5 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Jackson Martínez mi gatico negro

Por Claudia Posada 

Al primer gatico negro que tuve, de grandes ojos rasgados, esbelto y largas extremidades, no dudé en ponerle el nombre del inmenso futbolista Jackson Martínez; y fue el tener nombre con apellido, lo que siempre llamó la atención a todo quien lo conocía, pero particularmente al veterinario que me lo regaló una vez estuvo listo para enfrentar el mundo de congéneres y humanos: ya destetado, desparasitado y vacunado, y así quedó registrado en su carné para el seguimiento de progresos y vacunas. En aquel entonces Jackson Martínez, el futbolista, jugaba con el DIM y todo en él era sorprendente: su habilidad en la cancha y su manera de ser, muy respetuoso para con todos, en cualquier espacio de su entorno futbolístico, en el social y personal.

De la vida que lleva hoy Jackson Martínez, el futbolista, supimos gracias a la entrevista concedida por él a RCN Radio  este sábado 30 de marzo en el programa Al Fin de Semana; nos enteramos entonces de sus últimas creaciones musicales, un poco de la letra de sus canciones (alabanzas al Padre Creador), sus recuerdos, su gratitud para con el entrenador de sus inicios Pedro Sarmiento y de algunos otros detalles personales; y volví a regocijarme con la vida plena de tranquilidad que como ser humano noble, solidario, sin ínfulas, generoso, pero por sobre todo respetuoso, sigue llevando. 

No nos pueden pedir a la sociedad y a los ciudadanos, que todos seamos dechados de virtudes, o que medianamente nos parezcamos a Jackson Martínez el futbolista de vida ejemplar; o que imitemos -sin tener las condiciones que nos lo permita- a otros colombianos que también llevan las vidas apacibles que nacen de la tolerancia y el respeto. Para ser reposados, pacíficos y empáticos nos falta el autocontrol del que hablan expertos en comportamiento humano. También, estos mismos estudiosos de las manifestaciones de irritabilidad, agresión y brotes de ira en estadios, vías y otros espacios de convivencia ciudadana, se han referido al grado de intolerancia e indisciplina social que no pocas veces lleva a desenlaces fatales.

Centrándonos solamente en Medellín y su área metropolitana observamos cómo, en las vías, por ejemplo, no se respetan carriles de movilidad, señales de tránsito, pasos peatonales, esperas indicadas, zonas de parqueo y no parqueo; en fin, hay un sinnúmero de violaciones a las normas que generan mucho estrés y el consecuente caos vehicular, tras lo cual hay insultos, incidentes y accidentes graves. A las autoridades de tránsito y de policía se les perdió el respeto, un poco, o mucho tal vez en algunos, porque se fue deteriorando en el tiempo la manera de enfrentar sus responsabilidades y deberes. Una mezcla de cansancio laboral, corrupción, impaciencia e insatisfacción con el trabajo, son la raíz no resuelta oportunamente, para que las malas prácticas crezcan.

En otros ambientes, como el escolar, se desbordó el irrespeto; lo mismo que los entornos familiares. Para la mejor convivencia pacífica urge dar prioridad a políticas públicas que no se desinflen con los cambios de administraciones. Es sabido que los componentes que inciden en el irrespeto y la intolerancia obedecen a distintas causas suficientemente diagnosticadas mas no atendidas precisamente por su complejidad, pero es por ello por lo que debe haber toda la voluntad política para asumirlas mancomunadamente con las instancias relacionadas -públicas y privadas- siempre y cuando exista el propósito de cumplir promesas. Infortunadamente entre la clase dirigente y política, el relacionamiento es agresivo, ofensivo, hiriente, levantan la voz para reclamar compostura, cuando ellos mismos para hacerlo usan agravios y tonos descompuestos.

En algunos entornos familiares tampoco se está colaborando con la formación de buenos ciudadanos; lamentablemente están creciendo generaciones cuyos “ejemplos” están en ciertos influenciadores muy dañinos que aman la fama y el poder de la plata conseguida como sea. Padres enfrentados en presencia de sus hijos justamente por la ambición no satisfecha. El derroche suple el acompañamiento y las ausencias se llenan con lo ilícito. Desapareció el respeto por los mayores, por la autoridad, por los compañeros y amigos; tal vez, porque no se lo ganaron.

Mi gatica negra Olivia, es delicada y fina, así la veo. Así como veo a las niñas y chicas cuidadosas de los modales que se aprenden en la casa, continúan en el colegio y se llevan luego al ámbito laboral, familiar y social para una convivencia amable y pacífica. Mujeres y hombres de la vida pública, en cambio, se enfrentan es los escenarios de sus actividades y en redes sociales “como perros y gatos”, un dicho que perdió validez, pues tanto entre los animales de compañía como entre los que conviven con otros en sus hábitats naturales, se observan comportamientos increíblemente solidarios y amorosos. No es que pretendamos que en la vida pública se digan amorosamente lo que se dicen, sino que sean respetuosos para decir lo mismo; sobra ese cinismo e insolencia que se pusieron de moda.