3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Guerra civil

Carlos Gustavo Alvarez

Por Carlos Gustavo Álvarez 

Justo cuando los Estados Unidos, el gran hegemón de la OTAN, macera despacito, poquito a poquito, suave, suavecito, una conflagración para sangrar y arruinar a Europa y continúa ignorando la masacre del pueblo palestino –-marrullas fatales en medio de un riesgoso año electoral y del declive imperial del otrora “coloso del norte” –, se estrena la película “Guerra civil” (todos los imperios caen). 

Este par de palabras, y el estropicio mismo de ese escenario, no se estilaban por ese territorio, el cuarto más grande del mundo, desde 1865. Entonces terminaron cuatro años de la llamada Guerra de Secesión, que tuvo como negro fondo el gatillo de la esclavitud, vergüenza de vergüenzas que se prolongó más allá del silencio de los cañones. 

A los Estados Unidos el argumento fílmico los ha apaleado de muchas formas. Con la ambición de conquista extraterrestre, por ejemplo, como en “La guerra de dos mundos”, de Steven Spielberg y protagonizada por Tom Cruise. O con el arrasador contagio de la peste, como en “Epidemia”, cuyo papel axial le correspondió a Dustin Hoffman. Ha habido, y de muchas maneras, recreaciones del paradigma de la destrucción y la violencia citadinas, que cabalgan a lomo de las incontables películas de la mafia o de las pandillas, trazos de sangre que han marcado a un país cuyo becerro idolatrado está hecho de oro, mucho oro, y de armas y perdigones enloquecidos. 

“Guerra civil” aporta, por lo menos la primera vez en términos de grandes producciones, el enfrentamiento de dos bandos en que se ha dividido la población. Los otrora mancomunados habitantes del país se enfrentan a muerte, con una capacidad de destrucción que el Estado solo había empleado contra otras definidas arbitraria y provechosamente como bárbaras naciones, al servicio de aparatos políticos y de la mano del complejo militar industrial, que hoy se apalanca en la tecnocracia. 

Como el estreno es el 12 de abril en los Estados Unidos y seis días después en Colombia, copio la definición del argumento que figura en Wikipedia y que está cargada de significativos ecos para otros países a los que les caiga el guante: 

“En un futuro cercano, un equipo de periodistas viaja a través de los Estados Unidos durante una guerra civil que se intensifica rápidamente y que ha envuelto a toda la nación, luchando por sobrevivir en una época donde el gobierno se ha convertido en una dictadura distópica y las milicias extremistas partidistas regularmente cometen actos políticos y de violencia”. 

Alex Garland, escritor y director de “Guerra civil”, aclara que es una alegoría de ciencia ficción “para nuestra actual situación polarizada”. Enfrentamiento de extremos que en los Estados Unidos personifican Biden vs. Trump, máscara contra pelo, pero que está vigente en otros países.  

Extraídos del trailer de “Guerra civil” pululan elementos de realidad pura. El gobierno, anclado en Washington y valido del buen Dios al que siempre llevan y traen para bendecir la bestialidad humana que nunca nos ha abandonado ni aun estando al borde de la conquista del espacio, combate a las Fuerzas Occidentales de Texas y California y a la Alianza de Florida. Ya todos no son estadounidenses, y un miliciano armado contra los periodistas les pregunta: “¿Pero qué clase de estadounidenses son ustedes?”. Es decir, a qué fracción pertenecen. La respuesta es la vida o la muerte. Y en la confrontación de mentiras que lleva a la destrucción solo hay una verdad: la única razón, la despótica razón. 

No sé si la película cumpla un propósito de desinformación, fake news, que ya es el estigma de nuestro tiempo, potenciado por la Inteligencia Artificial hasta hacer que sea imposible desigualar la realidad de la ficción. En todo caso, resulta sospechoso que las fuerzas contrarias al poder central, al presidente (y a Dios, no lo olviden), a las que hay que aniquilar, sean justamente los estados que apoyan a Donald Trump. 

Gustavo Álvarez Gardeazábal, sin referirse a la película, que esas son vainas de cinéfilos como el suscrito, mencionó en su crónica No. 855, el lunes 8 de abril, que la guerra civil en Colombia “ya no parece tan lejana”. Y entonces aparece la coincidencia con el desmadre del celuloide. Un dictador distópico que ha venido pauperizando y humillando al ejército y a la policía del país, mientras consolida y paga a su propia tropa paramilitar enfebrecida compuesta de Primera Línea, Guardia Indígena y milicias y tranza con la guerrilla y el clan del narcotráfico ubicuo del primer productor mundial de hoja de coca y de cocaína. 

El Estado de Derecho es pisoteado por el Estado de Hecho, al que poco le importan las decisiones de los poderes basculantes como el Congreso y el entramado judicial, pues tiene listo y planificado el aplastamiento que ejecuta mediante las arbitrarias acciones “legales” de los esbirros. Por la vía que trampeó la salud, se despeñarán las pensiones y el andamio laboral. Entronizará “asambleas populares” que armarán la constituyente y le darán al país una carta magma antojadiza y sectaria. Y el poder…, desgraciadamente, tiene el poder y el presupuesto y a sus bolívares y lauritas invirtiéndolo en el 2026. Sembrado de miedo el territorio de lo que era la patria, lo asperjará con odio para que crezca la sarda matarife de la discordia. 

La definición de distopía (recuerden, “un dictador distópico”), tiene que ver con gobiernos tiránicos, conflictos de grandes dimensiones, la deshumanización –representada en el terrorismo de Estado de izquierda o de derecha, es decir, se hace lo que haya qué hacer y se mata a quién se tenga qué matar, ver Netanyahu o la vecindad de Maduro— y una ruina apabullante de la sociedad, el quiebre de los puntos que la unían y el desfallecimiento del orgullo que sostenía a una patria y alentaba a sus habitantes. 

Pero yo estaba hablando de una película. Y de los Estados Unidos. 

Eso no va a pasar en Colombia. 

¿No?