En las sectas, la obediencia es ciega a una doctrina religiosa o política, en este caso a un líder.
Por María Isabel Rueda (foto)
Puede que la imagen de Petro manoseando billetes la lleve encima todo el resto de su vida. Pero puede también, y es lo más probable, que finalmente no le ponga fin a su carrera política, lo que le habría sucedido a cualquier otro, y que ni siquiera sus peores ribetes morales le hagan algo más que una ligera mella a su teflón.
Es que con Petro las cosas no funcionan como con el resto de mortales, que cometen errores y pierden el apoyo de sus seguidores y reciben sanciones sociales, como pide Mockus. El seguidor de Petro no se inmuta. Porque él no tiene montado un partido político, sino una secta. Y en las sectas, la obediencia es ciega a una doctrina religiosa o política, en este caso a un líder, sin necesidad de que exista el filtro de un proceso racional. Son grupos de protesta contra el orden social, y su líder es puro, perfecto, salvador y disruptivo. Existe una dependencia sicológica del líder, quien los controla completamente. Les exige ser militantes y activos. Entrega total a la secta para que se protejan en su interior. Son especialistas en propaganda. (Lea la columna).
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