Si la formación de nuestros ciudadanos tiene tres etapas, la de la primera edad en la familia, la formación básica en las escuelas y colegios y la instrucción en los centros de educación superior, quiere decir que nuestro sistema educativo hace agua en todas las esferas y que fracasan hogares, colegios y universidades, es decir no estamos formando bien al colombiano del futuro que ingresa a la etapa productiva con el ánimo de enriquecerse por encima del propósito de servicio.
Políticos, empresarios, magistrados, funcionarios, pedagogos, docentes, padres de familia y simples ciudadanos, somos los responsables de la corrupción generalizada y la nación se vuelve inviable, dividida por odios, intereses y vindictas de toda clase. El propio gobierno actual no sabe si construir gobernabilidad atendiendo las necesidades de las regiones a través de sus congresistas pero sin permitir el desangre de recursos en apetencias y feudos politiqueros o continuar la feria “santista” de los cupos indicativos que permitieron el enriquecimiento de los ladrones de cuello blanco con la llamada “mermelada”, la más grande etapa de corrupción que recuerde la historia de Colombia.
La probidad ha desaparecido de los claustros, de las empresas, de las magistraturas, de los despachos de los funcionarios, palacios eclesiales y ya no se toman decisiones serias pensando en la sociedad y el entorno, sino exclusivamente en los balances y en las utilidades propias, olvidando la responsabilidad social de empresas y personas. Así las cosas, los gobernantes se vuelven pusilánimes, los dirigentes no tienen carácter y el ejercicio del derecho y del deber cede su puesto en el contubernio, como “código de gobierno” entre los poderes, generando escepticismo en la sociedad e indignación en los ciudadanos honestos que ven como la “mordida” y la “coima” son los caminos fáciles de funcionarios y gobernantes.
Se necesitan dirigentes rectos y honestos que rescaten la ética en sus actuaciones, obrando siempre en acatamiento a la ley desde los altos cargos, para no ver el espectáculo de Fiscales, Contralores, Procuradores y Magistrados ejerciendo con total desvergüenza los cargos en favor de sus apetencias y las de sus allegados, personajes sombríos, llenos de conflictos de interés por haber trabajado antes como abogados en defensa de capos, contratistas y funcionarios corruptos, a los que luego deberán investigar. No tienen rectitud sino fueros para que no los investiguen y sancionen y archivan todas las investigaciones instauradas contra los funcionarios denunciados por indecorosos. En Antioquia hay una especie de culto a ciertos funcionarios contra los cuales nada pueden las denuncias por sus excesos, abusos y delitos porque las investigaciones se archivan de manera sistemática como si gozaran de una especial impunidad, seguramente porque fueron benefactores y protectores de intereses especiales desde el ejercicio de sus cargos. Aquí se “garantiza la transparencia” de ciertos personajes por el archivo de procesos, no por sus actuaciones ajustadas a ley. Aquí se compraron empresas con dineros públicos, por sumas infladas hasta en un cincuenta por ciento como “Orbitel”, se asignaron licencias mineras en favor de funcionarios del gobierno, se abusó de la urgencia manifiesta para asignar contratos a dedo y las investigaciones se archivaron. No hubo legalidad en los actos y menos existió un mínimo ético en la conducta de esos funcionarios, que tal vez no tienen idea de lo que significa honestidad o un código moral para comportarse en sociedad. Son inocentes por prescripción o por archivo.
Tal vez la última expresión vigorosa de una figura ética en Colombia, corresponde a la de Álvaro Gómez Hurtado, quien se opuso con valentía a los escándalos de la “narco democracia” impuesta en base a los aportes de los narcos a las campañas en nuestro país, desde la de Samper, a cuyo gobierno se opuso con dignidad y con argumentos políticos y morales de absoluta claridad. Cuando se le preguntaba sobre la posibilidad de “derrocar” el gobierno, argumentaba que lo que había que derrocar en Colombia, no era a Samper sino al régimen y para ello, los colombianos deberíamos ponernos de acuerdo sobre lo fundamental.
Seguramente debemos encontrar de nuevo el rumbo, acudiendo al rescate de la ética secuestrada en la fanfarria montada por la corrupción para imponer sus ambiciones y acudiendo al recuerdo de las lecciones de nuestros “manes” de la decencia como Guillermo Cano, Rodrigo Lara, Galán, baluartes de la moral y el comportamiento humano. En Bello, mi pueblo, se decía que “La ética había quedado reducida al nombre de una farmacia” y ahora parece que la expresión puede ajustarse a la realidad nacional.
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