4 mayo, 2024

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Crónica # 77 del maestro Gardeazabal: El hada madrina de Cartagena

@eljodario 

Era una mujer muy bella, de ojos tan azules como los del mar que ella parecía presidir en su casa a orilla de la bahía, donde ejercía el poder y la gloria, la ilusión y el recuerdo de efímeros momentos en que fue el hada madrina de Cartagena. Reina de belleza y poeta. Prosista almibarada, pero columnista contundente. Lo que no conseguía mandando, dando órdenes, lo obtenía ayudando con generosidad ilimite, patrocinando nuevos bríos, haciendo cauce a una intelectualidad que en su ciudad amurallada no existió sino hasta cuando su amigo Eduardo Lemaitre levó anclas y se llevó a la ballena de Donaldo Bossa. A su lado vio volverse genio y figura a Enrique Grau, su coetáneo, que debió haberle guiado desde el más allá sus pasos finales cuando ya anciana, pero siempre bella, vendió su casa solariega y se fue a vivir los últimos días al edificio acordeón que Enrique diseñara al final de la playa de Bocagrande antes que comenzaran los estribos del Laguito. 

En esa casona, al pie de la Base Naval, la conocí hace más de 50 años. Horacio Daniel Rodríguez me había publicado por esos días mis cuentos premiados en España en la mítica y consagrante Revista Mundo Nuevo de Paris y ella consiguió por la siempre generosa vía de Otto Morales Benítez que yo pasara por su casa a conocerla. Vivía en un mundo de ilusión, por eso alcanzó a vivir 98 años. Atendía en su casona con soltura de condesa italiana, ayudada tan solo por su belleza de cuerpo y alma. La vi después muchas veces. Finalmente supe de su existencia por sus hijos que me reconocían en cualquier sitio como el amigo de su mamá, en el que ella había puesto tantas esperanzas y afectos. La vi por última vez hace un par de años. La llevaban en una silla de ruedas en el recién inaugurado Centro Comercial de Bocagrande, me dijo la enfermera que quería comerse algún plato de Crepes and Wafles. Estaba bellamente ataviada, como siempre lo fue. Iba peinada como cuando prodigaba su belleza y donosura. No había perdido la sonrisa ni la frescura de su piel, aunque era evidente que ya recorría las brumas del olvido. Se llamaba Judith Porto de González y murió la semana pasada en Cartagena. 

La pandemia no permitió que las murallas se abrieran para dar paso a su carroza fúnebre pero el corazón de tantos que recibimos su apoyo oportuno ha quedado siempre abierto para agradecerle eternamente.

Escuche al maestro Gustavo Alvarez Gardeazábal