6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El fin deseado

Por Carlos Alberto Ospina M.

A punto de ser vencido por la indiferencia deja desmoronar, una vez más, las cuerdas flojas de sus párpados; de por sí, los hombros le pesan y las rodillas son una especie de andamios desvencijados al límite de la resistencia. Los endebles dientes envenenan el sentido del gusto, la flatulencia le da malos ratos y las manos le duelen a causa de la inflamación de las articulaciones.

El desayuno es el café escurrido en la taza de aluminio que guardó de la prestación del servicio militar. A las cuatro de la mañana enciende el deteriorado radio que conserva gracias a la mixtura de cintas de enmascarar, transparente y aislante. La antena del receptor se sostiene, quizá, de madrugadoras súplicas y de la efímera pega de $1.000. De manera ingeniosa, con dos tapas de plástico, una roja y otra blanca, logró reemplazar los botones para sintonizar las emisoras y poner el volumen. Su particular intuición, lo movió a reencauchar las chanclas con pedazos de llantas y capear el dolor en las plantas de los pies por medio de finos cortes de icopor en forma de arco ortopédico.

Cautivo de la persistente soledad al despertar renueva la herida del descuido, la impresión de provocar repugnancia y vivir a cuenta, no de otros, acaso de la restringida condición física. El semblante marchito no indica enfado, a lo mejor, sepultó el desconsuelo.

Tres tentativas infructuosas para levantarse de la cama, un último impulso y, por fin, consigue reponerse. El borde del lecho crea la sensación de estar cerca de un abismo. A tientas ubica la vieja linterna metálica, apretando el rebelde interruptor. La luz de la razón incita a distinguir el chifonier, el pantalón de dril, color beis, y la camisa curtida que, la noche antes, fue blanca.   Las prendas cuelgan del taburete de madera, igual de ajadas y deshilachadas que aquel hombre.

Pocos saben que adivina la fisonomía de las personas y el estado de los objetos, puesto que sus ojos perdieron el interés de mirar la indolencia que lo asediaba. Las diferentes conductas espinosas, las mortíferas críticas, los despiadados sentimientos y los comentarios a espaldas de él, terminaron quitándole la vista.

Del mismo modo, desocuparon los cajones, sacaron las medallas, cogieron las gafas deportivas modelo 1970 y arrumaron los inseparables recuerdos. No quedó escondrijo sin esculcar ni tradición en pie. El tiempo de amor solo sirvió para dejarlo en un rincón, vacío y desamparado, a merced de la perturbación y la impotencia.

“Ahora lo oigo”, dijo para sí. Con entereza resolvió enmudecer y detallar las almas de Caín que estaban en el entorno, tapadas como aves de rapiña y palomos ladrones, que pretendieron comerse su aliento de vida.

Aún en la orilla del precipicio descubre el móvil verdadero de unos buches insaciables, pintados con la heráldica de la estirpe y portando el arma del despojo. Al instante, anula esas punzantes emociones y lejos de todos acepta el abandono de familia.

“Seré como esta linterna, cuando la apague nadie recordará qué iluminó mi voluntad”.

Enfoque crítico – pie de página. Ellos no quieren más letras de canciones en desuso; al revés, salen al encuentro de nuevas turbaciones. ¿Quién dijo que los adultos mayores pierden la capacidad de sorpresa, el deseo de experimentar y las ansías de vivir otras lentas ilusiones? Pienso que están muy jóvenes para sus años.