Berlín lleva por dentro la tragedia de una mujer fatal y la leyenda de una mujer hermosa. Es misteriosa como un gato con sus sietes vidas intactas. Tiene la alegría de unos ojos que por primera vez se tutean con el mar. O con el amor.
Si Berlín tuviera piernas, llevaría las de la divina Marlene Dietrich quien cantó: «Berlín sigue siendo Berlín». Cuando murió la Dietrich, un cronista francés escribió para la posteridad: “Tenía la edad de nuestros sueños”.
Recorriendo sus calles, espanta la incierta posibilidad de tropezarse al doblar una esquina con el bigotico libidinoso y facho de Adolfo Hitler. (A propósito: no está claro por qué muchos decidieron decorar su labio superior imitando el mostacho desestabilizador del marido sin sexapil y sin hígados de la Braun).
Ninguna ciudad como Berlín se parece a su nombre. Ni el muro, en sus peores días logró dividir su encanto de la metrópoli que fue capital de la RDA y de la RFA.(Lea la columna).
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