3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Memorias de un hombre “culto”.

Por Oscar Domínguez G.

Como en Aguadas hacen sombreros, decidí ponerle espejo retrovisor a mi hoja de vida cultural y descubrí que no soy tan caído del zarzo.

Asistí a un concierto dirigido por un tal Herbert von Karajan, con motivo de los 750 años de Berlín, Alemania, no Berlín, Medellín, el barrio donde crecí oyendo tangos en la tienda de mi abuelo. El negocio era una especie de “Belle de Jour”: tienda de día, bar de noche.

Desde que vi en acción a Herr Herbert he creído que los directores suelen llevarse los aplausos porque ponen cara de tocar todos los instrumentos al mismo tiempo. Lo de la batuta es por despistar al enemigo

En mi prontuario cultural también figura una ida a la ópera Don Carlos, en Munich. Solo es vez fui a la ópera, pero principio tienen las cosas.

En este desorden de ideas, recordé que nadie sabe para quién trabaja: Así como “Para Elisa”, a espaldas de Beethoven, se utiliza para vender paletas, una invitación que incluye ópera en el menú, nos da un impensado barniz cultural que no estorba en ningún currículo.

Esa noche muniquesa trataba de no dormirme. No sé si por la música de Verdi o por el libreto a cuatro manos, en imposible alemán, pero me dieron ganas furiosas de estornudar.

La solemne sala estaba sumida en su “silencio mudo”, con excepción de los bajos, tenores, barítonos, sopranos, contraltos y demás gargantas profundas que se ganan la inmortalidad interpretando el bel canto.

Tenía el incontenible estornudo ahí no más, pero era consciente de que no podía hacer quedar mal a mi patria colombiana haciendo tercermundista ruido.

Dije para la posteridad algo que me habrían podido poner de epitafio: aquí muero, pero no estornudo. Y me encomendé a Santa Cecilia, patrona de la música. De pronto, cuando iba a colgar los tenis, la orquesta entró con “tutti”. La sala en pleno estornudó.

Todo el mundo lo hizo menos yo. Misterios de Santa Cecilia que se manda su humor teológico. Necesité atravesar el charco para constatar que los alemanes también estornudan como cualquier sacristán. O concertino alterno.

En otra ocasión ronqué en una obra de teatro en el Broadway neoyorkino y quise entrar a la casa de Beethoven en Bonn, pero no fui admitido: ese día la casa estaba cerrada al público. Mi decepción fue tal que casi me quedo sordo en solidaridad don Luis Van. (La foto la tomó mi fallecido colega Arturo Menéndez).

Me tuve que contentar con la foto a la entrada de la casa lo que NO me ha habilita para distinguir entre la novena o la quinta sinfonías y una guaracha de Daniel Santos, el Anacobero.

En Estocolmo, asistí a la entrega del Nobel a García Márquez. En la ceremonia la orquesta tocó el Intermezzo Interroto del concierto para orquesta de Bela Bartok, el músico preferido de don Gabo. En mi vida, había oído hablar del señor Bartok. Me lo contó un amigo, ese sí ducho en esas músicas.

También conservo una imagen mía de la fiesta que le armaron al Nobel en la Casa del Pueblo…. pero el escritor ya había pasado frente a mí.

Habría dado esta vida y la otra para asistir al concierto que dieron los Rolling Stones en Bogotá. No alcanzó mi “flaca bolsa de irónica aritmética”. Como del ahogado el sombrero, en una visita de Bianca Jagger, una de sus ex, a un festival de poesía en Medellín, me hice una selfi con ella.

Donde nadie me oiga suelo reconocer que mis “conocimientos” me llevan a aplaudir a destiempo. Una pausita, y este moreno se despacha frenético.

Uno nace con los polvos y los aplausos contados, pero siempre me los gasto a destiempo… Entiendo el aplauso como un salario adicional en especie.

Pensando en gente como yo que no ha pasado de la Sonora Matancera, en algunas salas adiestran a los giles en música para que no aplaudan por cualquier do de pecho (¿o será re?) que oigan, y nos sugieren que dejemos las congratulaciones para el final.

Yo tenía un sueño y era conocer a Daniel Santos y después no morir: lo conocí en el Coliseo Cubierto El Campín la última vez que estuvo en Bogotá. Hizo las veces de telonero de Celia Cruz. Me perdí a Celia porque tan pronto el Jefe terminó le montamos la perseguidora.

El Gota Miguel Menéndez, hermano de Arturo, nos tomó los retratos. Mis memorias de hombre culto no dan para más.