9 octubre, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Japiberdi, Gabriel

Por Oscar Domínguez G.
Felicitaciones “por ser vos quien sois” a tus primeros noventa años que cumpliste el cinco de julio que ya pasó. Por cumplir años el mismo día que “el mínimo y dulce” Francisco de Asís.

Por haber tenido a la Frau Marion Mildenberg como la mujer de todas tus vidas (foto del día del matrimonio) Por haber amasado con ella cuatro bellos y talentosos críos. Por ennietecer y chorrear la baba por tus cuatro nietos italianos y una rola, ala.

Por haber conjugado setenta veces siete verbos altruistas como servir, amar, crear y gerenciar empresas, generar empleo. Por darte, en dos palabras.

Por tener siempre a tu entorno familiar cerca de tus aurículas y ventrículos. Por lograr que tu mano izquierda ignore siempre lo que hace tu derecha. Por compartir a manos llenas lo que sabes y lo que tienes. Por estar siempre al día en todo.

Por haber hecho de la amistad una de las bellas artes. Por haber dado, por fin, un paso al costado. A los 90 años te mereces el reposo del guerrero en tu refugio de san Francisco, Cundinamarca.

Por instar a tus interlocutores a que expongan sus puntos de vista para rebatir o estar de acuerdo. Civilizadamente, sin alzar la voz. Por no haberte graduado nunca de sectario. Por discrepar creativamente desde tu óptica siempre interesante, original.

Por haber sido un ejecutivo de armas tomar. Por no renunciar a ninguno de tus principios. Por ser el padrino de Gloria, tu hermanita menor y mujer mía, la hija de don Eleázar Duque, marinillo, y doña Fabiola Ochoa, caldense de Aguadas.

Por mejorarnos la hoja de vida a quienes somos tus familiares y amigos. Por mejorar con tus grasas aceites la hoja de vida gastronómica de millares de colombianos.

Por haber sacado tiempo para ser declarado héroe en Estados Unidos al estrellar en el desierto el avión que piloteabas a los 22 años, en 1956. Tuviste la buena idea de eyectarte antes. (Foto primera página).

Por haberte tuteado con los cúmulos nimbus, como tu colega piloto, Saint-Exupéry, el creador de El Principito. Por haberte ganado el rótulo de “príncipe” por la forma de atender a tu prójimo.

Por haber vivido entre el viento, más cerca de las estrellas, como piloto avezado de la FAC. Por realizar vuelos rasantes por Fredonia y Venecia, los pueblos de tu niñez.

Por sentirte a gusto tanto con los de arriba como con los de abajo. Por no decirle no a ninguna rumba. Por tener a Dios por copartidario. Por haber logrado que nada de lo humano te sea extraño.

Por tu condición de gourmet-gourmand mayor de Fredonia, el terruño donde naciste de un tsunami de amor entre don Eléazar y su primera esposa, Clara Correa Restrepo, de las del gajo de arriba, quien madrugó a volverse eternidad.

Por haber vivido siempre sobregirado de vida. Por madrugar durante décadas a coger el corte (laboral) como tus antepasados que inventaron el verbo trabajar-trabajar-trabajar.

Por practicar la enseñanza de Horacio: Carpe diem, y disfrutar cada día como si fuera el último. Por dar el pescado y enseñar a pescar.

Por seguir tan campante como un buen güiski escocés que siempre has tenido al alcance de la mano. Por tu elegancia hasta para partir un lomito, anudarte la corbata o chocar el bacarat a la hora del brindis.

Por tu destreza para hacer tomar trago a los retrecheros. Sobre todo, si son retrecheras. Por no haber tenido nunca quejas de la ternura femenina. 

A tus noventa, brindamos por la alegría y la suerte de haber disfrutado de tu calidad y calidez humanas. Te queremos y deseamos larga vida.