5 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La política del cambio y la nueva vestimenta

Dario Ruiz

Por Darío Ruiz Gómez 

Los dirigentes revolucionarios franceses ante la evidente ordinariez de los llamados “Sans-culottes” o sin calzones, descamisados, artesanos, obreros, pequeños comerciantes, instigadores del Gran Terror, buscaron un modelo de traje que pudiera identificarlos, pero la irrupción del capitalismo incorporó a su vez grupos sociales carentes de un estilo propio en su forma de vestir, los nuevos ricos y su falso lujo.  

Ya hemos visto suficientemente las sesiones del Senado y del Congreso para darnos cuenta de la facha  y el talante  de quiénes “han llegado para sustituir a la vieja política”, residuo ésta de la ideología liberal- conservadora; políticos provenientes de las clases medias o del caciquismo quiénes estaban convencidos de que vestir y gesticular como los políticos de la alta burguesía capitalina – tan londinenses- era todavía   una demostración de buen gusto y clase.  

Las primeras crisis parlamentarias respondieron a la pregunta necesaria. ¿Quién me representa si yo no me siento representado por él o por ella? Crisis de representatividad detectada por los grandes teóricos de la democracia; de modo que la aparición en Colombia de las llamadas clases media y popular fue  apenas perceptible en la Constitución de 1991 ya que   esta dirigencia aburguesada prematuramente, Samper y César Gaviria, representantes, repito, de  una nueva clase media o provinciana, frustró el  intento de dar paso a lo que realmente hubiera tenido que afirmarse como las políticas de un nuevo país, de una nueva sociedad. De la representatividad ciudadana se fueron apoderando entonces los populistas, y lo que Ortega y Gasset llamó acertadamente el hombre ordinario(a).  

Hemos podido contemplar una vez instaladas las sesiones del Senado y el Congreso, la Cámara, un  inusitada demostración de ordinariez en esos espacios simbólicos creados para la convivencia democrática con tipologías arquitectónicas para  el ejercicio de las libertades constitucionales a través de  protocolos cívicos para el intercambio de ideas y dar paso a las voces de las distintas regiones y etnias, espacios simbólicos que están siendo ofendidos a nombre de una entelequia electorera, “el pueblo”  como si éste fuera desordenado, brutal, mañé y no – repito- el pueblo con rostro y costumbres culturales definidas.  

Recordemos que el chavismo como el madurismo constituyen la culminación del mal gusto. La irrupción en estos recintos de una horda de personajillos(as) de la mano de sus mascotas, vestidos de indios o afrodescendientes con plumas y batas compradas en un almacén de artesanías, en el momento en que alguien aparece con la olla pitadora repartiendo sancocho raizal y el Ministro de Justicia va de grupo en grupo comiéndose siempre la misma hamburguesa y una parlamentaria limpia de su blusa las manchas de kétchup o mostaza, imagen de vulgaridad que  habíamos llegado a considerar imposible de ver en este recinto sagrado de la Democracia: los bárbaros  invadiendo el Salón Elíptico – incluyo a quien ofendió a un caballo-  y el  igualitarismo haciendo presencia   manifiesta para que pensemos en lo que llegarán a convertirse estos espacios sagrados cuando cobre vida institucional el mal llamado Ministerio del Igualitarismo.  

Y este otro  capitalismo que no muere porque en realidad se desdobla, seguirá produciendo  desaforados nuevos ricos ”revolucionarios” e imponiendo el mal gusto como sello exclusivo de estos advenedizos poseedores de una inexplicable riqueza: “La superstición y lo irracional – recuerda George Steiner” han ganado mucho terreno.  

Vivimos en una sociedad en la que lo kitsch, la vulgaridad y la brutalidad no dejan de aumentar”. Y es bueno que no olvidemos que esas nuevas y grandes fortunas contarán para la Paz con ese 10% que nuestros legisladores les han reconocido de manera generosa para premiar sus crímenes. ¿Cuál será la facha de las “aristocracias” del mal que el ELN va a proponernos?