9 octubre, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La comodidad moral

Descripción: escritor


Por Darío Ruiz Gómez 

Permítanme que recurra de nuevo a Thomás Paine, esa insigne figura de la Revolución Norteamericana quien fundamentó la democracia moderna: “Esas palabras “templado” y “moderado” atañen o bien a la cobardía política, o bien a lo artero, o bien a lo seductor. Una cosa moderadamente buena no es tan buena como debería ser. Tener un carácter moderado es siempre una virtud, pero ser moderado en nuestros principios siempre constituye un grave vicio”.

Es lo que lo que llamamos las almas tibias, esas que son incapaces de condenar explícitamente la violencia o el ultraje contra la sociedad indefensa y por pura cobardía prefieren quedarse en una condenable imparcialidad esperando que la justicia con su inmensa burocracia se decida a pronunciarse algún día sobre los grandes agravios de los malhechores contra la ciudadanía.

No hay que confundir la bondad con la bobería. “Las personas que se suscriben a una u otra clasificación –recuerda Marisol García de Yegüez, lo hacen por motivos principalmente políticos, más que éticos. Y lo político no toca el fondo del problema que es de índole moral, ya que la crisis actual es de valores y los valores deben ser el fundamento de todo actuar humano”.

Si el asesino(a) que, naturalmente sustituyó los valores por el mesianismo político para el cual lo único importante consiste en lograr sus objetivos sin detenerse a pensar en las graves consecuencias que conlleva toda acción armada, es erigido en juez y parte de los desastres que él mismo causa, ¿Para qué entonces la presencia en unas conversaciones de Paz de la Justicia que supuestamente actúa en defensa de las víctimas?

Los impávidos genocidas sentados plácidamente en una farsa de mesa de conversaciones, imponiendo su repudio de los valores a los representantes de una sociedad que está a la espera precisamente de que los criminales sean condenados. 

¿Si no hubiera valores cuál podría ser en unas conversaciones de paz entre asesinos y farsantes el valor de la palabra? ¿En qué país viven los cristianos, los anabaptistas, los budistas, los ateos, los masones cuya “moderación” en medio de esta vorágine de sangre ha terminado por hacerlos cómplices del enemigo?

Fíjense que estoy haciendo consideraciones sobre el porvenir del lenguaje y sobre el hecho de que en un lenguaje falso a ningún acuerdo puede llegarse, pues toda responsabilidad con lo acordado ha sido negada de antemano. Insistir en la ofensa de convertir a criminales en jueces de paz necesita de nuestra insistencia en oponerse a ello.

O, todos ellos especialmente los masones que lucharon por nuestra libertad en el siglo XIX, ¿No saben hoy que la libertad continúa siendo un valor definitorio de la comunidad, que la fraternidad es un valor que nos hace integrantes de un destino común?

Bulle el ambiente electorero, nombres, patrañas, codazos, acuerdos de conveniencias, pero en ningún momento un solo pronunciamiento sobre la lacra de las poblaciones desplazadas, sobre el atropello a la Justicia, sobre las patadas a nuestros valores como si la clase política –cada vez más mañé, más hortera- instalada en el metaverso careciera de la facultad de comprender que, solamente desde los valores, es posible referirse a un cambio social, a una nueva democracia.