26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Viajar en medio del confinamiento

Por Catalina López

Primera Parte

Lo siento. Confieso que en medio del confinamiento obligatorio he viajado con un grupo de amigas a lugares exóticos de belleza casi sublime, no exentos de aventuras y de riesgos casi tan letales, como los de la pandemia que nos agobia.

Hace un mes decidimos iniciar esta aventura. Recorrimos partes de América del Sur empezando por Venezuela y finalizando en Cuba, para luego, aunque yo no sea del tipo explorador, continuar a Centroamérica y finalmente llegar a Estados Unidos.

Empieza mi mente a hacer comparaciones y a pensar que aquello que a Humboldt y a Andrea Wulf les tomó cinco años, nosotras lo realizamos en un mes. Es el milagro que logra, tener entre manos, una lectura así de apasionante. Y sigo comparando y pienso que lo que para el genio alemán era el café, “sol concentrado” como lo llamaba, imprescindible para mantenerse alerta, despierto y funcional, es para nosotras el placer de leer en las palabras de escritores brillantes, la fascinante vida de personajes reales y ficticios.

Empezamos pues esta aventura embarcados en varias canoas suficientes para acomodar a mis amigas Las Aves del Paraíso, la verdad canoas bastante inestables, incómodas y muy pequeñas para tanto equipaje y pasajeros.

Humboldt y Bonpland, su inseparable compañero, viajaban con decenas de instrumentos especializados y muy costosos, de última tecnología, con cuadernos, diarios y libretas bellamente empastados complementados con cientos de lápices y tintillas para dibujar y hacer las ilustraciones que tan hábil y bellamente realizaron.

Alexander nos pareció tan guapo y tan fascinante, tanto física como intelectualmente, que podíamos oírlo hablar, sin pestañear, durante horas, con pasión casi adolescente, atraídas por el recio acento alemán que imprimía a sus descripciones y relatos, delicadamente suavizados por el murmullo que se desprendía de la canoa al deslizarse por las aguas tranquilas del Orinoco.

Otras veces, cuando el río se tornaba realmente turbulento y peligroso, él sabía pintar con el uso magistral de sus palabras, las imágenes de una selva inhóspita y amenazante, más acorde con el imaginario colectivo del hombre civilizado que cree, ya saberlo todo.

Recordé a Eustasio Ribera y a sus tambochas, suplantadas en este viaje por las anguilas y los caballos que, desesperados como indios y caucheros ante el  rumor de la llegada de las hormigas devoradoras, trataban igualmente de huir con el mismo frenesí y prisa para evitar ser atrapados por esas criaturas casi míticas, de instintos mortalmente naturales.

Es, en vivo y en directo, la lucha por la supervivencia descarnada de las especies en la selva. Los viajes literarios favorecen lo que la tecnología aún no ha conquistado: viajar en el tiempo para amalgamar, en una sola vivencia, momentos separados por años, incluso siglos de distancia.

Así que ahí estaba yo, juntando en una sola imagen, la naturaleza salvaje y despiadad de La Vorágine, con las observaciones científicas y exuberantes de Humboldt.

Dos visiones diferentes de una misma selva tropical que misteriosamente juega a atrapar el cuerpo y la mente del forastero que se arriesga a ser engullido en la próxima curva sinuosa de los majestuosos ríos y sus afluentes, que son los únicos amos que pueden expedir pasaporte y salvo conducto para transitar por este imperio, mucho más antiguo y poderoso, que ese allende la mar, que osa expedir un permiso restrictivo y taxativo a la comitiva expedicionaria en nombre de Carlos IV de España. Si seremos graciosos y petulantes los seres humanos de todas las épocas.

Humboldt y Bonpland lograron resistir mucho mejor que nosotras, no por debilidad de carácter, sino por la pátina de una sociedad que cada vez nos cría más delicados y susceptibles a todo lo que nos rodea, los constantes e inclementes ataques de mosquitos que, envueltos en pesadas nubes de humedad y calor, se enseñaban con la comitiva. Si tenían algún secreto creado y patentado por el poderoso Sacro Imperio Romano Germánico, de donde era originario nuestro explorador alemán, nunca lo dijeron.

Lo sospechamos, pero nada pudimos comprobar. Estos eran hombres recios, fuertes y valientes, que ante el peligro, y hubo muchísimos, no huían, sino que pausademente caminaban y los enfrentaban.

Se parecían a los Caribes, poderosa tribu que tanta admiración suscitó en Humboldt, apreciación esta que correspondía perfectamente con la habilidad que tenía de abarcar, de un vistazo, las relaciones, conexiones y los hilos que unifican naturaleza y civilización.

