26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Todo junto

 

Por Carlos Alberto Ospina M. (foto)

La torpeza y la vanidad, tan disímiles, en más de una ocasión van de la mano. La naturaleza humana confunde el deber hacer con el sentido adecuado de lo que quiere forjar. En consecuencia, el ámbito de la obligación básica carece de apetencia por alcanzar el placer y la alegría, más bien, se trata de probar un cierto grado de responsabilidad o avería simple. Al fin de la jornada, el tercero es el garante y los demás pasan a jugar el papel de recursos utilizados que, no se ven afectados, por el riesgo de abrir camino.

Diferentes razones llevan a perder el sentimiento de la satisfacción. El negacionismo invade casi todas las esferas de la sociedad. La actitud destructora de los hechos históricos, la intransigencia, el drama por cualquier divergencia, las acciones distantes y en especial, la propagada intolerancia que niega la existencia del argumento ajeno a base de estándares excluyentes e interpretaciones contradictorias. En definitiva, actores al servicio de la oposición con el objeto de someter la voluntad individual.

Las guerras verbales no se están librando en el campo de la argumentación, la prueba irrefutable y el razonamiento. Todo lo opuesto, estamos enfrascados en una disputa de engreimientos desbordados y odios inconfesos. El concepto es sustituido por el prejuicio y a la verdad, la llaman engaño. En ese caso, la rutina consiste en señalar con el dedo untado de mocos, la inmundicia que, cae a manera de efecto dominó, encima de la fuente de la discordia. Imposible seguir adelante sin afectar el modo y la secuencia genética de improperios.

Embaucadores a pie de cabalgar y diestros al acecho nos tienen mamados con la bilis derramada y los excesos de verborrea. Apesta esa miseria y pequeñez intelectual. Muy sabios ambos extremos para justificar las atrocidades de antes, ahora y después. Profundos en el artilugio y ridículos en la falta de sustancia en materia moral.

Esas lenguas se educan en la infelicidad, en el resentimiento y en el arte de la mentira. Ostentan profundos conocimientos en lo relativo a caninos desleales y a réptiles involucionados. Patalean y aruñan lo necesario para alcanzar algún fin, menos la justicia social y la igualdad sin exención.

Criaturas estúpidas, mamíferos escurre ubres, explotadores de la ignorancia y prosudos fútiles. Aparentes gestores de la inclusión para en seguida omitir las libertades individuales y el derecho al disenso. “Vendedores de miel al colmenero”, besos y alma de Judas. Dejarse llevar por esa desordenada corriente significa caer en el pozo séptico del pensamiento destructivo.

El discurso de los extremos pende del delgado cordel de la capitulación ideológica, la representación de las acciones crueles en busca del poder, el error no aprendido y la plena consciencia de lo que hace en provecho propio; es decir, todos los males de una vez. Por lo demás, no “quiero perro con cencerro”.