6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Yo, José Gabriel

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Por Oscar Domínguez G. 

A los doce años, cuando todavía veía, José Gabriel Cuéllar, era un niño de la calle que se ganaba la vida lavando carros. Jugaba ajedrez en sus mínimos ocios. En un extraño gambito, los dioses barajaron extrañamente y lo hermanaron tempranamente con Homero y Borges – sin los libros-, con Ray Charles, sin su voz y su piano… y José Gabriel quedó ciego. Mantuvo su devoción por el ajedrez que convertiría después en una opción para buscarle la caída al billete. 

A pesar del accidente que le deparó la sombra, nunca perdió la sonrisa ni el optimismo que han sido su norte, sur, oriente y occidente. Simplemente, cambió vocales y consonantes por el silencioso alfabeto Braille. Lee el Braille como un virtuoso del piano acaricia las teclas. O la nuca de la amada. O las piezas del ajedrez que aprendió identificar con las yemas de los dedos.

Se volvió un as del rebusque. Incluyó el deporte (ajedrez-fútbol) entre sus aficiones. Le cae como anillo al dedo un poema de Juan Manuel Roca: “Los niños ciegos reemplazaban el balón por una caja de lata y jugaban con el ruido”.

De los cuatro miembros de su grupo familiar, tres son ciegos. El menor, Andrés Felipe,  además de ciego, es autista, cuenta papá José Gabriel, preocupado, nunca derrotado.

Un buen día, cansado del maltrato doméstico,  agarró desilusiones y corotos y se largó de casita, como Rin Rin Renacuajo. Se colocó como cirujano plástico de carros en el primer lavadero que encontró.

En uso de sus funciones, cualquier día se metió debajo de un vehículo con tan mala fortuna que cuando retiraron el gato después de una reparación, José Gabriel estaba en el lugar equivocado. En  un extraño fiancheto el carro se vino abajo, con gato y todo. Nadie sabe cómo no murió aplastado en esta nueva cabriola de su destino.

Este ciudadano hecho para la fatiga es todo un ejemplo de tenacidad. Recicla periódicos de ayer, de antier, de nunca, que recoge a domicilio. Todo con una cierta sonrisa. Lo que no tiene en luz, lo tiene en humor.

Ha vendido bolsas de basura y encima clases magistrales de reciclaje.

Cartuchos de impresora jubilados, encuentran en José Gabriel una segunda oportunidad sobre las impresoras. Ha amado tanto que tiene varios matrimonios encima. Coquetería, José Gabriel te llamaría.

Fue auxiliar administrativo en el viceministerio de la juventud y deportes y tuvo camello en el INCI, Instituto Nacional para Ciegos. Recortes presupuestales lo volvieron carne de las estadísticas oficiales del desempleo.

En Presidencia de La República y en la Alcaldía de Bogotá  lo amenazaron con una  chanfa. De eso hace años, pero de aquello, el puesto, nada.

En sus escasos sabáticos, disputa torneos de ajedrez donde lo inviten. Busca un puntaje mínimo que le permita que Coldeportes le asigne así sea un salario ínfimo como jugador de alto rendimiento. Más de una vez vivos con dos ojos, le han barajado viajes al exterior que le sumarían puntos. La federación colombiano de ajedrez le promete, pero nunca le cumple.

Le ha jalado al rebusque dando clases del viejo y hermoso juego de los trebejos que vino a lomo de cobra desde la India. He sido su jíbaro o proveedor de partidas de ajedrez.

José Gabriel ha trabajado como ascensorista y recepcionista. De pronto se coloca de celador en obras en construcción. El secreto radica en que los ladrones no se enteren de que un ciego cuida la heredad porque “marcharían ratón y queso”.

Vive en una casita que le regaló el Minuto de Dios.

Cuando el dulce se pone a mordiscos, coloniza semáforos y ordeña la solidaridad pública poniendo el sombrero.

Prefiere decir que es ciego, en vez del eufemismo “invidente”. Optó por la voz ciego desde la vez que llamó a un supuesto empleador y se identificó como el “invidente fulano de tal”. “¿Indigente?”, le preguntaron. Y decidió ejercer a fondo el destino de Bartimeo, el ciego del Evangelio.

No tira la toalla por más anoréxicas que se pongan las vacas. El ejemplar José Gabriel se ha convertido en un hombre llamado esperanza.

Pie de foto: José Gabriel, el caballero de la foto, es un amigo ciego que jugará en el torneo de ajedrez Feria de las Flores de Medellín a partir del miércoles. Los que deseen ir a verlo y hacerle barra, serán bienvenidos. Esta es una vieja nota sobre el caballero que no de su brazo a torcer.