26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

¿Cuánto saben los gobernantes de sus gobernados?

Por Claudia Posada

No es fácil encontrar la definición precisa para un país que, como el nuestro, es agitado a cada instante con noticias, rumores, evidencias y comentarios que van dando cuenta del grado de indecencia que turba los principios en los cuales toda sociedad se afianza para no caer en un estado de escepticismo colectivo, el que peligrosamente conduce al desequilibrio de las instituciones.

El sentido de la ética desapareció de la conciencia social; las responsabilidades se ahogaron en las ambiciones; sin conmiseración no se puede esperar solidaridad; la honorabilidad es un epíteto para descartar a los urgidos de un trabajo digno (porque son “inconvenientes” y pasados de moda); no hay  ponderación, ni sensatez para señalar a quienes con el mismo derecho piensan distinto a los que señalan. Se roba, se trasgreden las normas con toda desfachatez, se miente, se calumnia. Y esa es, en muchos casos, la conducta que se premia.

En esa realidad y con un entorno muy poco prometedor, los sobresaltos de la pandemia nos ponen de frente la disyuntiva más dura que enfrentamos los colombianos: Nos encerramos o nos revelamos. Revelarnos tiene sentido cuando nos oyen sin señalamientos prejuiciosos para el dialogo productivo. Encerrarnos se acepta sin mucho chistar  cuando están asegurados unos ingresos fijos que permiten equipararse con los servidores públicos porque para ellos también  están los salarios religiosamente consignados; a estos sectores beneficiados, sin duda, les es muy difícil imaginarse el confinamiento sin salario, sin fondos en el banco, sin honorarios, o sin las entradas abultadas por contratos que no han sido cancelados sino, por el contrario, excluidos de las restricciones ordenadas  desde el primer momento de la crisis sanitaria para el común de los mortales que, en Medellín por ejemplo, vive “al día” o se la consiguen decentemente con labores, como independientes, desde las más humildes hasta las más especializadas.

A nosotros, comunes ciudadanos del montón, nos asaltan dudas que pueden sonar “subversivas” pero que quizá simplemente obedecen a la falta de buena, oportuna, completa y permanente comunicación a las audiencias deseosas de saber más allá de las cifras de infectados, muertos y recuperados, como para no sucumbir ante el miedo paralizante. El no entender lo edificante que es comunicar con eficacia para tener bien encausada la opinión pública, agudiza cualquier situación que compromete a los ciudadanos. ¿Qué oficio tienen los gerentes de comunas y corregimientos designados para el control del Covid-19? ¿Será que de pronto aprovecharon el puente con los habitantes de Medellín obedientes en sus casas, haciendo un rastreo tecnificado y bien valioso en términos de indagación para identificar y cuantificar focos de la infección pandémica? ¿No será que el confinamiento estricto de este puente “veintejuliero” les permitió escudriñar en aquellas zonas de extrema pobreza las necesidades verdaderas de comunidades que pueden estar siendo ahora más abandonadas que nunca? ¿Nos darán en los próximos días orientaciones necesarias más allá de estadísticas, basados en un trabajo de inspección sociológica sin duda pertinente?

Esta es una oportunidad única para reconocer – si se tiene alto sentido del deber y las responsabilidades- cuánto saben los gobernantes de sus gobernados.