3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El Contraplano: Memorias de nuestra reportería gráfica

 

Por Orlando Cadavid Correa (foto) (ocadavidcorrea@gmail.com)

La irreversible revolución tecnológica del tercer milenio ha sumido en una profunda crisis de enormes repercusiones a la industria fotográfica universal.

Los inventores del celular lo enriquecieron dotándolo de una invisible camarita, que mandó sin consideración al cuarto de San Alejo toda la utilería con la que se ejercía esta bella actividad desde tiempos inmemoriales.

La mundialmente famosa Kodak guardó silencio sepulcral al caer aparatosamente las ventas de cámaras y rollos de película para ellas. La gente ya no ordena el revelado de sus fotos. Los resultados del nuevo mecanismo se pueden admirar de inmediato.

El fotógrafo callejero, el del recordado “poncherazo”, archivó su parafernalia y se quedó en casa rumiando su desgracia. Todos los habitantes del planeta se consideran fotógrafos muy duchos, gracias al celular, sin ningún costo.  Casi nadie busca ahora los servicios de un retratador para los eventos sociales. De las fotos se encargan los familiares y los amigos invitados a la conmemoración. Todos hacen clic al unísono, y pueden ver y mostrar los resultados instantáneamente. El material gráfico lo recibe de inmediato la parentela ausente, doquiera se encuentre. Clasifican bodas, bautizos, cumpleaños, primeras comuniones, graduaciones, bailes, paseos y hasta funerales de seres queridos que se han ido al más allá.

La ocasión la pintan calva para rendir tributo al periodismo gráfico de Colombia del siglo pasado, que dio el gran salto del blanco y negro a la policromía.

Comencemos por la escalofriante cobertura que le dio con su cámara el famoso paisa don Jorge Obando el 24 de junio de 1935 al desastre del aeropuerto Las Playas, de Medellín, donde perecieron carbonizados el cantante Carlos Gardel; su compositor de cabecera, Alfredo Lepera, y otras 15 personas al chocar dos aviones en tierra.

Pasemos por partida doble a otra cámara prestigiosa, la del bogotano Manuel Humberto Rodríguez Corredor, “Manuelhache”, quien en 1948, en medio del infernal “Bogotazo”, fotografió la macabra exclusiva del cadáver de Juan Roa Sierra, el magnicida de Jorge Eliécer Gaitán, pocas horas después de haber sido linchado por la multitud enardecida.

Años después, en tiempos de paz, “Manuelhache” le tomaría en el callejón  de La Santamaría una memorable foto de medio perfil al consagrado torero español Manuel Rodríguez,  “Manolete”, que moriría corneado por “Islero” en la plaza de Linares, el  29 de agosto de 1947. Atendiendo una petición expresa del diestro ibérico, le tocó despacharle a la península 50 copias del retrato. 

Vamos con otros magos de la reportería gráfica  bogotana, pero sin anécdotas, porque se agota el espacio: Leo Matiz (paisano de Don Gabo); Carlos Caicedo, Sady González y Francisco Carranza; el gran Nereo, Héctor Fabio Zamora y José Miguel Gómez; el gran Robayo, Rodrigo Dueñas y Julio Flórez, el fotógrafo de la agencia de prensa de Antonio Pardo. En Medellín: Carlos Rodríguez, de “Foto Repórter”; Horacio Gil Ochoa; Miguel Ángel Zuleta (“Maz”); Jorge Obando; Carvajal, a secas; Hervásquez, Pedro Nel Ospina, José Betancur, Henry Olano, Lino Montaño y Jaime Guerrero (Jaiguer); Faresco y Alex. En Manizales: Carlos Sarmiento, Víctor Hurtado, Hernando Cifuentes y Winston Cabrera. Por poco olvidamos a Mario Hernández Mantilla, “Vanguardia”, el primer jefe de fotografía que tuvo Colprensa, la agencia de noticias que irrumpió en el concierto periodístico nacional el 1 de enero de 1981.

Wikipedia hace esta remembranza en su enciclopedia para todos:Caicedo era el fotógrafo principal de ‘El Tiempo’, Carranza hacía sus primeros pinitos en ‘El Espectador’ a principios de los años 70, cuando la competencia entre los periódicos era más cerrada que ahora. Los fotógrafos se conocieron en los Juegos Panamericanos de 1971.

La apostilla: En su libro “Crónicas de otras muertes y otras vidas”, el periodista y poeta Rogelio Echavarría consignó este relato: “Manuelhache”, el popular y habilísimo fotógrafo taurino con su Rolley anduvo mucho por esos días nueveabrileños, y en el cementerio, entre una fila de más de un centenar de cadáveres, dio con uno que curiosamente tenía  dos corbatas. Por la huella dactilar se estableció que era Juan Roa Sierra, el magnicida del doctor Jorge Eliécer Gaitán”.