5 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Impactos ambientales previos a la Revolución Industrial – Parte II

Jose Hilario Lopez

Por José Hilario López (foto)

Se dirigen a una antigua selva, guarida impenetrable de las fieras. Caen derribados los pinos resuenan, heridos por el hacha, la encina y los troncos de los fresnos; rasgan las cuñas el hendible roble y ruedan monte abajo los gigantescos olmos”. (Virgilio, Eneida). 

El poeta Virgilio se está refiriendo a la tala de los bosques de los llamados Campi Flegrei o campos del fuego, en Nápoles, ordenada por el Emperador Augusto, a fin de obtener la madera requerida para construir las naves para combatir a Sexto Pompello y, más tarde, a Marco Antonio y a Cleopatra. 

En esta segunda y última parte me referiré a los impactos ambientales en Europa durante la edades antigua y media, así como a los impactos al continente americano durante la conquista y colonización europeas.  

Según la FAO, “la historia de la humanidad es la historia de la utilización de los diversos bosques del planeta y sus múltiples productos” y, a su vez, “es también la historia de la deforestación y las graves consecuencias ambientales que ésta puede tener, siendo causa, en ocasiones, del colapso de una sociedad” (FAO. El Estado de los bosques del mundo–Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Roma, 2012, p. 49). 

Con el advenimiento de las edades del Bronce (aprox. 3.300 a. C.) y del Hierro (aprox. 1.200 a. C.), el hombre dispuso de nuevas herramientas para talar árboles. El surgimiento de los antiguos reinos de Creta, Chipre y Grecia se basó en la explotación de los bosques situados en la cuenca del Mediterráneo y en su utilización como terrenos agrícolas. Por otro aspecto, el agotamiento de los recursos forestales coincidió con la decadencia de estos mimos reinos. 

En el mismo informe, la FAO afirma que: “las malas prácticas agrícolas y el pastoreo incontrolado en antiguos terrenos forestales fueron, a menudo, causa de erosión del suelo, pérdida de fertilidad y, posteriormente, desertificación. La expansión del Imperio Romano por toda Europa occidental tuvo que ver, en parte, con la necesidad de acceder a los bosques de la península itálica y en toda la cuenca del Mediterráneo. La deforestación aumentó a raíz de la costumbre de los romanos de disponer, mediante la tala del bosque, de un amplio espacio abierto alrededor de las márgenes de su amplia red de caminos, para evitar posibles emboscadas de sus enemigos”. Adicionalmente, el bosque proporcionaba la madera para las construcciones romanas, así como el combustible para la cocción de alimentos y para la calefacción durante el invierno. Después de la caída de Roma en el siglo V, los bosques empezaron a recuperarse, en un proceso que tomó varios siglos.  

La devastación de los bosques estuvo avalada por el antropocentrismo, un sistema de creencias teológicas y/o religiosas que nunca inculcaron a sus creyentes y fieles el cuidado del entorno natural. Desde El Génesis proviene la creencia que el hombre es el único ser para el cual Dios puso a su servicio toda la obra creada; quedando así teológicamente legitimada una ética de la dominación humana sobre la Naturaleza: la superioridad ontológica que Dios le confiere está vinculada directamente a su condición de imago Dei“pues Dios creó al ser humano- y sólo a éste-a su imagen y semejanza, haciéndolo, en consecuencia, un ser especial y distinto.”. Como escribí en una pasada columna, esto se traduce en “Vivir en contra de la Naturaleza”. 

En esta creencia fundamenta el eurocentrismo y toda la política colonial de las potencias europeas, iniciada con la llegada de los españoles a América. 

El poblamiento americano 

Como mostré en anterior columna, desde su cuna africana los humanos avanzaron hasta el extremo oriente asiático y de allí a los pueblos amerindios. Siberia y Mongolia se han sugerido como los lugares más probables del origen asiático de los primeros pobladores americanos.  

Durante la última edad de hielo (ocurrida entre hace 19.500 y 12.000 años) el extremo norte del continente americano estaba cubierto por hielo, lo que lo hacía un territorio casi inaccesible. Mientras avanzaba el período glacial, el nivel de los mares del mundo fue disminuyendo, a medida que el agua se iba almacenando en las capas de hielo que cubrían los continentes. 

