6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Los simuladores en la política

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

En 1943 se representó por primera vez en México la obra de teatro de Rodolfo Usigli “El Gesticulador” cuyo temática incomodó rápidamente al corrupto mundo político mexicano que se vio reflejado en aquel devastador análisis de mentiras, conspiraciones, puñaladas traperas enmarcadas dentro de un arribismo social desenfrenado y sobre todo por la demagogia más vulgar: la historia como verdad deja de existir en cuanto cada nuevo farsante político  trata de construir “una nueva historia” a su antojo. 

El relato que Usigli plantea es la de un modestísimo profesor César Rubio condenado para siempre a la mediocridad y quien cuando conoce al historiador Bolton deciden ambos hacerlo pasar por el desaparecido revolucionario César Rubio comenzando un proceso de cambio radical de identidad inventándose los gestos, la retórica del nuevo “líder revolucionario” y sacarle a esta apropiación los réditos que un cambio de clase social permite en ese remolino de intereses. 

Navarro un delincuente mata a Rubio para que la leyenda comience. En realidad desde siempre la vida política deformada ha permitido que este tipo de gesticuladores (as) se dé porque el poder mismo como una fuerza ciega modifica al extremo la psicología de los simuladores(as) y los lanza a estos juegos de espejos de falsa identidad, de simulación de pertenecer a una alta jerarquía social o de apropiarse descaradamente de papeles históricos que la realidad les había negado. 

Los casos de Mussolini y de Hitler son ilustradores de esta terrible transformación de un pobre don nadie en un dictador totalitario con su poder sobre las masas convirtiendo a la buena ciudadanía en cómplice de sus desastres posteriores.  

El gesticulador en la política populista en vez de afirmar su origen modesto, de defender éticamente la causa de esos estratos humildes de los cuales proviene es abocado por la fuerza de las circunstancias – recuerden a Chaplin en “El gran dictador”- a un vertiginoso cambio de identidad tal como en Colombia lo estamos comprobando con la irrupción de los gesticuladores(as) en la actual escena electoral.  

Acabo de escuchar a Petro en una mesa redonda del Externado de Colombia decir con su voz aguosa que “cuando se enteró del secuestro por parte de las FARC de Ingrid Betancourt –cito de memoria- lloró y salió a las calles a protestar”. Naturalmente la candidata en un gesto de magnanimidad le agradeció esa muestra de solidaridad, pero todos sabemos que nadie en aquella mezcolanza de populismo e izquierdismo fundamentalista alzó la voz para protestar contra un delito de lesa humanidad y porque Petro estaba entonces muy atareado haciendo demostraciones de su radicalismo revolucionario.  

Sobre los dos niños asesinados por las Disidencias en Ciudad Bolívar simplemente simuló lo mismo: derramar lágrimas de cocodrilo que le mojaron sus zapatos Ferragamo y su correa Gucci.  

Una y otra vez lo hemos visto y escuchado camaleonizándose al dirigirse al público en los distintos escenarios y entrevistas como si desde siempre y en lugar de haber estado en el monte disparando y secuestrando hubiera permanecido hasta hoy discurriendo entre la compañía de las gentes humildes y sobre todo de los vulgares nuevos ricos a quienes representa.  

Estos  gesticuladores(as) en la vida política presidida por la inestabilidad de una sociedad se suelen multiplicar tal como lo estamos viendo, repito, en este proceso electoral con el estrado colmado de paranoicos(as) simuladores que llevan al paroxismo sus demagógicas histerias confiando en que con estas cantinflescas oratorias llenas de falsas promesas  lograrán borrar su oscuro pasado que los seguirá persiguiendo porque nunca han abandonado la farsa de llevar a la vez dos o tres vidas diferentes.  

Aquí sí como dice el dicho popular “aunque la mona(o) se vista de seda, mona(o) se queda”.