3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Redes sociales: más allá de la ética de las ganancias, está la formación cívica y la urbanidad

Por Enrique E. Batista J., Ph. D. 

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Los seres humanos somos seres sociales. Aceptamos vivir en sociedad, en grupos integrados y solidarios, gobernados por un conjunto de reglas aceptadas y acatadas para facilitar la armonía general y el reconocimiento mutuo de nuestra inherente bondad. No cabe una concepción de una humanidad asocial, con seres anacoretas, aislados y sin metas altruistas comunes.

Aumentamos nuestras posibilidades de supervivencia como especie si convivimos  y permanecemos juntos, unidos en  sana armonía, acompañados  del conjunto de valores humanos que nos permiten la convivencia pacífica, el respeto y aprecio de la valía de los demás, el trabajo solidario en equipo y el conjunto adicional de reglas con base en las cuales niños y jóvenes pueden encontrar ya construido el hábitat social que les facilitará insertarse de manera productiva en cada comunidad, con su ethos particular y con los bienes culturales y materiales universales que promueven la formación del carácter propio y el desarrollo pleno y sano de la personalidad.

De ese modo, las sociedades dan curso a los procesos formativos y a la instauración de modelos de educación formal, los cuales tienen como fin supremo el aseguramiento de que todos puedan insertarse de modo fácil, sin obstáculos  y de manera  creativa y productiva para ellos y para la sociedad y cultura a las cuales pertenecen. Con un conjunto de reglas y acciones humanas acordadas, se construye la identidad individual y la cultural, las que en sí mismas se convierten en el valor esencial de supervivencia de la cultura y también de la especie humana.

Se educa a las generaciones jóvenes para promover los valores supremos y la supervivencia de la especia humana. Lo que se ha llamado «civilización», corresponde al mandato y pacto social de ser «cívicos», de alcanzar la civilidad o la capacidad consensuada para ser capaces de convivir en grupos sociales, solidarios, de identidad cultural signada por cada comunidad. Los comportamientos cívicos son la base para consolidar la unión de los grupos humanos, agrupados en poblados de distintos tamaños, en la «civitas», la ciudad. De ahí, la imperiosa e infaltable necesidad de fundamentar y aplicar la formación cívica de los niños y jóvenes para que sean capaces, con valores, habilidades actitudes aprendidas y demostradas, de poder vivir en la «urbe» (de ahí la urbanidad), de muchos o pocos habitantes.

Vivir en la «civitas», o en la «urbe», requiere la formación cívica y la urbanidad; sin ellas, los procesos formativos son débiles e insuficientes. Hoy hay mucho de urbanizar (eliminando o arrasando tierras fértiles) y de urbanizaciones, pero muy poco de urbanidad.

Vivir en la ciudad, o en la urbe, implica conocer, aplicar, promover y respetar normas, recorridas tanto de deberes como de derechos. Normas que están insertas en la naturaleza esencial del Estado Social de Derecho. O sea, que los procesos formativos, mediante estrategias en los diversos niveles educativos y en la educación familiar e informal, apuntan a la formación del ciudadano, a su participación libre y consciente, abierta y sin exclusión, en la vida política de su nación.  Por tal motivo, se habla de la «polis», voquible griego asociado a la «Ciudad – Estado» y a la correspondiente e ineludible participación política de los ciudadanos tanto en los espacios rurales como en las ciudades (cada vez más cosmopolitas, o metropolitanas).

La cívica y la urbanidad representan convenios y compromisos en torno a normas que favorecen el bien común y la solidez de las organizaciones sociales; cuando ello no ocurre, se entroniza y se vive en una situación caótica que aniquila los focalizados esfuerzos para la debida formación de los niños y los jóvenes. Algo, y mucho de esto, está ocurriendo en la vida que se vive en el mundo digital. En ese mundo, bastante conspicuo, en donde los amigos ahora se llaman «contactos», en donde el ejemplo de los valores a seguir son los que representan, entre otros, los  «influencers»; o sea, personas, usualmente con algún respaldo comercial, que muy pocas veces representan los supremos valores de una sociedad, que son los que dan fundamento a los avances sólidos de integración humanitaria alrededor de principios esenciales  y de sanos comportamientos.

