Por Oscar Domínguez G. (foto)
Escenario por estos días del match por el campeonato mundial de ajedrez, Londres es la capital de tres países en cuya jurisdicción han pelechado “juguetes” tan disímiles como el fútbol, el golf, el whisky, las
novelas de detectives, la anestesia, la monarquía, el humor, la paradoja.
Y como si lo anterior fuera poco, los ingleses descubrieron a los gringos.
Pero la ciudad diez es mucho más. Un londinense no le niega una paradoja a nadie. Si no tiene a mano una de Wilde, se la cambia por una perversidad de Shaw. O por una sonrisa muda de Chaplin, de quien los británicos afirman que es “todos los domingos del año”. (Foto, escultura de Chaplin en Rio de Janeiro. Es de alambre).
Si desea convertir cualquier día del año en nostálgica noche navideña, relea a Dickens.
En Londres a los espectadores de gallinero les dan el alias de “the gods” (los dioses) por su cercanía al cielo. ¡Aleluya!
Conservan dos costumbres: el té que toman a la torera hora de las cinco de la tarde y que importaron (el té, no la tarde) a bordo de chalupa desde la India; también decidieron eternizar la monarquía, una institución tan arcaica como un periódico de la semana entrante. (Lea la columna).
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