26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Reflexiones desde el norte: La Diáspora Venezolana y Centroamericana

Rafael Bravo

Por Rafael Bravo

  • “Salí de Honduras porque no tengo que darle a mi familia” 

La decisión de migrar es un acto de valentía y arrojo. Unos por necesidad, otros por la oportunidad que aparece solamente una vez. El milenario fenómeno migratorio es una aventura a través de la cual el ser humano expresa su deseo de explorar nuevos rumbos en espacios geográficos desconocidos, no importa la incertidumbre que ello traiga. Lo que todo migrante lleva consigo es la esperanza por un futuro mejor, al igual que un sentimiento de desarraigo nada fácil de superar. Donde sentirse extraño y en no pocas veces rechazado, obliga a echar mano de la fortaleza de espíritu y demostrar que la desesperanza no es parte del lenguaje del inmigrante. 

En América Latina están ocurriendo simultáneamente varios movimientos migratorios en direcciones opuestas. Por un lado, la diáspora venezolana que aprovecha la fragilidad de la frontera con Colombia llega al país que les abre las puertas unas veces fraternalmente y en otras con rabia y recelo. Hace algunas décadas, los colombianos ingresaban en masa a la Venezuela Saudita, también en la búsqueda de mejores condiciones. Quienes los rechazan no entienden que ese camino espinoso los obliga a seguir adelante sin mirar atrás. Aquellos que no se han atrevido a emigrar nunca sabrán lo que significa pasar de ser ciudadanos de origen a parias despatriados. 

Muchos se enrumban hacia el sur. Ecuador, Perú o Chile es la meta. Un trayecto aún más largo y penoso. Resueltos en ese propósito, duele en lo más profundo ver a hombres, mujeres y niños deambular por carreteras y caminos con la ilusión de llegar a unas tierras que poco les podrán ofrecer pues las desigualdades y oportunidades no son nada diferentes a lo que vivían, pero queda el deseo de encontrarse con otra realidad. 

Al norte en Centro América, las caravanas que en principio se originaron en Honduras, ahora se replican en Guatemala y El Salvador. Esta narración que se repite muchas veces produce escalofrío. 

‘’ Tengo 35 años, señora y dos hijos, chicos todavía. Una niña, la menor, Heidy Carolina, tiene cuatro; el otro es varoncito, Esmin Alexander. Va a cumplir siete años este 7 de febrero. Trabajé mucho en guardia de seguridad. 

“Salí de Honduras el domingo 24. Yo salí solito, pero en el camino hay muchos grupos de gente con las que uno se acompaña. Me ha costado mucho porque aquí, en Guatemala, está dura la migración, la policía y todo. De hecho, me regresaron llegando a un lugar que llaman Poptún (unos cien kilómetros antes de llegar a la Casa del Migrante, en Santa Elena). Pero me regresé, porque no tengo nada en Honduras, nada que darle a mi familia allá. Reuní los requisitos que me pedían: una prueba de Covid y un permiso para entrar, y volví” 

Siguiendo hacia el norte a la frontera con los Estados Unidos, se agolpan decenas de miles de inmigrantes a la espera de una luz que les alumbre el ingreso a esa la ‘’tierra prometida’’. Ni las penurias, ni las condiciones adversas, ni el acoso de las autoridades mexicanas los ha persuadido de regresar. Ni siquiera Trump con su despreciable ‘’tolerancia cero’’ y que ha dividido a tantas familias fue capaz de detener la ola migrante. 

Joe Biden con su anuncio de una reforma migratoria no la tiene fácil. El congreso paritario donde abundan los nativistas y enemigos de la migración harán hasta lo imposible por bloquear la legalización de los que ya están en el país, así como de los que esperan pacientemente al otro lado en Tijuana. 

Entretanto, Iván Duque presidente de Colombia anunció un plan de protección temporal que se propone regularizar a cerca de un millón de migrantes venezolanos indocumentados que ya se encuentran en el país. El naciente Estatuto Temporal de Protección para Migrantes Venezolanos (ETPV) busca integrar a esa población y permitirle acceder con mayor facilidad a trabajo formal, educación y salud. Colombia ha sido el principal receptor de inmigrantes en una cifra que sobrepasa el millón setecientos mil ciudadanos de origen venezolano. 

Los elogios mundiales que reconocen ese esfuerzo, desde el secretario de la ONU hasta el Alto Comisionado para los Refugiados, contrastan con la ignorancia de quienes, con acento xenofóbico, ven como amenaza la llegada y regularización de esa masa de refugiados cuya culpabilidad recae sobre el sátrapa de Caracas.