6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Reflexiones desde el norte: Que se vaya ya

Rafael Bravo

Por Rafael Bravo

“Una licencia para la práctica de la ley, no es una licencia para mentir””  

¿Hasta cuándo Trump y su horda seguirán reclamando lo que los jueces una y otra vez han rechazado?  

Los esfuerzos por bloquear la elección sin un argumento ceñido a la ley es una vergüenza antes los ojos de las cortes. Estas dicen que no hay pruebas. El pronunciamiento de la Corte Suprema se resume en una línea: ´´Denegada la solicitud de medidas cautelares presentada por el juez Samuel Alito y remitida por este al tribunal´´. Sobra decir que el fallo fue unánime. Ni siquiera los 3 magistrados nombrados por Trump disintieron. Es más, Alito desde que llego al Supremo, ha demostrado su fidelidad a los principios conservadores y en casi el cien por ciento de las veces se une a sus colegas de la derecha republicana en el máximo tribunal. 

Si ya el Colegio Electoral suma suficientes votos que acreditan el triunfo de Joe Biden como presidente electo, es una necedad seguir afirmando lo contrario. El autogolpe que pretende Trump, sería socavar los principios democráticos que han distinguido a los Estados Unidos. Lo último es la decisión de los seguidores del presidente encabezados por varios secretarios de estado, a la que se sumaron más de un centenar de representantes a la Cámara pretendiendo mediante demandas, desconocer la voluntad popular en aquellos estados clave donde el presidente electo resultó ganador.  

Georgia ha centrado el foco de las protestas donde se aduce hubo irregularidades debiendo recurrir a un reconteo de votos ratificando los comicios. Es de destacar que tanto en Georgia como en Arizona los funcionarios encargados de certificar la elección son republicanos y todos ellos afirmaron haber apoyado a Trump con su voto. Sin embargo, para ellos el apego a la ley ha sido suficiente motivo para desmontar la ficción sin pruebas para cambiar los resultados a favor del presidente.  

Trump de manera descarada y sin precedentes ha intentado personalmente, vía telefónica o invitando a la Casa Blanca a los representantes del partido encargados de certificar la elección de Michigan a reversar sin éxito el resultado. Luego de que las cortes desconocieran sus intenciones, Trump y sus abogados diseñaron una estratagema dirigida a presionar a los congresistas republicanos para que le ayuden en su batalla para anular la elección. Razón tenían los expertos constitucionalistas, que esas acciones no verían la luz, igual a la suerte que corrieron las más de 50 demandas.  

Esa cruzada nunca ha sido creíble y por el contrario sus mentiras y falacias están haciéndole mucho daño a lo que representa el proceso democrático para el elector norteamericano. Según las encuestas siete de cada diez republicanos creen que la elección fue fraudulenta. Un embuste convertido en verdad poniendo en duda la legitimidad no solo de las instituciones sino de la gobernabilidad de Joe Biden como primer mandatario.  

Esa fantasía ha sido recibida por algunos de los fanáticos trumpistas con expresiones amenazantes y violentas. Una radicalización promovida desde arriba que se profundiza con comportamientos nada democráticos. Los simpatizantes de Trump, algunos armados se reunieron en las afueras de la casa de la secretaria de estado de Michigan reprochando el desenlace de la elección. Varios de los funcionarios involucrados en el proceso electoral en Georgia, todos ellos republicanos, fueron objeto de amenazas. Fotos de la residencia de una de las integrantes que vigila las elecciones en Wisconsin igualmente aparecieron en Twitter. Y las denuncias no terminan. 

En la orilla contraria las expresiones igualmente descalificadoras provienen de la izquierda demócrata, actuando violentamente, causando destrozos y otros hechos que no tienen justificación. Es cierto que las diferencias raciales han llamado la atención de los votantes y logrado un apoyo popular amplio, pero ello no va a resolverse por las vías de hecho. El extremismo político va mutando hacia expresiones que ponen en peligro la convivencia pacífica.  

El germen de esas manifestaciones hay que decirlo sin ambages, se origina con un presidente que no condena el racismo, que invita a sus seguidores a desconocer la voluntad popular y que cuenta con el respaldo del partido republicano incapaz de frenar sus impulsos dictatoriales. El pueblo se ha pronunciado contundentemente. Los más de siete millones a favor del presidente electo Joe Biden así lo ratifican. Que se vaya ya.