El cuyabro Guillermo Gómez, Galgó, no podía ver una basura haciendo nada porque la volvía arte. «Dadme una basura y moveré el mundo», era el credo de este Arquímedes moderno que se tomaba las Ferias de Manizales y los festivales de teatro y del libro para fabricar y vender sus creaciones.
Todo lo hacía ante los ojos del respetable público que terminaba su obra admirándola. O comprándola. O ambas cosas.
Hace ocho años este artista del reciclaje se despidió del mundo y de sus lapsus. Sabía que cada día tenía su mañana. Por eso solo se ocupaba del hoy, de la siguiente hora.
Los últimos tiempos fueron difíciles para el empedernido trotamundos que murió de cáncer. De ñapa, una polio galopante lo puso a caminar a un centímetro por hora. Demoraba una eternidad movilizándose en muletas diez cuadras hasta la bogotanísima torre de Colpatria donde trabajó hasta el final.
Nunca se quejó, así el dulce se le pusiera a mordiscos. En vez de quejarse prefería camellar. Con la quejumbre no se paga arriendo.
Fue el único en el mundo que se daba el lujo de poner a trabajar gratis
para él a Julio Mario Santodomingo y a Carlos Ardila Lulle. Con los envases que ellos producían, Galgó hacía sus ficciones de carne y lata. Tengo una de sus obras respirándome siempre en la nuca (foto).
Inventó el «reciclarte» de una costilla de la nada. Definía su oficio así: arte de trabajar con material reciclable en una sola pieza.(Lea la columna).
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