Sí, a todos nos gusta hacer lo que nos es agradable a los sentidos y a las emociones: Levantarnos para cumplir con el trabajo que nos satisface; sentarnos cómodamente a leer el libro que nos “encarreta”; concentrarnos en la investigación que adelantamos; tomarnos un café con amigos; pasear con la mascota; alejarnos del bullicio y la contaminación para respirar aire más puro; silenciar la mente y percibir el sonido del agua o el cántico de las aves; visitar a los seres amados el sábado por la tarde o el domingo (con almuerzo incluido).
En fin, para disfrutar hay muchas actividades que, aunque algunas sean obligaciones, nos estimulan favorablemente alguna de las dimensiones humanas; por lo tanto, al finalizarlas decimos ¡esta jornada fue chévere! O ¡No estoy contento con lo que hice, me faltó! Esto hacemos el común de los mortales; actividades casi todas ahora restringidas para los colombianos.
Sin embargo, aquellos quienes justamente por ser personajes de la vida pública, la farándula, el deporte, o las jerarquías de toda naturaleza, bajo la misma situación, gozan de ciertos privilegios que parece les impide comprender plenamente qué pasa al interior de algunos hogares, en las cárceles (atiborradas de presos sin justicia hacinados al lado de criminales sin hígados), en las calles comunitarias, o en los cambuches en los que se hunden por el vicio los infelices, o los sin compañía sumidos en sus penurias.
Algunos de aquellos favorecidos con el voto ciudadano, en ciertos momentos difíciles para el resto de ciudadanos, no es de extrañar que callen con malicia, como si las intervenciones esperadas correspondieran a sus vidas privadas; no, no es la prudencia la que extrañamos de ellos, son las mediaciones del quehacer en lo público. Estamos definitivamente hartos de sus descaches.
Entre esas pequeñas o grandes satisfacciones terrenales, al igual que en las emocionales y espirituales no se cuentan por igual las afincadas en los apegos de quienes viven en la búsqueda incesante de darle gusto al ego.
El goce de la verdadera felicidad brota desde dentro del ser, no hay que buscarla en los falsos honores. Bueno, pero no hay dicha completa, todos enfrentamos en algún momento tropiezos, así que si somos dueños de nuestras decisiones racionales, o por obra y gracia del sentido común, los superaremos; sin embargo, hay inconvenientes que pueden retrasar o enredar nuestros deseos hasta que les llegue su momento.
Estamos en confinamiento obligatorio pleno, o en el “intermitente”, así que para evitar que lleguemos al aislamiento que obliga un resultado covid positivo, lo recomendable es actuar según las medidas establecidas.
Las directrices son sugeridas por los conocedores del asunto que golpea al mundo en la salud, lo social y fuertemente lo económico; pero las prioridades finalmente son clasificadas por quienes, dada su investidura, las convierten en decretos.
Con responsabilidad personal, criterio y razones propias, transgrediéndolos es del libre albedrío, asumirlos es una decisión que se toma a regañadientes, o con la mayor serenidad posible.
Esto último sería más fácil si no chocaran tantos argumentos contradictorios. En todo caso, la falta de credibilidad aporrea hoy, inclusive, a quienes antes inspiraban alguna confianza.
En tal sentido, partamos de que todo aquel que esté en las esferas del poder –ejecutivo, legislativo o judicial- en algún momento de su actividad con impacto público, decide, legisla u ordena, por todo un colectivo que se llama país, o es el territorio de su dominio.
Increíblemente resulta que en la clase política colombiana, con algunas excepciones notorias, están más preocupados por los asuntos burocráticos que por apoyar desde su rol, o mejor, desde sus deberes, iniciativas que exigen el trabajo mancomunado en busca del bien común.
Sectores como el académico con un valioso trabajo de equipos colaborativos, así como novedosos e interesantes emprendimientos, al igual que admirables tareas en las micro y medianas empresas, podrían obtener mayores y más rápidos resultados, si acaso quienes pueden echar mano del poder para servir, no para fines personales, abandonaran por fin la alimentación de sus egos y se ocuparan de gestiones verdaderamente enmarcadas en superiores intereses.
Viene al caso aclarar que la burocracia en sí misma no es mala. Es, por lo demás, una expresión común del ámbito administrativo para la organización gubernamental; pero no se puede mencionar muy duro porque en los organismos del Estado, generalmente los burócratas, o quienes los colocan en alguna de sus instancias, se asustan mucho si la están perdiendo, o se enfurecen si no entienden que con el desprecio por ella se está intentando el discernimiento que pretende separar lo bueno de sus orígenes de lo pernicioso que tapan bajo el rotulo “ afinidad de programas”.
¿Nos vamos entonces a nutrir de la retórica que adornan con elaborada prosopopeya, los políticos que dan cuenta de sus logros como si fueran a la luz de un desprendimiento generoso de sus egos?
No puede ser, ya es hora de que nos oigan ellos a nosotros exigiéndoles –porque nos cansamos de solicitar inclinados- que cumplan con los deberes de su competencia; los mismos que un alto porcentaje de la clase política olvida al otro día del juramento que les es obligatorio para la posesión de sus respectivos cargos.
¡Muestren la casta en esta crisis! Además, preparen el trabajo con el que deberían sorprender en la post pandemia. Les queda muchísimo por hacer en favor del pueblo colombiano.
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