26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El enigma de la habitación 622


Joel Dicker

Por Catalina López

Los lectores buscan diferentes emociones en los libros. Y todos los motivos son igualmente válidos. Buscamos entretención, aventura, amor, pasión, misterios, conocimientos… Cada uno escoge su tipo de lectura.

Me he dado cuenta con el pasar de los años que las lecturas que se vuelven mis preferidas, son aquellas que me exigen, que me retan. Cuando abro un libro tengo la esperanza de encontrar en sus páginas más preguntas que respuestas, menos soluciones y más dilemas. Me gustan los libros en los que un párrafo me llama a leerlo una y otra vez buscando la clave que me ayude a entender mejor determinado personaje, situación o modo de actuar o simplemente por la belleza o la complejidad de lo que dice el autor.

Me gusta, además, encontrar varias posibilidades y que sea yo la lectora quien encuentre la respuesta. Me gusta ser una lectora activa más que pasiva.

Quiero extraer conocimientos, teorías nuevas para mí, historias desconocidas, antecedentes determinantes, corrientes filosóficas de todos los tiempos, quiero sumergirme en ellas y entender por qué los escritores del Siglo XIX escribieron sobre el alma, la conducta, los deseos y la naturaleza. Los libros son ventanas para mí, aperturas por las cuales me cuelo buscando nuevos conceptos.

Los libros en esta etapa de mi vida deben satisfacer mi curiosidad intelectual, necesito que sean fuente de crecimiento, quiero que sigan construyendo, con fluidez y mesura, mi mente. Un libro debe ayudarme a sostener el andamiaje de un pensamiento cada vez más crítico y selectivo.

He evolucionado como lectora por un camino en el cual las lecturas que me llenan son aquellas que me sacuden, me confrontan y me hacen vibrar de emoción. Quiero encontrar en los argumentos que leo, situaciones en las cuales los sentimientos y las actuaciones puedan ser diseccionadas con bisturí, sin importar el tiempo y el lugar en los que se desarrolla la historia, buscando con ahínco llegar hasta los motivos más recónditos de la naturaleza del ser humano.

En El enigma de la habitación 622, una lectura  recomendadísima para este verano de pandemia por diversas listas, encontré una historia interminable con un milímetro de profundidad.

Un relato que plantea una trama que parece fascinar y enredar mucho más al autor que al lector. Y cuando llega la hora de desenvolver esa maraña sin sentido ni pies ni cabeza, el escritor siembra, como en el cuento infantil, el campo de granos para que, aún con los ojos casi cerrados, encontremos el camino y no nos perdamos definitivamente en ese laberinto soso y sin fin. Las semillas que torpemente siembra el escritor, nos van señalando la ruta, la dirección que debemos tomar para llegar a puerto seguro. Un camino que debemos recorrer como autómatas, ‘sin pienso’, simplemente siguiendo el rastro evidente.

Me pareció un poco patético la forma en que aparecen de la nada estas banderas rojas, satinadas, imperdibles, ondeando como impulsadas por un huracán inexistente, tratando inútil y desesperadamente de llamar nuestra atención.

Artilugios vanos, vacíos, improcedentes, coqueteando con el lector de una forma burda y primitiva, regalándonos descripciones donde los lujos y la extravagancia resultan tan hostigosos como innecesarios, señales de auxilio que no alcanzaron para salvar este desastre literario.

El final no le exige el más mínimo esfuerzo mental al lector, es facilista, básico y muy rudimentario. Utiliza los mismos recursos que ya hemos visto cientos de veces en las películas de acción de Hollywood. Películas que tienen como única razón de ser y existir, el éxito financiero de taquilla. La única pretensión de dichos filmes es durar en cartelera el tiempo suficiente para batir un ansiado récord de ventas.

Este libro no me inspiró nada. No me retó. No me dejó nada, ni siquiera la sensación de haberme entretenido. No me hizo pasar las hojas con avidez. Resultó una tarea tediosa y poco gratificante que logré terminar con esfuerzo y voluntad férrea. Un ejercicio de disciplina corporativa y de respeto a mis compañeras de lectura. Dentro de una semana sus protagonistas sufrirán un proceso de evaporación que los aniquilará de forma fulminante; en mi memoria no quedará el más leve rastro de su existencia.

Un ejercicio que me deja pensando en el futuro de un escritor que me cautivó a mí y a millones de lectores en el mundo, con la verdad sobre el caso Harry Quebert y con El libro de los Baltimore. Nuestro club de lectura está unido con lazos imborrables a Joel Dicker. Él fue nuestro padrino de bautizo. Fue nuestro primer amor con un escritor famoso. Con él tenemos lazos de amistad, aunque solo sean imaginarios, que nos llevan a apreciarlo con sentimientos de profundo agradecimiento y admiración. Por eso espero con vehemencia que su futuro literario vuelva a brillar con el ingenio, la sagacidad, la frescura, la precocidad y la originalidad con las cuales me deleitó en obras pasadas.