5 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Hombre bueno

Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

En este tiempo de reverberación anarquizante tener una conversación de manera espontánea, fácil y fluida; lejos de cualquier intención de herir los cielos con lamentos, se convierte en una sucesión de peripecias verbales. Poco se habla de forma natural con la intención de disfrutar el instante y la compañía, dejando espacio libre al asombro y a la sonrisa cómplice. De ningún modo, el contacto directo hiere o perturba por difícil que sea la diversidad conceptual. Aquel que aprende de las discrepancias adquiere el don de entender la complejidad del universo humano. 

La tertulia que nace de la ingenuidad de un desayuno, cualquier día de la semana, desafía el antojo y abre el horizonte a los temas inesperados. En relación con mi interlocutor estaba al tanto de su entereza, el estado llano de alma, la serenidad que transmiten las primaveras andadas y el respeto que promueve una persona decente. También sé que en sus años mozos dio guerra de cifras y desconoció los malos augurios sobre el fracaso de su novedoso proyecto que, aún hoy, rompe los récords de vigencia informativa en el plano especializado.  

El inicio del diálogo tuvo un toque mágico, por decir lo menos, al momento de escuchar por primera vez el canto matutino de un colibrí que sorbía sin parar el néctar de agua y azúcar que, “J”, pone en el cebadero de su apartamento al sur del Valle de Aburrá. Aleteos de canarios y azulejos se disputan el plátano maduro hundido en un clavo de hierro que reposa sobre el trozo de madera consumado. Así de impecable, milimétrico u organizado es el sitio privado de este periodista que, me lleva de ventaja y de vida, cerca de cinco lustros excelencia y de lucha valerosa. Esa diferencia generacional no se hace presente ni atisba en la disposición de ánimo; mientras, Dayana, la joven ayudante doméstica prepara las arepas, los huevos con aliños, el quesito y el café. Debido a mi presencia, descartó el hábito de comer cereales con leche.  

“Ella es de un barrio popular, le estoy enseñando a cocinar, le pagué un curso en Comfama”, aclara el anfitrión, a la par que rinde homenaje a su origen sencillo. “J” nació en uno de los tres corregimientos del municipio de Puerto Berrio-Antioquia de nombre Virginias, en un hogar humilde y numeroso, signado por la muerte temprana de cinco hermanos y las carencias umbilicales de la pobreza campesina. Sabe al dedillo de servir con generosidad, abrir puertas y preparar intelectualmente a profesionales; aunque no fue a la Academia, da cátedra de modo solvente.  

Hace unos años la Universidad Eafit convocó a un diplomado sobre Literatura de no ficción, dirigido por el colega Juan José Hoyos. Con la energía intacta y la pasión desbordada, de repente, accionó el freno de la desilusión pensando que no cumplía con los requisitos institucionales. Le faltó un pequeño detalle, la oferta de formación era libre, tan insubordinada, que “J” explayó su memoria prodigiosa por medio de las técnicas de la crónica hasta ganar la publicación del mejor trabajo entre 42 participantes. Vida Conquistada, dice él, es el prólogo de La universidad de mi vida, otro de sus libros. 

“Doctor Ospina”, con esa frase me alerta, a pesar de mi innata resistencia, “recuerdo que hace muchos años estaba buscando un practicante de comunicación bilingüe, cuando te puse al frente de la máquina de escribir, te pregunté ¿por qué no hace un curso de mecanografía?, yo se lo pagó.  ¡Te fuiste furioso! Mucho tiempo después me enteré que eras el hijo de mi amigo, Ramón Ospina Marulanda”. La verdad tenía una vaga evocación de mi insolente actitud. Agucé los dientes y me tapé la boca para soltar una risa socarrona. El remoquete de ser el estudiante becado por el más alto promedio académico fue un pesado lastre de ingratos períodos. 

“He estado al borde de la muerte más de una vez”, revivió la jornada del accidente cerca de Anserma-Caldas agarrado de la parte trasera de una “bola”, camioneta Cheverolet modelo 60, que golpeó el borde de la banca de la rústica carretera, lanzándolo contra el precipicio. La Vuelta a Colombia y el ciclismo le ocasionaron múltiples fracturas óseas, el cráneo abierto y la pérdida de conocimiento. Un camión de escala, improvisado de ambulancia, hacía sonar infructuosamente la corneta para abrirse paso. De esta salió avante, como también resurgió del infarto y el cuadro clínico complejo acaecido en Sídney- Australia que llevó en volandas a su hijo, Jorge, con el corazón en la mano y la irremediable angustia a causa del peor pronóstico. 

“J” ofrece un aspecto lleno de esperanza y de satisfacción por la misión cumplida. No se cansa de patrocinar nuevos talentos, regalar becas, repartir sabiduría, obsequiar libros y entregar a manos llenas sus más preciados tesoros. 

“Doctor Ospina”, otra vez me encojo de hombros, “escoja, ¿cuál quiere?”, señalando un grupo de grabadoras profesionales numeradas del 1 al 10. Elegí la última y de ñapa me regaló la historia de un periódico centenario; a renglón seguido, me condujo a su jardín de orquídeas que cuida con el mismo esmero que le pone a cada plan existencial. 

Un pastillero de ocho cajoncitos, siete ciclos y varias píldoras reposa encima de la mesa del comedor. Alrededor cuadros de figuras delgadas y cálidos retratos familiares junto su amada esposa, Graciela, quien sigue viva en cada expresión de amor. 

Este misionero arrepentido, mensajero y campeón de ciclismo en la categoría de novatos; comenzó como redactor deportivo y trabajó en el diario La República, la agencia española EFE, RCN, El Colombiano, Teleantioquia; entre otros medios escritos y audiovisuales. Fundó en 1975 el Noticiero Económico Antioqueño, la marca que lleva su nombre y prestigio que, se ganó a pulso, J. ENRIQUE RÍOS. 

“Ya hablé con mis hijos. Sí quieres quedarte con el nombre del noticiero, es tuyo”. Por más que ensaye destacar la virtud y el derroche de un hombre bueno, las emociones se dibujan en la mente y se derraman sobre la piel. Qué más decir: ¡Gracias, Maestro!