Por Darío Ruiz Gómez
Hace ya una década el recurso de la llamada izquierda populista consistió en revivir las llamadas identidades – bajo la perversa idea del igualitarismo- mediante las cuales renunciamos a nuestra responsabilidad de seres civilizados nacidos en una democracia para colocarnos la máscara que nos transforma en “ indígenas” y olvidar a Beethoven, a Aristóteles, a las conquistas del pensamiento para lanzarnos a celebras en las calles parodias de danzas aborígenes afros y ya convertidos en “buenos salvajes” darnos cuenta de que estamos aprisionados dentro de un autoritarismo de demagogos de ocasión más opresores y desalmados que los llamados “capitalistas”. “La identidad, aclara Laurent de Sutter, es en su visión el nombre mismo de la policía” El caldo de cultivo de estas falsas liberaciones ha sido el estudiantado sobre todo de las universidades públicas más ingenuo y dispuesto a confundir el derecho a la protesta, a su libertad de expresión con la puesta en escena de estas farsas culturales donde a nombre repito de reivindicar lo ancestral se cae en la esclavitud de una ideología cuyo único objetivo consiste en destruir la cultura, la sociedad, y, paradójicamente, el derecho al disenso. “Hoy estamos, recuerda Franco Indovino, ante formas nuevas de comunicación que constituyen particularidades muy fructíferas. No obstante una generación sin memoria, que no puede inscribir su acción en una continuidad histórica, puede ser un elemento de vulnerabilidad” Y de hecho esto es lo que está sucediendo con unas generaciones que desconocen incluso su tradición de grupo social, la dimensión entrañable de lo que para sus vidas supuso el esfuerzo familiar o sea ni más ni menos aquello que nos humaniza, que legitima nuestra propia historia, nuestra escala de valores personales lo que los hace vulnerables a caer en las irracionalidades del nuevo populismo. Se ha pasado entonces de una voluntad de hacer razonable la protesta a caer en la patología propia de grupos psíquicamente desequilibrados por el acelerado proceso de las tecnologías de la información y por ser finalmente incapaces de abrirse a la solidaridad con los otros. No olvidemos que no se convocan alrededor de un discurso propio sino de las perturbadas imágenes de “liberación” que han tomado de otras protestas en otros escenarios. “La mutación digital está invirtiendo, aclara Bifo Berardi, la manera en que percibimos nuestro entorno y también la manera en que lo proyectamos” O sea ¿En qué tipo de ser humano nos estamos convirtiendo? ¿Cuál es la sociedad en que vivimos en el momento en que las nuevas minorías tratan de imponernos su barbarie recurriendo a una violenta negación de los Otros?
Es aquí donde nos encontramos con dos conceptos, como señala Sartori, el multiculturalismo y el pluralismo. El multiculturalismo implica que las minorías étnicas, religiosas, sexuales actúan cada una por su lado causando a la larga una fractura social al pretender imponer sus modelos como hegemónicos entrando en colisión con el pluralismo que “es en sí, un vivir juntos y con diferencias, pero lo es, recuerda Sartori, si hay contrapartida en los derechos y sobre todo nen los deberes” O sea no la dispersión social sino lo importante: la creación de comunidad en la diversidad. En la Semana de los Jóvenes auspiciada por la Alcaldía de Medellín se impuso abiertamente el multiculturalismo de los grupos LGBT, afrodescendientes, indígenas, con exclusión y por lo tanto negación del hecho de que hay jóvenes católicos o cristianos o laicos cuyos contenidos culturales no pueden ser arrasados por este multiculturalismo manipulado por poderes particulares para sus fines particulares tal como lo está haciendo Francia Márquez.
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