2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Jodario: El MIO quebrado

@eljodario

Por Gustavo Alvarez Gardeazábal (foto)

En este país melifluo, donde prefieren modificar las palabras para nominar de manera más estrambótica su significado, cuando una empresa tenía más deudas que su patrimonio, se acogía a la ley de quiebras. Ahora lo llaman “reestructuración” y para hacerlo ya no nombran un curador que la liquide sino un interventor que la maneje hasta cuando resista. Eso le está pasando al servicio de trasporte masivo de Cali, conocido como el MIO. Ante una sentencia judicial definitiva que le obliga a pagar más de 100 mil millones a unos de los buseteros de ese embeleco fracasado, han preferido declararse en quiebra y a nadie le ha extrañado porque esa empresa desde antes de nacer estaba muerta y sin forma de resucitarla.

Desde cuando a Peñalosa le dio por meternos el Trasmilenio creyendo que todas las ciudades colombianas eran como Curitiba, comenzó la tragedia. Durante el gobierno de Uribe, apoyaron la consolidación de esos sistemas en varias ciudades estrechando calles, disminuyendo la movilidad y adoptando fórmulas de asociación que por ningún lado resultaban rentables ni para las empresas de trasporte a las que encerraban en un corral ficticio, ni para los usuarios de los antiguos buses ni busetas, ni para las ciudades en las cuales se implementaba. Pero eso sí, la quiebra del MIO, aunque se veía venir, exime curiosamente de responsabilidad a quienes desbarataron la propuesta del tren ligero que usaría la antigua línea del ferrocarril de Yumbo a Jamundí. Y por supuesto a todos los alcaldes, gerentes del MIO y ministros de transporte que le inyectaron aire a un balón roto con partidas gubernamentales que finalmente se dilapidaron. Pero como aquí no aprendemos, seguimos creyendo que en Barranquilla, Cartagena, Pereira y Bucaramanga, donde les metieron otros sistemitas iguales, no dizque va a pasar nada.

gardeazabal@eljodario.co

LAS HERIDAS DE GRANADA

Un pueblo del oriente antioqueño, Granada, fue el epicentro, en su casco urbano y en sus veredas, de un cruento período de las guerras que el país ha vivido en los últimos años. Allá se dieron cita las Farc y los Elenos. Los Paras y el Ejército y la Policía. Primero unos, después los otros y en muchos momentos todos en conjunto. Allá usaron los retenes nefastos para hacer bajar de los buses escalera a los que creían traidores o ayudantes de los grupos contrarios. Allá se dieron los fusilamientos delante de los otros civiles. Allá, en Granada, dejaron los muertos tirados a la vera del camino o medio enterrados para que nadie les diera la tan mentada cristiana sepultura. Allá, en Granada, Antioquia, se dieron por miles los desplazados y las viudas y  los huérfanos. Por sus breñas rodaron muchos campesinos que tenían obligación de abrirle la puerta o sacrificar las gallinas para darles de comer a los guerrillos o a los paras o al ejército y por hacerlo, fueron condenados a morirse o huir. Pero allá, también, estallaron los carros bombas que alguna de las guerras registraron en las grandes ciudades. Y como Granada era tan pequeña, y sigue siendo más pequeña aún, el estruendo de esos estallidos les desbarató la estructura ósea y los hizo salir en estampida.
Todo eso y mucho más se vivió en estas guerras en Granada y aunque fue la misma historia de muchos pueblos, pero engrandecida en crueldad y sevicia, se nos está olvidando.
Para que no suceda, un granadino sobreviviente, que sigue aun habitando esas calles que un día los estallidos pretendieron hacer desaparecer para siempre, ha escrito un libro impactante y atronador: “Desde el  Salón del Nunca Más”.
Aquí no hay novela ni narraciones ordenadas. Están acumuladas a modo de crónicas las trascripciones  que con devoción patriótica Hugo de Jesús Tamayo Gómez hizo de los relatos sobrevivientes  y que este domingo presenta a las 5 y 30 pm como cierre de la Feria del Libro de Cali, en el auditorio Cali Lee. Aplaudirlo y acompañarlo es un deber con ese sufrido pueblo paisa.
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