¿Qué otra forma de sociedad hubiera estado más compenetrada con el ambiente que la rodeaba?

Nunca menospreció los mitos y las leyendas de los pueblos autóctonos. Todo lo contrario, allí también encontró la fuente de nuevas ideas, de conocimiento diverso, de apreciación del medio ambiente como un todo armónico. Era evidente que su afán de unificar plantas, especies animales, clima y hombres era un concepto que se irrigaba en todas direcciones.

Su capacidad de relacionar las partes de un hábitat de forma globalizada, era algo que, hasta el momento, no había hecho, increíblemente, ningún europeo.

Hoy que hablamos tanto de contagio, pudimos sentir cómo Humboldt traspasa siglos y distancias físicas para contagiarnos esa pasión y esa forma de ver la naturaleza como un conjunto maravilloso y sorprendente, un gran organismo vivo, que acoge en su seno a todas las formas de vida, a todas las fuerzas que modelan y moldean el terreno, así como también a todas las cosas inanimadas, que naturalmente coexisten en el mundo que habitamos.

Hemos estado buscando incansablemente la Teoría del Todo, la Teoría Unificadora y ella ha estado ahí, toda el tiempo al frente de nosotros.

Quien haya visto las ilustraciones que acompañan su voluminosa obra escrita, es testigo de una sensación que nos lleva a percibir, como si fuera la primera vez, imágenes que aunque no corresponden directamente a una experiencia individual y personal, están impresas y hacen parte del acervo cultural colectivo.

Me refiero específicamente a la Laguna de Guatavita o al Salto del Tequendama, que siendo ilustradas por Humboldt, re-crean en nuestra mente esos bellos paisajes de nuestra patria de forma diferente.

Humboldt, con nosotras de testigo, viajó a lomo de mula, con su costoso y especializado equipo atravesando numerosas montañas, volcanes, lagos, nevados, picos y mesetas, mas  agrestes, indómitas y escarpadas que la mayoría de los montes alpinos que había escalado como preparación juiciosa y científica a esta, la gran expedición de su vida.

 Con cada paso que los nobles animales daban, rozaban la muerte y solo cuando la niebla se apartaba y se lograban divisar los interminables precipicios a un lado y los profundos abismos al otro, podemos imaginar el alcance del peligro que siempre rodeó a Alexander von Humboldt durante los cinco años que duró su paso por territorio americano.

Una vez más nos asombró la conspiración de innumerables condiciones y fuerzas que trabajaron para que esta expedición llegara, con sus ideas, especies, herbarios, observaciones y conclusiones a los oídos de otros intelectuales, científicos, poetas, artistas, filósofos y académicos que siguieron construyendo, sobre el legado de Humboldt, el conocimiento y las teorìas que hoy son el fundamento de la visión con la que intentamos comprender la realidad que nos rodea.

Quiero terminar esta primera parte de la reseña del libro de Andrea Wulf, La invención de la Naturaleza, con una vivencia imaginaria de un cuadro pintado con la cacofonía conformada por un evento de sucesos que se inicia con los cantos silvestres de decenas de pájaros tropicales invisibles a los ojos, que con sus extraños y exóticos sonidos materializan su existencia y transmiten exuberancia y diversidad, para luego ser momentáneamente silenciados por la algarabía que produce la huída y los gritos ensordecedores de un mico perseguido por un jaguar, quienes en su lucha frenética por la supervivencia aplastan plantas, trepan troncos, saltan charcos durante segundos, y finalmente dan paso casi instantáneamente a un silencio pasajero donde solo la oscuridad de una noche iluminada por miles de estrellas cintilantes en el firmamento parecieran tener movimiento.

Poco a poco un pájaro vuelve a cantar y otros lo  siguen, recreando nuevamente el círculo que la naturaleza, desde mucho antes que nosotros nos eleváramos a bípedos, forma alrededor de todo lo visible e invisible.

La Iluminación de seres que complementan el conocimiento adquirido a través de la rigurosidad del método científico con la sensibilidad y el arte se perdió en algún momento en los inicios del SXX.

Hoy el intelectual no filósofo debe dejar atrás toda apreciación personal en el curso de sus investigaciones, teorías y conclusiones.

Tal vez fue ahí, en ese momento de la historia, cuando el homus daticus le ganó la partida a la visión global y unificadora de hombres como Humboldt, quien siempre creyó en la humanización del conocimiento.