Tales redes, por el contrario, se han constituido en espacios ofrecidos por dueños de las plataformas digitales a quienes importa poco la construcción de nuevas sociedades y el mantenimiento y preservación de valores esenciales de convivencia humana, de la democracia y de la diversidad de culturas diseminadas a lo largo y ancho del mundo físico.

Importa a los dueños de las plataformas en las que se radican las redes sociales, como ya sabemos, primordialmente las ganancias monetarias que derivan de más y más personas afiliadas con la muy ofensiva denominación de «usuarios» que, con frecuencia, son más bien súbditos, esclavizados digitales, sujetos movidos por los alfiles de los dueños de las mismas, en donde no parece importar que el mundo se rigiera por principios y valores morales y éticos.

Son esas redes  ambientes en donde todo parece valer;  carecen de una intención formativa que pueda reconocerse como orientadora de las acciones que puedan o no tener cabida en una vida civilizada, como tampoco existe o ha existido manera de lograr que los poseedores de las plataformas introduzcan las restricciones necesarias para que sus sometidas comunidades digitales promuevan procesos formativos integradores de personas,  de culturas y de las sociedades diversas que existen en el mundo físico.

En esas redes encontramos buena parte de las conductas impropias que no quisiéramos observar en nuestros hijos, alumnos, amigos o conciudadanos en general. Han evolucionado para llegar a ser campos de interacción, sin ley y  sin orden,  sin principios y sin valores morales; son, más bien, habilitadoras de espacios para comportamientos nada éticos que sus patrocinadores,  sin rubor, no pueden esconder sus intenciones carentes de legítima humanidad. La ética de las ganancias no es la que nos debe regir en el mundo físico y tampoco en el digital.

Desde los comienzos de Internet, existió una preocupación seria y bien intencionada para fomentar buenas prácticas sociales y buenos comportamientos; en su momento se llamó «netiqueta», como conjunto de reglas que nos aseguraban un uso debido de los avances digitales que se vendrían. Surgió también la idea de la identidad digital y de la ciudadanía digital; esta última concebida como una ciudadanía global, que se fundamenta sobre claros principios de conveniencia social y sobre las oportunidades para acrecentar la posibilidad de construir sociedades pacíficas, democráticas y también la convivencia entre culturas y naciones.

Se precisa aquí reiterar la denuncia que ante el Congreso de los Estados Unidos hizo Frances Haugen, una exempleada de Facebook, indicando que tal red daña a los niños y a la democracia; desestabiliza las democracias y hace que las niñas y mujeres se sientan mal con sus cuerpos. Indicó que la «la compañía ha elegido repetidamente poner las ganancias por encima de la salud mental de sus usuarios (sic), incluidas las adolescentes que usan las plataformas de redes sociales… El liderazgo de la compañía sabe cómo hacer que Facebook e Instagram sean más seguras, pero no harán los cambios necesarios porque han puesto sus ganancias astronómicas antes que las personas». De parte de los senadores hubo afirmaciones como estas: «El daño al interés propio y la autoestima infligidos por Facebook hoy perseguirá a una generación», «El mundo algún día mirará hacia atrás y preguntará: ¿Qué demonios estábamos pensando?», «Su tiempo de invadir nuestra privacidad y abusar de los niños ha terminado». (https://rb.gy/nxbxqv). Existe el consenso de que Facebook (ahora Meta) representa una seria amenaza para la sociedad y el futuro de los más jóvenes.

Se han hecho evidentes y probados los daños que la ausencia de normas para la sanidad mental, física y social, han tenido y tienen  esas redes en niños y jóvenes, lo cual ha generado preocupación genuina por su futuro.

No podemos permanecer indiferentes, fríos e impasibles.  Los niños y jóvenes están siendo dañados en tales redes; existe una seria interferencia con los procesos formativos que se dan en los hogares y con los que llevan a cabo tantos bien dedicados maestros en las escuelas.  Así, el futuro de niños y jóvenes, y de toda la sociedad, no será nada brillante.

Es preciso actuar para que los múltiples usos beneficiosos que esas redes tienen sean a los que ellos tengan accesos para así asegurar su futuro y el de las distintas naciones y culturas, las que con frecuencia acrecentada son avasalladas por el mercantilismo digital. En un próximo artículo resaltaré los diversos campos en los que las redes sociales pueden, y deben, ser usados con beneficio para niños, jóvenes y todos los adultos.