2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Los bizcochuelos de dios

Oscar Dominguez

Por Oscar Domínguez G.

Las monjitas que obedecen la batuta de sor Margarita demuestran todos los días la existencia de Dios haciendo los mejores bizcochuelos del mundo. 

Para dar con el convento en el barrio Mesa, de Envigado, Antioquia, los interesados se pueden guiar por el olor de los bizcochuelos y por lo que la pintora-reportera Catalina Jaramillo, mi bella sobrina, denomina “olor al misterio de la santidad” que se desprende del “Monasterio de la Inmaculada y de San José de Envigado. Hermanas Concepcionistas”, según reza la placa exterior con exceso de mayúsculas.

Hace un mundo de años, cuando fundaron el monasterio, el Espíritu Santo aportó el “modus fabricandi” de los bizcochuelos. Para empezar, la materia prima es la oración y una metáfora estremecedora que se lee en una de las paredes de la pequeña sala de recepción del claustro: “La vida es un relámpago entre dos eternidades”.

Oraciones y metáfora se revuelven con 6 huevos, 12 cucharaditas de azúcar, 16 cucharadas de maizena, 1 cucharaditas de bicarbonato y una pizca de sal.

He mentido piadosamente en las medidas para evitar que a las monjitas les monten competencia. Tampoco diré cómo se baten las claras a punto de nieve, en qué momento se les incorporan las yemas y el azúcar hasta hacer un ponche grande. Sólo por cristiana caridad adelantaré que la batidora debe ser de las grandes, pues las caseras no dan un brinco.

En los mínimos ratos de ocio que les quedan, las hermanitas –suspiros de Dios- preparan fiambres para paseos, tamales, empanadas, pan, pandequeso, panelitas, merengues y rollos de pechuga hechos por encargo. Todo adobado con la salsa celestial de la espiritualidad que todavía no venden en la tienda de la esquina ni en el más sofisticado supermercado. (Cómprenles que voy con un avaro 20% sobre las ventas).

Claro que como no solo de pan y de rosarios viven las monjitas, también le jalan a la fabricación y venta de bordados, pinturas, tarjetas, pergaminos y marcado de diplomas.

Para eso, de tanto oír el sonido del silencio de la clausura, han perfeccionado una hermosa letra de monje benedictino.

Después de consumir los bizcochuelos de clausura uno queda con la hoja de vida gastronómica mejorada para siempre, y con la sensación de haber ido a misa y de haberse confesado y comulgado. Todo por el mismo precio. (Notas publicadas inicialmente en El Colombiano, de Medellín).

Mi única amiga de clausura.