Por Claudia Posada
Son de un cinismo, de una hipocresía, tan marrulleros, que dan náuseas: “Sepulcros blanqueados”. Las movidas chuecas de los legisladores colombianos, sus mañas para actuar y las argucias que pincelan ante los medios, son parte del “ADN” que caracteriza a la clase política del mundo entero. Aquí, sembrados en las curules por años, solamente las sueltan si es para endosárselas a la cuñada, al sobrino, al esposo…De hombres y mujeres que legislen con la cabeza y el corazón metidos en el amor obsesivo por el pedacito de poder que a cada uno le toca (eso es según con quien se alíe, no con quien se identifique), nada distinto a sus malos oficios se puede esperar; entendiendo por “malos oficios” las gestiones exitosas para sus intereses, aunque totalmente contrarias al deber que les obliga para con los colombianos todos, no únicamente para el segmento de la clase dominante, a la que pertenecen los verdaderos dueños del poder, es decir, a los que ellos sirven.
Entramados muy retorcidos no pasan de ser el escándalo de la semana pues son hábilmente ocultos por los expertos cortineros de humo que se la pasan volando por encima de espacios inimaginables para meterse en todos los escenarios posibles; por ello, Colombia sigue enredada en la red de la corrupción siniestra que cada vez atrapa más y más individuos, instituciones, negocios, camarillas y grupos desviados por los atajos del enriquecimiento ilícito, lejos del trabajo digno. Mientras tanto, como experimentados maquinadores, día tras día empeorando el panorama gris que cubre al país hace muchos años, tenemos dirigentes públicos que dejan que los problemas se agraven pues esto se constituye en insumo para sus promesas de campaña con el mensaje ilusorio: “Vote por mí, yo sí voy a solucionar todos los problemas que los otros no han resuelto”. Y les funcionaba plenamente, pero empezó a tambalear. Aunque no lo reconozcan, el reciente hundimiento de proyectos que, si se discutieran objetivamente, podrían concretarse en leyes que beneficien a una gran mayoría de colombianos; lo mismo que el no cumplirle a las comunidades por siempre ignoradas, las que urgen de sus buenos oficios, evidenció como nunca antes lo hábiles a la hora de tejer filigrana con apariencia de oro, pero pelaron el cobre, así que el pueblo ha empezado a reconocer sus maniobras.
Cuando se montan en el tren de la victoria pisotean y tumban al que se les atraviese en sus objetivos malquerientes. Así es cómo consiguen más y más burocracia (recordemos que la burocracia no es la mala, malos son los que se la apropiaron impidiendo opción de empleos para otros), haciendo favores personales que se les convierten en votos para ellos y para sus mismos, con las mismas. ¿Tendrán entonces oportunidades los novicios? ¡Ninguna! Beneficiados y benefactores mantienen aceitada la maquinaria. Las metas que se proponen no están en sintonía con el pobre pueblo, su visión está determinada en erosionar el Estado para satisfacer “solicitudes” que nada tienen que ver con la meritocracia; y si acaso no es por ahí por donde les va bien, pues entonces contraticos de miles de millones “les proporcionan mucha tranquilidad”. Los que legislan tienen sus fichas en las regiones y municipios para conveniencias mutuas, se retroalimentan, no es un ideario lo que los une y menos lo que los anima. En octubre próximo lo comprobaremos.
Se acostumbraron a vivir exigiendo más para ellos porque nunca están contentos con lo que ya tienen. Por lo demás, (¡Qué tristeza!) se puso de moda responder olímpicamente que las ollas podridas que se destapan una detrás de otra: “No son verdad, son mentiras de los que atentan contra nuestra democracia”. ¡Qué sartal de sandeces!
Los congresistas son felices cuando dejan colgando de la brocha a los compañeros de Cámara (En ambas pasa lo mismo) que están en el Congreso tratando de cumplir con su deber y sacando a la luz pública la “mala leche” de los insaciables corporados; tremenda lucha tan dispareja. Además, en general, los políticos de toda la vida -y algunos de sus reemplazos- poco o nada se ocupan, de manera individual o en colectivo, de emprender acciones tendientes a implantar un clima de entendimiento que trascienda las rivalidades tan dañinas como las evidentes en la polarización que padecemos; sin que esto signifique soltar, ceder o desligarse de lo concernientes a las competencias de cada una de las ramas que componen el Estado.
Cuánto ganaríamos si los que dicen representarnos trabajaran alguito en procura del fortalecimiento que nos falta como país.
Colombia está demasiado resquebrajada; son tantas las grietas, que por ellas se nos han ido colando “peligrosos virus de distintas cepas”; urge recobrar el nacionalismo perdido, blindarnos de tal manera que nos vean (y nos sintamos) cohesionados en torno a sentimientos patrios que pueden unirnos con fervor y potencia, para que finalmente no nos hundamos todos por igual.
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