6 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

De esto más de una vez 

Carlos Alberto Ospina

Por Carlos Alberto Ospina M. 

Por el mismo precio uno encuentra historias de gente infiel en los caseríos de memoria de gallo, así como en poblaciones con letrero propio que murmuran “¡acá, hasta el cura tiene amante!” A nadie le aflige el chisme de vecindad susurrado por comadres en el atrio de la iglesia ni las imprudencias altaneras del carnicero que, filetea con igual rapidez, el trozo de costilla de cerdo y la reputación de la otrora apetecida doncella.  

De aquí para allá, las empanadas van acompañadas de encurtido y de cierta acidez en los comentarios sobre la hembra que amaneció muy acicalada gracias a su habilidad para engatusar a adultos mayores que, ahora, gozan de la tez color índigo a manera de pastilla eréctil. Aquellos que aún presumen maratónicas jornadas pasando de un lado a otro de la quebrada con el propósito de sorprender a la joven en edad de merecer; la misma que rezaba porque no lloviera ni se manchara la bata blanca dominguera. En algunas ocasiones esta idea terminaba en frustración tras perder la argolla de matrimonio al bañarse en el rocío del encanto clandestino. Donde vive el río, habitan los amantes impacientes. 

De vez en cuando, con buena calma, aparece una dama rejuvenecida que motiva el comentario cizañero y sediento de “a esa la está atendiendo Heliodoro, el de las papas”; señala con el dedo, Bertulfa, la devota que en los años setenta se echaba sobre los manojos de cebolla en la última banca del camión de escalera para agarrar entre sus rechonchas piernas al negro Omar, el carabinero, experto en dejar pasar el contrabando a cambio de coimas.  

“Tampoco es así, querida. Usted es muy mal hablada”, intenta enmendar el comentario, Dalia, la mujer que solía utilizar la cabecera de la mesa de amasar como colchoneta de agua para reposar al pie de Ismael, el lechero de la vereda Hermosa, hermano del concejal godo del Frente Nacional. ¡Ah! encuentros sinuosos que quedaron inscritos encima del pan recién horneado. 

“Muchachas, al menos de mí no pueden decir nada”, alegó, Sor Teresita, la esposa del cornudo consentido y ferretero, Uriel; el cual ponía el crucifijo arriba del catre que hizo rechinar con Santiago, el párroco, que explayaba en la intimidad su bisexualidad al estilo del sermón de las Siete Palabras.  

Hijo del clérigo es el apodado ‘Poca Lucha’ que hoy en día sirve con presteza a cuanta señora liberada e insatisfecha demanda su primitivo arte culinario con el fin de degustar el postre a semejanza de pretexto amatorio. Este individuo no le da un golpe a la tierra, pero sí ha desvencijado muchos lechos; revelan los habladores, junto a más de una solapada.  

Abundan los cuentos acerca de cónyuges mutuamente traidores, les dicen, ‘Los Putos’. Ella saborea el “colágeno”, entiéndase joven tierno, que vegeta a expensas de la opulenta madura. Él disfruta de un hogar paralelo con la celestina más vieja de la calle de La Amargura, cuya unión discreta dejó el rastro de dos hijos. En la actualidad, el varón es ingeniero civil en una concesión vial; por su parte, la hija trabaja en una multinacional de alimentos a nivel de vicepresidencia. 

Sin defender ni excluir a alguien, ‘Los Putos´, saben los secretos a voces de los favores de políticos en campaña que alquilan casas de placer para bacanales con prepagos, conocidas como escorts; cada una cobra cinco millones de pesos por el fin de semana. A este espacio de deseo excesivo acuden todos los géneros salidos del closet y aquellos cautelosos de costumbres disimulas y drogodependientes. 

Tal vez, por reflejo o simple estímulo condicionado, el marco de la plaza principal de sinnúmero de pueblos proyecta la cultura e idiosincrasia que transforma el billar, el puesto de palomitas de maíz, el toldo de Maruja, el helado de Filomena, la miscelánea de Mercedes, la Cantina de Pedro, la morcilla de la ennegrecida Emilia, el local de apuestas, la zona de tolerancia, el comando de policía, la boca de verdulero del señor Efraín y la orden de Santaclareños; entre otros puntos crudos en el que ninguno cuida las espaldas al otro. De esto más de una vez, ‘así dios dé la gloria’, siempre habrá un chismoso con verdades o mentiras y multitud ansiosa por escucharlas.