Gracias a un árbol nacimos a la vida. Si no fuera porque la feminista y libertaria mamá Eva tuvo el feliz desliz de comer de la fruta del árbol prohibido, seguiríamos siendo la diezmillonésima parte de un carajo. Eso sí, el medio ambiente seguiría entero.
Si las tablas de la Ley no hubieran sido escritas en madera se habrían borrado hace tiempos. (En madera de piedra, aclara el libro del Éxodo). Para perpetuar esa costumbre de convertir el árbol en rotativa o tablero, sin darle crédito a Moisés, inventor del arte de escribir en los árboles, los enamorados suelen grabar en las cortezas el nombre de la dueña de sus insomnios. Y de sus quincenas.
Una gitana le leyó la palma de la mano a un árbol: “Hay un papiro en tu futuro”, le vaticinó. Después nacería el papel periódico que serviría para todo. Inclusive para madurar aguacates y candidatos presidenciales. Amén de menesteres menos amables en el inodoro.
¿Qué es el periódico que leemos si no árboles convertidos en nutritiva sopa de letras? Los libros, las bibliotecas, están hechos de la misma tela de los árboles que los contienen. (Sospecho que en la frase anterior estoy pirateando a alguien).(Lea la columna).
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