7 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Que vuelvan los hinchas al estadio


Por Horacio Toro

Para los de más de cuarenta años es fácil recordar qué era una ida al estadio: apoyar a nuestro equipo, chiflar al contrario, echarle la madre a los árbitros, pelear a la distancia con técnicos y jugadores y esperar a que ganáramos para, por fuera del estadio y en medio de unas cervezas y guaros, burlarnos del que perdía hablando del partido y de los demás partidos.

Eramos un solo grupo, los hinchas, no había barras bravas ni fronteras invisibles. Así que Nacional y Medellín o Santafé y Millonarios o Cali y América eran solo circunstancias y no nacionalidades.

Pero esto cambió y llegaron grupos de personas que importaron una moda de la Argentina, que lo importó a su vez de los hooligans de Inglaterra. Una manera de vivir distinto el fútbol, incluyéndole la violencia.

No entendíamos por qué era necesario intimidar a los demás solo por un juego, pero, a diferencia de mejorar cada día, fue empeorando y ya no era solo en el estadio sino fuera de él y aparecieron los distintivos permanentes, no para distinguir los propios sino para estigmatizar a los contrarios.

Esto llevó a que muchos aficionados nos retiráramos con nuestras familias y amigos de los estadios que pasaron de ser un sitio de esparcimiento a un campo de guerra.

Cantos hirientes y despectivos, brincos intimidantes, vestidos o desvestidos amenazantes y tribunas privilegiadas, la modernidad de los fanáticos que usaban su tiempo libre para tratar de agredir a sus contrarios, incluso hasta la muerte.

¿Cómo llegamos a esto? Fácil, todos ayudamos. Los que nos creíamos buenos nos fuimos, los violentos con la complicidad y el patrocinio de los clubes los empoderaron, los medios de comunicación alcahuetearon su comportamiento y la policía vio, oyó y dejó hacer.

Se volvieron tan poderosas estos grupos, que pasaron a identificarse como pequeñas repúblicas y todos las conocimos como las barras bravas, que se pueden definir como grupo de seres aparentemente humanos de comportamiento agresivo con la única finalidad de intimidar a la comunidad. Estas barras pasaron de clientes a codueños de los equipos y pasaron de pedir a exigir y ahí estamos.

Hoy le tocó a Nacional pero no hay quién pueda lanzar la primera piedra. Todos los equipos y todas las alcaldías han hecho concesiones y han privilegiado estos grupos.

Hoy a Nacional le tocó bailar con la más fea ya que le dio por parar en seco la extorsión que está viviendo, matizada como “privilegios”, de la barra “Los del Sur” pero no se contaba con que el alcalde, la primera autoridad del municipio, el ejemplo de institucionalidad, se pusiera de parte de los violentos y acusara a un equipo de fútbol de “hacerse oídos sordos”, complementado con “no me conoce” y con el contundente “cree que me va a tratar a mi así”. Al mejor estilo de la mafia siciliana, la Cosa Nostra.

Para todos es claro que las agresiones a los periodistas en el hotel, como los desmanes del domingo en el estadio no son hechos aislados o espontáneos, sino que son parte de un plan de presión, tal como hacen los delincuentes de la guerrilla para ser oídos.

Quintero hizo gala de lo que mejor sabe hacer, meter la pata, respondió como un patán y castigó al club. Es una actuación tan torpe la de Quintero que quiere hacerle pensar a la gente que “él pone 800 policías por partido” como si el Municipo los pagara.

Señor Quintero, esos policías los pagamos todos y para este caso los paga la Nación. Supongo que los 1.500 policías que necesita para su promovido concierto de rebelde, eso no cuenta, ¿verdad?

¿Qué viene ahora? Dizque dialogar. Con quién, preguntó yo. ¿Con los extorsionistas a ver si bajan la tarifa? ¿Con Felipe Muñoz de quien dicen que no solo es el ideólogo de esta barra, sino que la maneja y es invitado permanente de las decisiones de club? ¿Con el alcalde que es parte de los contradictores y que se declaró enemigo del club?

No veo con quien hay que dialogar. Pienso que el camino es lo que está haciendo Mauricio Navarro: trazar una raya, poner condiciones y esperar que al alcalde le dé la gana de alquilar, no de prestar, como dice él, el estadio. Mientras tanto jugar en Barranquilla, Pereira, Cali o Bogotá, allá también hay afición para llenar los estadios.

Si hoy ceden las directivas de Nacional, van a pasar otros años para quitarse de encima estos delincuentes. Los hinchas de Nacional no son estos 10.000 barristas bravistas. Los hinchas de Nacional son como mínimo dos millones en Colombia. 

Así que lo que hay que hacer es sacar del estadio este tipo de sujetos para que regrese la alegría y que vuelvan los hinchas al estadio