Al final del período glacial, hace unos 12.000 años, en el hemisferio norte los hielos comenzaron a derretirse y aparecieron algunos refugios. Uno de esos refugios fue Beringia en el estrecho de Bering (Ver mapa): un territorio seco, una especie de puente poblado de vegetación y fauna. Desde Beringia los primeros humanos entraron al continente americano siguiendo la costa pacífica o las montañas rocallosas, o por ambas rutas. 

Charles C. Mann, historiador estadounidense, en su libro “1491: New Revelations of the Americas before Columbus” (2005), plantea cuatro hipótesis, a saber: 1). La población de los nativos americanos fue probablemente mayor de lo que generalmente se ha creído en la comunidad científica, y que las enfermedades infecciosas introducidas por los europeos redujeron esa cifra en un 95%. 2). Los humanos probablemente llegaron a América mucho más temprano de lo que se cree, en varias oleadas a lo largo del tiempo, y no solamente desde el estrecho de Bering. 3). El avance cultural y el sedentarismo del indoamericano fue mucho mayor de lo que se ha sostenido y 4) el Nuevo Mundo no era la naturaleza virgen que los europeos creyeron cuando tomaron contacto con estos territorios, sino un ámbito natural que había sido intervenido por los aborígenes a lo largo de miles de años. (Mapa).

Beringia y la entrada de los primeros pobladores de América 

Mediante las nuevas disciplinas y tecnologías-como la demografía, la climatología, la botánica, la palinología, la biología molecular y evolutiva y, en especial, mediante las técnicas de datación con Carbono 14-ahora se sabe que en Mesoamérica se produjo una segunda Revolución Neolítica, independiente de la asiática. El momento exacto en que esta revolución tuvo lugar es aún incierto, pero los arqueólogos la sitúan cada vez más y más atrás hasta llegar a fijarla en más o menos hace diez mil años, esto es, no mucho después de la Revolución Neolítica del Medio Oriente. Adicionalmente, en el 2003 los arqueólogos descubrieron semillas de calabazas cultivadas en la zona costera de Ecuador, que bien podrían ser más antiguas que cualquier otro resto agrícola en toda Mesoamérica, lo cual significaría que en Suramérica también tuvo lugar una Tercera Revolución Neolítica.  

Los americanos, que abandonaron Asia antes que se iniciara la agricultura, tuvieron que ingeniárselas para desarrollar estas prácticas por sí mismos, lo que significa que en nuestro continente tuvimos nuestra propia Revolución Neolítica hace unos 10.000 años. En el año 1.800 a. de C, los olmecas en Mesoamérica (civilización anterior a los mayas) ya vivían en ciudades y poblados construidos sobre montículos, comunicados entre  sí y con otros pueblos vecinos con amplias redes de caminos; por otro aspecto disponían de, por lo menos, una docena de diferentes sistemas de escritura, habían inventado el número cero, el mayor logro matemático hasta ese momento, registrado las órbitas de los planetas y disponían de un calendario de 365 días, más preciso que el de los europeos. En 1492 los incas habían conformado el imperio más extenso de la tierra, con un sistema de caminos empedrados de más de 40.000 kilómetros de longitud y tenían su propia lengua, el Runa Sumi (más tarde denominado quechua) estructurada en código binario, similar al de la actual informática; los monumentos arquitectónicos y templos incas todavía nos asombran con su majestuosidad. Nuestros antepasados muiscas con su orfebrería, así como los quimbayas y zenués con su cerámica e ingeniosos sistemas de siembra tampoco se quedaron por fuera de la Revolución Neolítica americana.  

Muchas de estas culturas desaparecieron a la muerte de gran parte de la población indígena, causada por las enfermedades traídas por los europeos. El bosque tropical rápidamente cubrió los vestigios de esas civilizaciones, que apenas en el Siglo XX empezaron a descubrirse, tal como lo muestran los recientes hallazgos arqueológicos de culturas amazónicas extinguidas.