27 abril, 2024

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Historia del alma de Kha 

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez (foto) 

Hace pocos días escuché en las palabras del actor Jeremy Irons una historia de moraleja. Fue durante la presentación del documental “Los inmortales: maravillas del Museo Egipcio”, que hizo parte del ciclo “Historia y Civilización” de Cineco/ Alternativo de Cine Colombia, y que al momento de publicar esta columna exhibe “Venecia: sus secretos y obras maestras”, y al que solo le queda regalarnos “Pompeya: la ciudad suspendida en el tiempo”, los días 5, 6 y 7 de abril. 

Irons habló sobre Kha y su esposa Merit. Su ajuar funerario fue encontrado en el año 1906 por el egiptólogo italiano Ernesto Schiaparelli, a quien también jalonaba la quimera de hallar una tumba inviolada, exenta del saqueo copioso del siglo anterior, como Howard Carter localizaría la de Tutankamon, dieciséis años después. 

Kha era un arquitecto, encargado en Deir el-Medina del poblado de obreros que construían las tumbas del Valle de los Reyes. Kha se encargó de esas funciones sepulcrales para varios soberanos de la dinastía XVIII, como Amenhotep II y III y Tutmosis IV, a quienes todos conocemos, pues vivieron durante el Reino Nuevo, no más ayer, entre los años 1438 y 1364, antes de que los siglos fueran marcados por el hombre que mataremos como siempre en Semana Santa. 

La historia la pueden encontrar en Google. Apropiarse de su visión a pesar del paso del hollín y la polilla del tiempo si tienen la fortuna de visitar el Museo Egipcio de Turín, fundado en 1824. Podrán ver las flores secas depositadas sobre las tapas doradas de los sarcófagos de Kha y de Merit y todo el conjunto de antigüedades egipcias que Schiaparelli atesoró para el museo desde 1894. 

Pero luego de ese paseíllo historiográfico, hay algo lumínico en la senda de Kha. Más exactamente del alma de Kha, que emprendió el largo recorrido de ultratumba para el que le habían dispuesto el ajuar minucioso y supérstite. La diosa buitre Nekbet pone frente a sus ojos una balanza. En uno de los platos hay una pluma. Y en el otro, Kha debe asentar su alma. Si pesan lo mismo, mejor si el fiel se inclina a favor de Kha, pasará, seguirá peregrinando al más allá. Y eso solo es posible si Kha despoja su espíritu de las penosas cargas que le ha enfardado la experiencia humana: la maldad sempiterna, la inefable envidia, el herrumbroso desamor, la culpa siniestra, la crueldad recurrente y tantas otras monstruosidades que deslustran el interior del ser. 

Esa alegoría me fascinó. Me abstrajo por segundos de la unión inextinguible de Kha y Merit, me encandiló el asombro al saber acerca de uno de los ejemplares más antiguos del “Libro de los Muertos”, hecho en papiro y de 14 metros de longitud, que Schiaparelli sorprendió entre sus maravillas de excavación. 

El alma de Kha, ligera, liviana, para continuar el sendero lejos del escrutinio feroz de sus semejantes, me recordó un propósito de vida, que cantó Antonio Machado: viajar (desde el primero hasta el último viaje, en la nave que nunca ha de tornar) ligero de equipaje. 

¡Cuántas cosas cargamos en la vida en alma y cuerpo! ¡Cuántas más vamos concentrando con el paso de los años como alimañas adheridas a nuestras emociones, como parásitos de nuestros pensamientos! ¡Cuántas minucias acumulamos en las habitaciones de las casas, en los roperos intocados, en los depósitos herméticos, en las cajas, en los paquetes, en los anaqueles y en los armarios de espantos!  

(Y el tiempo –el irrepetible, el irrecobrable, el único–: ¿por qué lo castigué con el descuido? Si era mi tesoro, el oro puro, ¿por qué lo malogré en las nimiedades, lo ferié en las interlocuciones inútiles, lo dilapidé en la molicie, lo desgracié en la maya? ¿Por cuantas cosas inanes di mi vida, despilfarré mi energía, sacrifiqué mi corazón? Solo me exculpa sentirme un poco, solo un poco, ajeno al drama del poema “El culpable”, de Pablo Neruda, cuando grita: “Y ahora no niego que tuve tiempo, tiempo, pero no tuve manos, y así cómo podía aspirar, con razón a la grandeza, si nunca fui capaz de hacer una escoba, una sola, una”). 

Pido perdón por esta furtiva digresión sobre el tiempo. Soy Capricornio. Me rige Saturno, dios romano, el Cronos de los griegos. Tirano. 

Volvamos a Kha y a Merit, solo para dejarlos tranquilos si continúan en su viaje o si ya han llegado adonde al alma se le prometió reposo. Nos iremos con las manos vacías, aunque la profusión de utensilios y suministros de aquellas tumbas pretéritas solo nos recuerden que el viaje continúa y será tan largo como intrincado haya sido el laberinto y opacas las sombras de esta vida terrenal. 

Ojalá tengamos el alma liviana. No cargada de esa bazofia que nos impide construir un mundo mejor y nos mantiene engrilletados a las pendencias tribales, a las reyertas arcaicas de piedra y palo, al prurito de aplastarnos los unos a los otros. Alma de Kha que pudo seguir el camino, alivianada alma divina, más suave que una pluma, en la que solo gravitan el peso del inmenso amor, la magnificencia de la compasión y la certeza de Dios, cualquiera que sea su nombre.