Si un extraterrestre irrumpiera de sopetón en algún coctel concluiría que aquí no pasa nada a juzgar por las sonrisas de oreja a oreja de los asistentes.
Domingo ficticio, diciembre inventado, Disneylandia fugaz, paseo
de día entero, hoguera de vanidades. Todos son sinónimos de
esta vieja costumbre de la civilización llamada coctel.
El coctel es un baño sauna o turco en traje de parada. Allí, un
prestigio masculino o femenino dura lo que dura un suspiro por la fulanita que nos castiga con su espléndido desdén.
¿Qué tal grabar las dispersas y atropelladas conversaciones de
los cocteles y proyectarlas después en el desastre del guayabo? El
mundo sería una onza mejor.
En el coctel todo el mundo habla al tiempo, nadie entiende, todos tienen la razón. Los une el cordón umbilical de la carcajada.
Otro denominador común es que todos se celebran los chistes.
No sólo los del sagrado anfitrión que siempre tiene la razón. Si el
homenajeado de turno posee capacidad de nombramiento y remoción ni se
diga. Seguirá siendo el rey antes y después de la tenida etílica. El arribismo siempre estará a la orden del día.
Como el anonimato no es el fuerte de los cocteleros, a la hora de
la foto todos se despelucan para mirar el pajarito. O para decir
«whisky», mágica palabra que parece que sólo estremece
aquellos músculos de la cara que hablan de la alegría. (El mundo anda mal porque la gente dice “whisky” para la foto, en vez de bebérselo, anotó alguien).
Para sobrevivir a cualquier coctel un exdiplomático de carrera
daba este consejo: «En los cocteles, muévase».
Si se quedó sembrado en un rincón, se fregó con jota. Le tocará
hablar sólo, leer el directorio telefónico, charlar con el Ángel de
la Guarda si todavía está sobrio, o doblarle la propina al mesero
para que le mantenga ocupado el guargüero.
Los másteres en «coctelología» rotan con su sonrisa y su espléndido ingenio. Y siempre con el vaso lleno. Claro, al llegar han deslizado una madrugadora propina en el bolsillo del mesero que queda vacunado para toda la noche.
Como conocen a todo el mundo, los profesionales del coctel halagan aquí, mienten allá, repiten el mismo chiste contra el gobierno y hacen quedar mal a mengano preguntándole si todavía le hacen vale en el motel equis.
Estos cínicos sin hígados que tienen patentada una forma
exquisita de agarrar el vaso, se despiden enviando
saludes a «tu mujer y a los niños».
Si el coctel es gobiernista, la conversación girará alrededor de
la última encuesta favorable al César de turno. Los gobiernistas modelo 2019 hablarán de “Iván” y loarán al “presidente eterno” que les permitió regresar a la finca.
Pero llega el momento en que la pequeña farsa termina para todos.
Es cuando nos toca guardar la sonrisa de coctel y regresar al
inevitable anonimato de nuestra casita, donde no nos comen carreta
pues conocen nuestra vida doble de Jekyll y Mr. Hyde.
Allí quedamos en la compañía de nuestras minúsculas pequeñeces. Y víctimas de mayúsculo guayabo que invita a marcar el celular de los AAbstemios. O del médico de la prepagada…
Más historias
¡GANGAZO! Espectacular finca Atardeceres, en Valparaíso, en el suroeste de Antioquia
¿Dónde está la plata de la alcaldía de Quintero?: Fico Gutiérrez
Se nos fue Mauricio Álvarez, el padre del archivo sonoro más grande de la selva de América Latina