se ha usado la toponimia (sitio geográfico) para referirse al lugar de nacimiento de una persona. Uno bien recordado es Jesús de Nazaret (quien probablemente, en su comunidad era conocido como el hijo de José o el hijo del carpintero). El patronímico se conecta a la tradición de usar como apellido el del padre que refuerza el vínculo de sangre, pero también por el concepto de “pater familias” = quien ejerce la patria potestad; o sea, la disposición legal, socialmente avalada, para ejercer autoridad sobre toda la familia, esposa, hijos y esclavos, y controlar todo los bienes ya que el “patrimonio” familiar era de él y administrado sólo por él.  Por años esa tipología de “padre” tuvo poderes supremos e incuestionables sobre la familia y sus bienes, a la vez que le correspondía, en cuanto padre, la formación moral de los hijos y  la aplicación de la disciplina. A partir de la primera revolución industrial las madres empezaron a tener más poder y figuración central dentro de la sociedad conyugal, en especial en la formación religiosa y moral de los hijos.

El padre no puede ser sólo un progenitor. Procrear es una acto biológico. Ser padre es una condición espiritual, moral y social que se cultiva y engrandece con obras y acciones de amor. La condición biológica de procreador no habilita a nadie para adquirir la connotación espiritual y afectiva de “ser padre”. No basta establecer la progenie, una descendencia o conjunto amorfo de hijos sin ilación afectiva intensa y sin un propósito de consolidar una familia como núcleo esencial de la sociedad.

El progenitor no agota la extensión semántica y tampoco la social y  espiritual de ser padre. Se requiere que en el contexto familiar sea capaz de amar, ser justo, proteger, guiar, aceptar, compartir, alegrar, apoyar, adquirir y demostrar sabiduría y buen juicio, respaldar, y demostrar otro conjunto de atributos humanos esenciales para el bien común de los hijos y de la familia.

Así, no hay padre sin una familia; la familia es la condición esencial para poder llamarse “padre”. El padre tiene el derecho y la obligación (con la madre) de la custodia legal de los hijos, así como el derecho al pleno goce de la alegría que los hijos traen al seno familiar. Sus actuaciones están regidas por el bienestar del hijo y el suyo propio vivido y consolidado en la familia. En el hogar en el que consolida la familia se construye el camino a la felicidad como un bien social supremo.

En el padre se resalta el papel como maestro, enseñante, formador y forjador de seres justos, de ciudadanos socialmente productivos. Es importante que él, como padre entienda, asuma y goce de ese rol. La educación empieza en el hogar con procesos formativos en cabeza del padre y la madre, no sólo de esta última.  Ahí se establecen  las bases para la adquisición de los valores éticos, morales, las actitudes, compromisos y responsabilidades, así como las formas legítimas de buen comportamiento y de urbanidad para la sana convivencia y el reconocimiento de la valía de los demás y de los bienes de la naturaleza.

El padre adquiere su dimensión dentro de una familia, en ningún caso por sí sólo o en su exclusivo rol de procreador o proveedor de la  manutención. Hay dimensiones más ricas que van más allá. El proceso formativo de los hijos es mucho más productivo con la integración de esfuerzos solidarios de todos en la familia y con la adecuada articulación de ésta con los maestros y demás personas que tienen significación social para ellos, los hijos. El matrimonio, o la unión de parejas, por medio de la procreación no hacen una familia. Ella se construye mediante la consolidación de roles maternos y paternos, en un hogar, alrededor del bien común, del bienestar de cada uno de los miembros y con el afianzamiento de los vínculos afectivos entre todos.

El padre no puede delegar el proceso formativo de los hijos en la escuela. No puede desatender o desengancharse de ella renunciando a su necesario y crucial rol formativo.  No podrá asumir que los asuntos de formación escolar competen a la madre. El padre con los demás miembros de la familia y con las organizaciones  sociales reconocen que los hijos, en cuanto niños, tienen derechos inalienables que se garantizan desde el hogar mismo.

           En el Día del Padre él recordará, como maestro, que el Mesías también lo fue: “Sabemos que has venido de Dios como maestro”, “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre.    Y no desprecies la dirección de tu madre”, “Instruye al niño en su camino, y  aun cuando fuere viejo no se apartará de él”, “Por el camino de la sabiduría te he conducido, por sendas de rectitud te he guiado. Cuando andes, tus pasos no serán obstruidos, y si corres, no tropezarás” y “Dale buena educación al niño de hoy, y el viejo de mañana jamás la abandonará”, se puede leer en varios pasajes de la Biblia, libro sagrado de los cristianos.

           Sabemos, en el Día del Padre, que por encima y como ejemplo está también el Padre Superior, el que lo es en todas las religiones del mundo, el que da inspiración a todas las demás clases de padres para que enriquezcan a la humanidad con los más altos niveles de espiritualidad. Ese es el Padre Creador, el que nos hizo a su imagen y semejanza, es el Padre al que damos gracias por permitirnos ser padres terrenales, el mismo que invita con sus mandamientos a “Amarlo por encima de todas a las cosas y al prójimo como a  ti mismo” y también a “Honrar a padre y madre”. Así es, amar a Dios y honrar a padre y madre muestra el carácter supremo y bendito de la paternidad. Paternidad a la que Él mismo no renunció  y sí asumió a plenitud. Él es el Padre de su hijo Jesucristo, el Padre del predicador de la Buena Nueva, del hijo que vive en la Casa del Padre y en cada uno de nosotros como seres creados por su santa voluntad. Él es el Padre Nuestro que está en los cielos.

           Con el Joe Arroyo podemos alabarlo y cantar en el Día del Padre su cumbia “A mi Dios todo le debo”:

Claro, claro, muéstrame el camino claro.
Nos dio la luna, también el sol para danos claro.
¡Ay, mi Dios!, bendito Papá.
Qué bonito el camino que me has elegido, yo te amo
¡Ay, mi Dios!, bendito Papá.

¡Ay, mi Dios!, todito te debo,
¡Ay, mi Dios!, la dicha te debo.
¡Ay, mi Dios!, Señor bendito, te quiero,
¡Ay, mi Dios!, bendito Papá.
¡Ay, mi Dios!, mi grito te elevo,
¡Ay, mi Dios!, bendito Papá.
¡Ay, Señor!, la vida te debo,
¡Ay mi Dios!, bendito Papá.

De ti no tengo queja, oye Papá,
dale dulzura a mi alma.
Tu eres muy grande Papá.
Eres bendito Papá,
yo soy testigo Papá.

Tu eres muy bueno, Papá
Te doy las gracias, Papá
por perdonarme, Papá.

¡Ay! Papá.
Tu eres bendito Papá,
tu eres bonito Papá,
yo sí te sigo Papá.

¡Quien lo coge!, no se ahogará,
¡quien no coge!, consejo caerá,
¡quien lo coge!, no se ahogará,
¡quien no coge! consejo caerá.

Tu eres grande mi Viejo.
Bendito, bendito, bendito,
bendito tu ayer, bendito es tu ahora.
Bendito, el Viejito que arriba está.

¡Ay Papá!
En tu corte celestial
agradecido Papá
por darme vida Papá.