19 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

La ciudad de las cigüeñas

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez 

Rápido, y realmente a una muy tierna edad, perdí todo contacto con la cigüeña que me trajo desde París. Decidió dejarme y retornó con presteza a la capital gala, atendiendo la multiplicada demanda del servicio. En ese entonces, la cantidad de niños transportados en el vuelo fantástico no superaba con creces el número de aves de la especie Ciconiiforme, afiliadas a la familia Ciconiidae. No se puede decir lo mismo en estos días.

Nada de eso pensaba, por supuesto, el día que viajé a buscar a Cervantes en su tierra natal, la tan mentada Alcalá de Henares. La hora aproximada que demora un viaje a esta ciudad, “Cuna del Saber y Patrimonio de la Humanidad”, situada a 55 kilómetros de Madrid, se multiplicó en elongados minutos de espera y confusión. En España también nombran en los altos cargos a personas que sean, en primer lugar, obsecuentes con el gobierno y dóciles con el partido, y por supuesto, amiguis del presidente, aunque la ineptitud operativa los arrastre a ellos y a sus carteras, y a los ciudadanos en general, al caos en la vida pública. El ministro de Transporte, antes que preocuparse de solucionar la avería que obligó a muchos habitantes a bajarse de los trenes de Cercanías de la nacional Renfe y a caminar por los rieles inhóspitos, estaba atacando a Javier Milei…

La llegada a Alcalá de Henares desilusiona por el aspecto de la estación, la poca entidad del sector en el que está instalada con respecto a la grandeza de la ciudad. Pero una vez superado ese impacto incoherente, la Calle Mayor se abre como un regalo con sus siglos de historia, su maravilla perdurada, su recuerdo de una convivencia entre los barrios de la morería, de los judíos y de los cristianos. Hace 10 siglos. Por eso, también, la llaman “La ciudad de las tres culturas”. Qué tiempos aquellos…

“Detente viajero: esta que ves solar de la Academia Complutense, fue Casa de Estudios fundada por el Cardenal Cisneros. Durante siglos pasaron por ella quienes luego serían gentes ilustres: príncipes, obispos, nobles, letrados en mil saberes y ciencias. A todo el orbe hizo llegar su fulgor. Llevada a la villa madrileña, vacías quedaron sus aulas, vacíos sus patios. Hoy, tras años de abandono e incuria, renovada florece”.

Esta placa, enquistada aquí, a la entrada del Colegio Mayor de San Ildefonso, anuncia la presencia de uno de los personajes que enseñorea la vida de Alcalá de Henares: el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. Sus devaneos como Inquisidor, el tercero, y quemador de libros (destruyó la biblioteca nazarí, en Granada), parecen palidecer ante su magnánimo aporte a la vida académica de este país, con la fundación de la Universidad de Alcalá en las postrimerías candentes del siglo XV. Toda la obra propedéutica de quien fuera no solo confesor sino también consejero a la mano de la mujer más importante de la historia de España, la reina Isabel la Católica, se irriga acá en estatuas que lo homenajean, edificios y plazas, extensos ambos en arquitectura e historia.

El otro personaje importante del lugar, y sin duda, el más destacado y homenajeado de la España que yo he conocido (porque en estos tiempos de separatismos y progresismos, nunca se sabe qué puede pasar), es don Miguel de Cervantes Saavedra. Autor afamado del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, nació aquí probablemente el 29 de septiembre de 1547 (día de San Miguel, que por eso le chantan el nombre, como se estilaba religiosamente entonces), en una casa, permítanme decirlo, muy bella y celebrada, aunque ausente de testimoniar ese momento y esa época por otra vía distinta de la elocuente arquitectura. Un museo que hoy vale más por la profusión de sus actividades culturales. Y porque todos, nativos y foráneos, volvemos al hogar con una imagen captada entre las esculturas de Don Quijote y Sancho, que sentados en una banqueta convidan a la entrada.

Cervantes murió en Madrid, el 22 de abril de 1616, en el hoy Barrio de las Letras, donde riñó con sus vecinos de gran calado, como Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora. Pero, aunque se mantuvo de tropel con los literatos, su comunión religiosa fue total: tres de sus hermanas se convirtieron en novicias, su esposa Catalina ingresó en la Orden Tercera de San Francisco, y él mismo entró en la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento para cumplir el adiós terrenal. Cervantes relató en Persiles, su obra póstuma: “Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”

El alma de Cervantes vaga errabunda por Alcalá de Henares, bautizando plazas, erigiendo estatuas, nominando calles, mercados y restaurantes, un teatro, y, en fin, rociando de fama y admiración esta ciudad que vale la pena visitar despacio y sin la andanada del turismo y en la que, de repente, se anuncia su tercer y alado personaje.

Es mi hermana quien me invita a levantar la vista. Según ella, “para ver algo que jamás he observado en la vida”. Y tiene razón. En las cumbres de iglesias y construcciones están ellas, las cigüeñas, sus nidos imponentes, su presencia vigilante y altiva, su vivir autónomo y aireado. Hacen parte, también, del patrimonio que vuela en Alcalá de Henares, con una población de 109 parejas de cigüeñas blancas, a las que se atribuye un porcentaje de reproducción afortunado y feraz del 95%. Lo que uno celebra, dicho sea de paso, aunque no se sabe cómo logran eso ellas y las estadísticas quienes las cuentan, pero que es suficiente para reconocerlas signándoles una ruta de reconocimientos en el casco histórico y para poder apreciarlas oteando a los intrusos.

Las cigüeñas blancas son aves migratorias. Tienen para la ciencia el nombre bello de su mismo apellido (Ciconia Ciconia), miden un poco más de un metro de punta de pico a extremo de cola, y cuando abren las alas, como una que capturo en las fotos que no dejo de tomarles, su envergadura supera los dos metros. Pena me da con el cardenal Cisneros y con don Miguel, pero ver a esos monumentales seres alíferos al lado de sus nidos de magnificencia, que levantan sin remilgos en esos dominios históricos, me llena el corazón con el poder conmovedor de las sorpresas.

Devolví el tiempo y quise preguntarles por aquella que me depositó en Bogotá un primero de enero de 1957, antes de que se ocuparan del parto de sus cigoniños. Es inútil. Los bebés traídos por las cigüeñas desde París, las cartas y las moneditas que se ponían debajo de las almohadas para que el Ratón Pérez canjeara dientes de leche por regalos de encanto, las listas de peticiones asequibles para el Niño Dios, pero inaccesibles para nuestros padres, y el Conejo de la luna se fueron con la infancia.

Volaron, como esta cigüeña que, con su aleteo grandioso, simplemente me despide con un nostálgico adiós.