4 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

“La verdadera historia de…”

Por Claudia Posada

Es difícil establecer qué es más grave -entre otras vergüenzas de nuestro país- si la osamenta y despojos humanos que se están encontrando arrinconados, esparcidos, o enterrados en fosas comunes de cementerios cuasi abandonados, o la indiferencia de buena parte de la dirigencia política, al igual que de algunos sectores de la sociedad. Informaciones que dicen ser la “verdadera historia de…” esconden, en muchos casos, sentimientos ruines.  Ante los hechos que presumiblemente dieron origen a los macabros procedimientos, cruelmente se ponen en contexto escenarios, que como si el tema fuera una nimiedad, no obedecen a declaraciones emitidas desde las fuentes técnicas del caso, sino a parábolas astutamente construidas (algunas) a las que dan crédito aquellos ciudadanos que coinciden con las suposiciones enquistadas mañosamente en la mente de medio pueblo colombiano, por parte de los que ya reconocemos como manipuladores avezados cuya estrategia es el maquiavélico principio “Divide y reinarás”.

Describir en una columna de opinión, el asombro que nace de observar esta confrontación inaudita, es sumamente difícil. Por un lado, salen a la luz pública cada vez peores horrores, sus perversos móviles y algunos autores; mientras desde otro frente, tergiversan tales acciones desalmadas y de la peor crueldad, para empañar de alguna manera lo que se está haciendo cada vez más evidente gracias a procedimientos coordinados desde instancias a las que no pocas veces han juzgado como de dudosa reputación para bajarles credibilidad pública.  Quisiéramos tener aquella habilidad admirable, de los genios de la caricatura, capaces de interpretar un intenso sentimiento colectivo para convertirlo en la claridad de unas pocas frases que ilustran trazos – muy particulares en cada uno de los caricaturistas, con la agudeza mental que les es característica- para presentar un testimonio gráfico excelente, de un momento histórico preciso.

Cuando las redes sociales llegaron para lograr en menos tiempo más receptores simultáneamente, se da el cubrimiento que no es posible para los medios de comunicación tradicionales; a la vez, se está sintiendo el daño social que es consecuencia de la subjetividad disfrazada de información veraz.  Si es difícil, en el marco del profesionalismo, la responsabilidad y la ética periodística, conseguir el grado deseable de objetividad, qué decir de los mensajes anónimos, los textos con autores conocidos y desconocidos, y los relatos de buena y de mala fe que desprevenidamente leemos, oímos y creemos, y nos tragamos enteritos.

Polarizar asuntos tan funestos como los desplazamientos forzosos, las desapariciones y los llamados “falsos positivos” – cuya denominación correcta es la de ejecuciones extrajudiciales- es condenarnos al país y todos nosotros, a seguir padeciendo una agonía lenta (a veces se acelera) y permanente, que impide el disfrute pleno de las garantías democráticas. Las graves acciones, presumiblemente por parte de organismos del Estado, recientes algunas y otras  no tanto,  generadoras de conflictos según la historia política colombiana de los últimos veinte años, se están manejando con posturas radicales e inflexibles -y hasta irracionales- que filan para el infierno a los del Sí, a los que marchan, a los antiuribistas, a los petistas, a los de izquierda,  a los santistas; mejor dicho, a todo aquel que quiera justicia restaurativa, perdón (aunque no olvido) reconciliación,  y el anhelado desarrollo de los acuerdos (penalizando, de alguna manera eso sí, a los criminales de un lado y del otro), como paso fundamental para cambiarle el corazón al país.

Mientras nos sigan dividiendo, entre tanto no haya voluntad de conciliar y fomentar el dialogo para las oportunidades; cuando el interés soterrado de una de las fuerzas en conflicto mantenga cerrada la puerta de la reconciliación para salvar el país – pues sus prioridades son otras muy particulares-   Colombia seguirá como “corcho en remolino”; y el pueblo, así como las víctimas y algunos victimarios, tratando de sobrevivir para no ahogarnos en los espacios que hoy son vulnerados, amenazando la aparición de nuevos y muy peligrosos conflictos.