27 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Imagina que eres Jesucristo 

Carlos Gustavo Alvarez


Por Carlos Gustavo Álvarez

Imagina que te van a matar. 

Imagina que sabes que dentro de dos días es la Pascua y serás entregado para que te crucifiquen. 

Imagina que harás una cena postrera con quienes te han seguido en tu prédica y están en Jerusalén mientras obras tu Ministerio y después irás al jardín de Getsemaní y sentirás que tu alma está triste hasta la muerte. 

Imagina que clamas a tu Padre y le pides que te libre del luctuoso destino, pero acatas que se haga su voluntad. 

Imagina que, a un discípulo tuyo, tu apóstol, un designio inescrutable le ha impuesto la desgracia de entregarte a quienes te buscan con inquina. Y que mientras oras, él llega amparado por las sombras y te señala y te marca con un beso impregnado de traición que después será su condena. 

Imagina que los tuyos tratan de defenderte y tú les dices que guarden la espada, porque los que a ella acuden, de ella serán sus víctimas. 

Imagina que quienes están contigo huyen y tu permaneces en el convencimiento que solo se están cumpliendo las Escrituras de los Profetas. 

Imagina que te arrestan, que te llevan adonde los que mandan y ellos, sin juicio y mediante una curia perversa y falaz, te condenan a muerte. 

Imagina que alguien recuerda que hubo un día en que te seguían muchedumbres de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de más allá del Río Jordán. 

Imagina que subes a una montaña y hablas y les enseñas a quienes tienen el privilegio de escucharte, que Bienaventurados serán los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. 

Imagina que les indicas a quienes te circundan que son la sal de la tierra y les pides que cuando oren no sean como los hipócritas que gustan de rezar de pie en las Sinagogas, sino que se recojan en la intimidad del Altísimo, del Padre Nuestro que perdonará nuestras ofensas, así como nosotros perdonaremos a los que nos ofenden. 

Imagina que hablas de los verdaderos tesoros, de la lámpara del cuerpo y que induces a los oyentes a buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo que merma tu serenidad y constriñe tu ánimo en la carencia se dará por añadidura en la abundancia. 

Imagina que nos pides que no juzguemos para que no seamos juzgados y que es preciso construir nuestra casa sobre la roca y no levantarla sobre la arena donde su ruina será inconmensurable. 

Imagina que después –en otro día, en otro lugar, en otra jornada—recomendarás a los doce que te siguen que sean prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. 

Imagina que caminaste sobre las aguas, multiplicaste los panes, curaste a los enfermos y reviviste a los muertos. 

Imagina que alguien rememora todo lo que dijiste, todo lo que enseñaste, todo lo que ejemplarizaste, cuando los que mandan y sus secuaces han comenzado a escupirte, a abofetearte, a golpearte. 

Imagina que alguien que te conoció y te acompañó y en quien pusiste tu fe, te niega sin vergüenza. 

Imagina que te llevan delante del gobernador y él se lava las manos cobardes, se exculpa con la sagacidad del demagogo, y después de azotarte, te entrega a la turba para que te crucifiquen. 

Imagina que los soldados te desnudan y te entronizan como Rey ciñéndote una corona de púas. 

Imagina que cargas tu cruz, que te dan a beber vino mezclado con hiel, que clavan tu cuerpo al madero cruzado y te punzan con una lanza.  

Imagina que preguntas a tu Padre porqué te ha abandonado. 

Imagina que mueres. 

Imagina que un hombre logra bajarte de la cruz y te evita la crueldad siguiente del castigo, porque la cruz era símbolo execrable y no bendito, y el sufrimiento perduraba como les ocurrió setenta años antes a los 6000 sobrevivientes de la rebelión de Espartaco, crucificados a lo largo de la Vía Apia, desde Roma hasta Capua, víctimas de un suplicio flagrante, cuerpos desfallecientes picoteados por los pájaros exacerbados de sangre y de muerte. 

Imagina que fuiste heraldo del amor, mensajero del perdón, baluarte de la esperanza, conquistador del renacimiento en el corazón del Reino de los Cielos y Señor de la Resurrección. 

Imagina que te sacrificaste para redimirnos. 

Imagina que no entendimos. 

Imagina que estábamos de vacaciones.