26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Instinto entreabierto

Por Carlos Alberto Ospina M.

Unos hablan sin ton ni son de la naturaleza humana con el fin de excusar los errores, encubrir las veleidades o para revelar alguno que otro resquicio por donde se desliza el goce físico. En vano tratan de salir airosos de innegables coqueteos a media lengua y con los ojos bien abiertos.

De vez en cuando, la gente se enfrasca en deliberaciones innecesarias que, en absoluto, tocan el instinto. La expresión “mucho tilín, tilín y nada de paletas” confronta el aparente juicio y pone delante el sonido de la concreción. Esa repetición, de mayor a menor, la intentan disimular diferentes fanfarrones de supuestas jornadas maratónicas que, experimentado el ridículo, reciben el pago con la misma moneda imaginaria.

La atracción irresistible no echar de ver la posible incompatibilidad por lo que toca a la edad y al estado civil de cada quien. Este encanto se alimenta del peligro, del punto y aparte, y de la seducción. En cualquier instante, el signo suspensivo deja abierta la puerta sin fecha de caducidad. Es el tiempo preciso para que suceda algo nuevo. ¡Déjense de bobadas!, con la señora al lado o la pareja detrás, disfrutamos el morbo silencioso de estar a merced de la fascinación.

 

“…Has entrado en mi amor tan silenciosa,

que no sentí ni el roce de tu pie;

y eres como el milagro de la rosa,

que se hace rosa sin saber por qué…

 

Y me penetra tu emoción sencilla,

más allá de mi bien y de mi mal,

como la gota de agua por la arcilla,

como la luz del sol por un cristal” …

(Antología poética. José Ángel Buesa. Cuba 1910 – Republicana Dominicana 1982. Editorial Betania. Colección Antologías)

Conozco mujeres, y en igualdad de condiciones, ¡ellas nos conocen también!, que evaden la mirada, soslayan el encuentro y sonríen a escondidas para no manchar la honra disipada. Hablo de la dama de punto, alicaída e inquieta que levanta el fuego de los sentimientos y revive el deseo. ¡Ojalá! Las susodichas “feminazis” no me vengan con el cuento de “macho opresor” por el hecho de recrear irrefutables situaciones comunes a ambos géneros. No existe un atisbo de ofensa, la intención es reconocernos en lo no dicho y divertirnos a partir del disimulo.

Para sí y para mí, ¿cuántos soplos mágicos postergados? La palabra conexión no significa buen sexo, ni la sinceridad garantiza saltar a la cama. Uno y otro se atreve de cuerpo entero o forra el camino de indecisiones. En mi caso no guardo en el armario el moho de la promiscuidad; sí separo, una pizca de esencia fresca, un pellizco de aspaviento y mucha avidez de captar aquello que perturbe los sentidos.

El derecho a la intimidad y la vida privada no admiten juicio ni buscan absolución sacramental. Con licencia y sin ella, la libertad se despliega fuera de las reglas del confesor. En la zona espiritual se corre el riesgo específico de caer en el desconcierto, naufragar o levitar a placer.

Por antojadizos metemos las patas y a fe, “la ocasión la pintan calva”. Silencios y repasos disimulados se funden en el qué dirán. Varios sujetos remedian el asunto en la clandestinidad, en el cifrado de un número telefónico y en la actitud áspera, de labios mordidos, durante el trayecto del ascensor. Por decirlo así, poco importa quién vive arriba o abajo, la cuestión es que ambos se hacen los desentendidos.

Es normal sentir admiración, curiosidad, agrado e inquietud por alguien que se atraviesa en el momento menos esperado. Lo que haya de cierto en ello representa la inviolable autonomía individual.

¿Qué suponer acerca del instinto entreabierto? De aquí para allá permitir que suceda al menos una experiencia inolvidable. Cada loco con su tema.