Cuando aparece en televisión o retratado en la prensa, a Francisco Maturana, el dentista desertor que vistió de frac el fútbol colombiano, se le ve frío como un whisky sobre las rocas. Pocón de sonrisas. Es su carné de identidad; la fórmula que acuñó para ver pasar creativamente la vida.
Por culpa del fútbol se volvió amnésico total a la hora de hacer un tratamiento de conductos. Sacrificó su profesión de odontólogo para pulir su condición de ideólogo del balompié. Ponerle apellido a una era y a una concepción deportiva, ameritaba cambio de profesión, colgar la fresa.
Eso sí: conserva un tic de odontólogo: tiene el palito para hacerle abrir la boca de asombro a los amantes del fútbol que quedan anestesiados con su prosa fácil y convincente. O no convincente, para sus múltiples críticos. Que los tiene de alto vuelo. Es de los que se mide por la estatura de sus antagonistas.
A este José Gregorio Hernández del balón, sus devotos le oyen y le creen, o no le creen. Lo aman o lo detestan. No hay tutía, tratándose de un técnico.
Tiene más hoja de vida que una mujer fatal. No en vano se tutean con él Jorge Valdano, (le regaló un libro con esta dedicatoria: “desde la sensibilidad que nos une”), el italiano Arrigo Sacci, o el holandés Cruyff, sus pares en el oficio de dirigir la orquesta del fútbol.(Lea la columna).
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