3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Y el joven conoció el azul del mar

Jorge Alberto Velasquez Pelaez
  • Por Jorge Alberto Velásquez Peláez

    Acaba ese joven de conocer otro mundo, y con sobrada razón puede ahora acusar, y por qué no, maldecir; acaba de conocer el fondo del río y de descubrir que el gris no era su color; acaba de respirar aire de verdad que de ser tan puro parece que lo fuera a ahogar; acaba de ver mares azules cuya trasparencia deja ver su plástico por piso, y caballitos de mar; acaba de ver cielos huérfanos de misiles de prueba y pájaros de metal; acaba de saber quiénes contaminan las aguas y los cielos, quiénes a las mentes y los corazones, y quiénes destruyen las razones; y acaba de ver que las calles de hoy de las ciudades no conducen hacia ninguna parte, ni siquiera hacia los verdes pero contaminados parques, donde por increíble que parezca, hoy sí pueden libremente los pájaros cantar.

    Y es que el mundo cambió para mejorar, y está mejorando para ilusionar, aunque quizás vuelva a ser el mismo, seguro para desengañar; pero hoy, en este preciso momento, ha podido la hermosa tierra ser aislada de un virus mortal que la asesinaba, el ser humano, el cual a su vez tuvo que aislarse para no morir, por culpa de un semejante, otro virus no tan humano.

    Por ello, cada casa es una prisión -merecida por la participación de todos en un comprobado crimen cometido- desde la cual vemos sufrir a los nuestros a distancia, quienes, vaya paradoja, reciben respiración artificial ahora que sí se puede respirar. Y los vemos morir, sin que sean capaces los celulares de trasmitirnos sus últimos alientos, mucho menos el último suspiro que despide al alma y que queda tristemente fosilizado en una mascarilla, ella el ultimo labio del último beso. No pueden despedirse quienes nos dejan, y no se les permite siquiera el abrazo del ángel de la salud que les acompaña en su solitario final.

    Descubrimos en estos grises días -los más brillantes y limpios que las nuevas generaciones jamás habían visto-, que Dios acepta egoísmo en las oraciones y gratuidad en los encuentros con él; descubrimos que las custodias de oro y esmeraldas que guardan el cuerpo de cristo pueden ser reemplazadas en las casas por una oración y un pan, y que el majestuoso templo puede sustituirse por nuestro desgastado sofá.

    Damos migajas a las palomas, y los pobres reciben migajas con apodo de donaciones; los padres no saben cómo sobrevivir sin dinero, mientras los empresarios reclaman su presencia pues no saben cómo sobrevivir sin hacer más dinero; los indecisos gobernantes tratan de cumplir con todos los anhelos, sin saber ellos como se hace, conociendo, eso sí, el requerimiento principal de sus pueblos, pero sin el coraje y la valentía para concederlo.

    Cuando nos aliviemos la tierra enfermará de nuevo, cuando la tierra se enferme serán más vitales las bolsas de valores y los presupuestos, los tecnócratas y banqueros, y regresaremos a las oraciones por el dinero, al futbol y las canciones, a las disputas territoriales por los subsuelos, al olvido de las familias. Quizás siempre recordemos que cuando mas sana y limpia estuvo nuestra tierra, más seres humanos murieron. Los jóvenes tuvieron la oportunidad de conocer el mundo que se merecen, pero lamentablemente regresaron al mundo que les dejaremos.