5 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

No. No se puede regresar a la normalidad

Por Enrique E. Batista J., Ph. D.

https://paideianueva.blogspot.com/

Hemos vivido en un mundo y sociedad muy anormal. Hay que aplanar la curva del coronavirus y también muchas otras curvas  mortíferamente infecciosas presentes en el mundo.

La expresión oída y promulgada tantas veces en estos días de “regresar a la normalidad que algunos con nada afortunado eufemismo han llamado “la nueva normalidad”, asume que vivíamos en un mundo y sociedad normal, cuando todos sabemos que la sociedad  mundial está recorrida por una gran cantidad de anormalidades creídas, sostenidas como verdades en sí mismas, toleradas o aceptadas con pasividad, impuestas o simplemente aceptadas con resignación. No. No vivimos en un mundo normal. No podemos “regresar” a lo imperfecto, a una nueva imperfección, a las desigualdades, inequidades, exclusiones, pobreza, desnutrición infantil y hambre, desempleo, educación de baja calidad, violencia, enfermedades endémicas, destrucción del planeta, carencia de seguridad social, y muchas otras anomalías, sufridas o pasivamente consentidas, de un mundo nada “normal”.

Sabemos que el mundo no será igual después de la pandemia. No hay ninguna “normalidad” a la que regresar. La manera cómo concebimos la globalización de nuestras relaciones y economías, las maneras cómo vimos, trabajamos, nos relacionamos, estudiamos y cooperamos han sido afectadas de modo esencial. También ha sido demostrado qué somos seres altamente débiles y susceptibles de ser dañados, y hasta aniquilados, en menos de 100 días.  Esos cambios muestran que no hay manera de volver al mundo anterior a la “normalidad” a esa “nueva normalidad” que predican algunos.

¿Regresar a la normalidad? De qué normalidad estarán hablando o fantaseando algunos que con sus conceptos nada bien fundados y a la ligera pueden llevar a reaperturas de espacios y ambientes de trabajo, recreación y de estudio de manera precipitada. Se precisa garantizar, entre otros, el derecho a la educación, pero también, y por encima de todos, el derecho a la salud y a la vida.

Como ejemplo tómese a Corea del Sur que reabrió sus escuelas en mayo de 2020 para muy poco después, en menos de 10 días, tener que cerrar cientos de ellas por la aparición de nuevos brotes del covid-19. La corresponsal de la BBC en Seúl dijo que “la situación está lejos de ser normal”. Allá, además, fueron cerradosparques públicos y museos; las autoridades han vuelto a insistir en que las empresas flexibilicen sus agendas de trabajo y a reiterar la recomendación a los ciudadanos para que obedezcan el distanciamiento social y demás normas del confinamiento por el bien de la educación de los niños. (https://bbc.in/3726oz7).

Es evidente que el “abre y cierra” de las escuelas acrecienta los efectos psicólogos negativos sobre los alumnos y sus maestros así como los niveles de motivación para el mejor desempeño escolar. Contribuye, así mismo, a incrementar la ansiedad de los padres de familia y a perturbar su tranquilidad.

Hemos escuchado y aprendido que  para proteger a toda la población se precisa reducir el riesgo de propagación del virus y “aplanar la curva”, lo que equivale, dicho de manera breve, a retrasar la tasa de infectados, disminuirla en el tiempo, evitar el colapso de los servicios de salud con el consecuente aumento de mortalidad y de infección a los profesionales de la salud.

Pero a los ciudadanos del mundo no bastará que se logre el necesario aplanamiento de la curva de esta pandemia. Necesitamos saber qué ocurrió, por qué ocurrió, quiénes escondieron la verdad, qué autoridades actuaron con desidia o pecaminosa omisión, en qué y porqué hubo posibles fallas u omisiones de parte de la Organización Mundial de la Salud.

Hay que aplanar la curva de mentiras y engaños que buscan ocultar responsabilidades de quienes con sus acciones han contribuido a que haya tantos muertos, desempleados, recesión económica y confinamientos perturbadores de la vida cotidiana con sus amplios efectos negativos psicológicos. Los ciudadanos del todo el mundo requerimos que se aclaren las verdades cubiertas por sofismas distractores por algunos, pedimos que se aplane la curva de las mentiras.

Necesitamos aplanar las estrategias de comunicación con la que se han tratado de comunicar que no ha pasado mucho y que vamos camino a lo que fue y debe ser normal. Hay que aplanar las “fake news” con las que se pretende rehuir responsabilidades y salir adelante diciendo que ya, y a la ligera, se puede regresar al mundo previo a la pandemia.

Requerimos que se lleve a cabo de manera autónoma e independiente una investigación global sobre los hechos que crearon la actual tragedia de modo que los responsables asuman las consecuencias de sus acciones u omisiones al ser juzgados por las autoridades de los países o por las Cortes internacionales.  La impunidad no pude regresar a su “normalidad”.

