8 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La van a tumbar

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez

Pocos días después de ocuparla, el inquilino dejó claro que no venía a habitar la casa: quiere tumbarla. Debimos haberlo entrevisto, sospechado, advertido. Pero la ingenuidad no nos dejó ver la historia. Al fin y al cabo, se la pasó insultando a su anterior habitante y antes de mudarse, él y sus amigos cogieron la puerta a patadas, rompieron los vidrios de las ventanas, sembraron el terror en las calles adyacentes. 

Para cumplir su plan se trajo a unos amigos asesores, expertos en disoluciones y separatismos, que ya llevan bien avanzado su expolio en una madre patria que van a convertir en pedacitos. Una de sus tácticas es la denominada “El camaleón”, que el filósofo argentino Chico Novarro resumió así: “Cambia de colores según la ocasión”. Lo demás, es cuestión de bodegas y de aplicar el Manual del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, que sacó de la pobreza a Venezuela para sumirla en la miseria y cuyos efectos se aprecian en España, Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Nicaragua y Ecuador. 

El inquilino inauguró el derrumbe de la casa celebrando un acto a cielo abierto al que invitó a todos los vecinos. Muchos no fueron, alegando que de eso tan bueno no dan tanto. Otros se asombraron al escuchar un número incontable de veces la palabra “cambio”, aunque quedaron atónitos al saber que ellos, sus padres, sus abuelos, sus tatarabuelos y de ahí para atrás, excepto Bochica, habían vivido en un país de porqueriza. Pero que para eso estaba ahí el inquilino. Tranquis, amiguis. Para cambiarlo. Todo, porque no servían para nada los dos siglos anteriores. Qué digo, los siglos anteriores. Todos. No dijo “Vengo a crear el mundo”. Pero esa era la idea… 

Cuando comenzó a tumbar la casa, alguien pasó a recordarle que para ello había que pedir unos permisos a la curaduría. El inquilino hizo dos cosas: primero dijo que lo que fuera le importaba un carajo, porque su nuevo organismo público decisorio se llamaba “la calle”. Segundo, carameleó el intríngulis legislativo de la zona y puso una cuota suficiente de mermelada para tomarse la entidad regulatoria. Algunos vecinos recordaron que, en el discurso iniciático de la destrucción de la casa, el inquilino había dicho que no, que-cómo-se-les-ocurre-que-yo-vaya-a-hacer-eso. Uno de los pocos moradores circundantes al que le quedaba algo de memoria dijo que se le parecía un poco a un inquilino que duró ocho años en la casa. Y que dijo que los inteligentes son los que cambian de opinión. Y entre más rápido cambien, pues más inteligentes son. 

Mientras tanto, la casa se caía. El inquilino dejó de pagar los servicios –especialmente los de salud, aunque iba por todos–, y el día que se los cortaron estaba dictando una conferencia en el exterior. Se titulaba: “Importancia de la respiración anaeróbica en el paradigma críptico de las esferas celestes”. Cuando le preguntaron qué era eso, su amanuense propietaria más pequeña pero más poderosa, que ya había echado a las mazmorras a la niñera de la casa, coligada con un gran amigo que el inquilino nombró en la FAO porque era experto en alimentos, especialmente en alimentarse del Estado… En fin, ella dijo que las mentes pequeñas de todos no captaban en su grandeza la cosmología macrocéfala del inquilino. 

La luz desapareció en la casa. También el agua. Alguien sugirió que movilizaran un carrotanque desde La Guajira. Pero alguien recordó que los carrotanques de La Guajira estaban varados y abandonados en La Guajira. Cuando se cayó la pared del frente trajeron a un jardinero para que la arreglara. Cuando las plantas del jardín comenzaron a secarse y marchitáronse las flores, el inquilino ordenó que nombraran a un experto en cerrajería para que se encargara del asunto. “Para eso ya no se necesitan los diplomas”, dijo una colaboradora del inquilino refiriéndose a la matanza de tiburones. La cosa más grave es que de tan lindo vergel también se apoderó una planta que ya tiene 250.000 hectáreas sembradas. Y el gas, bueno no se acabó, pero no van a buscar el que hay. Porque prefieren traerlo de otra casa. De la Casa Maduro. 

Desesperados, los vecinos que habían vivido en el barrio y luchado por él, nombraron una comitiva para hablar con el inquilino. No pudieron. Ese día había viajado a Europa con una comitiva, qué digo, con una expedición, qué digo, con un contingente de acompañantes. Dictó allá la conferencia “Importancia de la respiración anaeróbica en el paradigma críptico de las esferas celestes tamizadas por la conciencia social”. Y fue muy aplaudido. Especialmente en el aeropuerto cuando el inquilino y su contingente decolaron hacia Colombia. 

Van a tumbar definitivamente la casa. Que no quede piedra sobre piedra. ¿Para construir otra? Todo parece indicar que no. Tierra arrasada. El inquilino tiene una personalidad demoledora, un espíritu devastador, un carácter catastrófico. Comparable solo al talante de quienes lo secundan desde los cargos oficiales y lo mantienen a él en la primera línea. 

Le esperan duros días a la casa. 

A la Casa Colombia.