Lo estoy diciendo desde hace rato. Lo peor que le puede pasar al mundo después de esta peste inmarcesible es que caiga en populismos o extremismos.
La locura mundial por atajar los contagios y buscar un futuro sin cuarentenas pero con restricciones, nos está llevando a abrirle la puerta al más puro fascismo.
Cuando uno lee en The Guardian que en Inglaterra se sigue abriendo paso la tesis de los pasaportes de inmunidad y en La Vanguardia de Barcelona, que se promueve el monitoreo de los celulares para identificar a las personas portadoras o contagiadoras del virus, le estamos abriendo la puerta a la estigmatización, el primer paso a la entrada del fascismo.
Pero si repasamos el decálogo que de manera muy pero muy mal expresada y comunicada a sus gobernados ha hecho el jefe de nuestra tribu (con el apoyo probablemente de su brujo greñudo que le esquematiza sus comunicaciones) medimos sin ambages que las determinaciones van a llevar a que en todos los pueblos de Colombia (menos en Bogotá que nunca las ha hecho) se prohíban por mucho tiempo las ferias y las fiestas que siempre han servido para medir, y aplaudir o condenar, la capacidad o la voluntad de los alcaldes.
Y como también dicen que los bares y restaurantes no se van a abrir salvo que se garantice la distancia social entre uno y otro cliente, el fascismo tenebroso va entrando disfrazado de medidas de salubridad pero ejerciendo en verdad la reestructuración de la conducta ciudadana.
Ya, por lo menos, volvieron a permitir que las loterías y el chance y los casinos (que alimentan financieramente con sus impuestos directos la salud nacional) comiencen a funcionar a partir de esta semana.
Pero el que no se permitan todavía los vuelos comerciales de pasajeros o que los restaurantes funcionen o que los colegios y universidades no vuelvan a recibir a sus alumnos hasta después del 1 de junio, nos hace pensar que, dentro de la mentalidad seudocientífica que dice consultar el jefe de la tribu el más lúcido va a terminar siendo aquél que proponga jugar sucio con el Banco de la República para abrir las puertas a la emisión descontrolada de billetes por no romper la tal regla fiscal públicamente.
Se nos vino el escaparate encima y hasta ahora no controlamos ninguno de sus cajones que expulsa.
Si no son capaces de explicarnos el decálogo de lo que va a pasar dentro de una semana cuando dizque van a permitir levantar algunas de las restricciones y no tienen claridad sobre hasta dónde llegan estas o “excepciones” como las llaman ahora, el berenjenal que vamos a armar no tiene límites y no parecería que los gobernantes municipales, departamentales y nacionales estén en condiciones de controlarlo.
Yo, entre tanto, con mis 75 años, enchuspadito por decreto en mi casa a orillas del rio Cauca, viendo tantos o más videos, leyendo libros mamotréticos que antes repudiaba y paseando a mañana y tarde con mis perros, me siento añorante pensando que hago parte de un mundo y una forma de comportamientos que se están acabando tan velozmente como las ganas de seguir viviendo.
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