Hay que aplanar muchas otras curvas para así vivir una nueva realidad, alcanzar el mundo como siempre debió ser. No se puede pensar que será normal que los millones de desempleados mirarán y vivirán con optimismo el regreso a la supuesta normalidad. No se puede regresar a la normalidad donde la concentración  de la riqueza global la acumulan muy pocos que se pueden contar con los dedos de la mano. No se puede regresar a un mundo normal  plasmado de desigualdades donde reina la pobreza de todos.

Tampoco se puede pensar que volveremos a la normalidad con las carencias universales de acceso a servicios de salud eficientes y eficaces. Hay que aplanar los males en el sistema de salud en donde los profesionales de ese campo son desvalorizados y mal remunerados, aplanar las muy visibles arrugas del sistema de salud en donde las drogas son de muy alto costo o no están disponibles, aplanarlas para que recibir la atención médica oportuna a la que se tiene derecho no se alcance por la vía de las tutelas. En el campo de la salud, no se puede regresar a esa “normalidad”. La pandemia mostró el alto valor humano de los profesionales de la salud y el desprecio y poca valía que se les reconoce y asigna.

Hay que aplanar la curva de las muy visibles carencias educativas. Regresar a la normalidad educativa, hacia las escuelas que siempre funcionaron con la constante de la anormalidad, desprovistas de adecuada infraestructura física vetustas y calamitosas, que no cumplen normas de sismo resistencia; escuelas carentes de recursos tecnológicos y de los demás medios necesarios para una  enseñanza y aprendizaje esenciales y significativos, con maestros mal pagados y nada reconocidos, con  una educación superior pública desfinanciada, con deserción estudiantil cercana al 50%, con valores de las matrículas impagables y con sus modelos de admisión excluyentes. Escuelas con alumnos mal nutridos y sin cobertura en salud, escuelas sin agua potable  y alcantarillado, sin acceso a Internet, escuelas con cobertura muy baja en la educación media, escuelas con bachillerato que no cualifican para la vida ciudadana y tampoco para el trabajo productivo. Y mucho más. No. No se puede regresar a esa “normalidad”. La educación y las escuelas no han sido normales para que se pueda predicar un regreso de ellas a la muy pregonada “normalidad”.

Hay que aplanar la curva de las desigualdades, entre ellas las de género, la de la exclusión e inequidad, aplanar las curvas del desempleo, la de la explotación sexual de niños y adultos, la de los empleos crecientes en la economía de la informalidad a las que son forzadas miles de familias, siempre las más excluida, para una subsistencia indigna e infrahumana. Esa no es ninguna “normalidad” a la que debemos regresar.

Hay que aplanar también la curva de la podredumbre que recorre a todos los países del mundo como lo son la corrupción, la evasión y elusión de impuestos que enriquece a algunos y compromete la inversión social para beneficio de a las mayorías. Se estima que cada año en el mundo los corruptos se roban un trillón de dólares de presupuesto público por sobornos  y que con la evasión fiscal esa cifra se triplica. Con esos dineros se erradicaría la pobreza en todo el mundo. (https://bit.ly/3cm1xty).  El Secretario General de la ONU, António Guterres, ha destacado que los pobres y vulnerables son los que más sufren los efectos de la corrupción en el mundo.

Indicó Guterres que la corrupción trae, entre otras, las siguientes consecuencias: Roba a las escuelas, hospitales y otros servicios vitales; priva a las personas de sus derechos; daña el medio ambiente; destruye las instituciones; desencadena conflictos; colapsa las instituciones políticas y sociales; y agrava la impunidad. (https://bit.ly/3cqluz8). Esa no es, claro está, la normalidad a la que hay que regresar sabiendo que la pandemia ha cambiado casi todo y algunos querrán que se diga y se crea que ya todo es normal “otra vez”, que  está abierto el camino de regreso a una “nueva normalidad”.

No podrá haber una “normalidad” concebida dentro de la podredumbre que no tiene miramientos éticos, que desconoce las normas del Estado social de derecho, los derechos humanos de todos, el civismo, la urbanidad, la convivencia y respeto por la salud del planeta y su biodiversidad. El mundo para ser “normal” tiene como una de sus condiciones tener ciudadanos éticos.

Regresar a la pregonada “normalidad” llevará a rebrotes de los males que han aquejado en lo social a las diversas comunidades en el mundo; llevará a que el mundo siga igual como si nada hubiese pasado, a pesar de la  presente masacre genocida, llevará al continuo reinado doloroso de las curvas no aplanadas y que la inequidad social, las injusticias, la exclusión y la discriminación sigan rampantes. Serán rebrotes que resurgirán engrandecidos en mitad de la indiferencia y silencio cómplice que no podemos permitir en sociedades democráticas, igualitarias y justas.

Requerimos más bien que surjan brotes de riqueza interior, de formación cívica, cultural, humanista y humanizantes para que después de la pandemia encontremos los caminos para el mejor estar humano colectivo y la garantía de los derechos ciudadanos de todos y cada uno de los habitantes del planeta. Para ello, es necesario aplanar muchas curvas de las cuales aquí se han mencionado sólo algunas.