Decidir qué hacer con la comisión negociadora del Eln que está en Cuba desembocó en un dilema político y diplomático de grandes implicaciones.
“Romper un proceso de paz es difícil pero siempre será más complicado decidir qué hacer con los pedazos, porque no hay alfombra para ocultarlos debajo”. Esa frase la pronunció años atrás un excomisionado de paz en Colombia en una reunión “off the record” con periodistas nacionales cuyo fin era poder explicar por qué el gobierno de turno había decidido acabar con las tratativas que adelantaba con un grupo guerrillero.
Y eso es, precisamente, lo que está ocurriendo hoy en nuestro país luego de que a finales de la semana pasada el presidente Iván Duque decidiera acabar con el proceso de paz con el Eln, que le ‘heredó’ la administración Santos. Era claro que el Gobierno no tenía otra opción luego de que esa guerrilla perpetrara el más cruento atentado urbano contra la Fuerza Pública en la última década: la explosión de un carro bomba en la Escuela de Cadetes General Santander, que dejó una veintena de muertos y más de 70 heridos. (Lea el análisis).
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