26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Gozar Leyendo: El método salvaje, de Juan José Hoyos

 

 

Redactor:

Darío Jaramillo Agudelo

Apuntes, d.j.a.

El método salvaje, el encuentro con El Otro en el periodismo narrativo (Ediciones desde abajo) de Juan José Hoyos.

Juan José Hoyos (Medellín, 1953) es uno de los más notables cronistas latinoamericanos de hoy. También es reconocido novelista. De él, Ediciones desde abajo publicó El método salvaje (foto libro), una especie de cartilla sobre su técnica de cronista. Dicho así, suena a manual útil y soso con instrucciones profesorales. Y este ensayo no es nada profesoral y, todo lo contrario de soso, ilustra su método con unos cuentos que no tienen pierde, sus experiencias con los emberas, el grupo indígena sito en Antioquia.

Entre todos esos cuentos, hay uno sobre el tambor ceremonial, objeto sagrado de un chamán embera. Ocurrió que Hoyos escribió una crónica sobre un grupo de emberas: “la tribu había sido aniquilada casi por completo durante la violencia de los años cincuenta. El puñado de hombres y mujeres que sobrevivieron lo lograron porque se internaron en los bosques y vivieron durante años en lo alto de los árboles, después de borrar a su alrededor todo signo de vida. Para no morir aprendieron a vivir convertidos en hombres callados e invisibles que no dejaban huella alguna, que no había nada que delatara la presencia de vida humana”. Cuando se decidieron a volver a sus tierras, éstas ya estaban ocupadas por otra gente. “Entonces se dedicaron a vagabundear por las orillas del río Conde, y a vivir de la caza, de la pesca y del abigeato. Hasta que un día un señor de la región heredó varias hectáreas de tierra situadas junto al río, y decidió devolverlas a los indios. (…) Todavía recuerdo la cara de estupor con que me contaba esta historia el jaibaná [chamán] Salvador cuando me hablaba del día en que el señor, que se llamaba Vicente Vargas, los reunió a todos y les dijo que esa tierra era de ellos”.

Hoyos hizo una crónica con este asunto. “El relato fue publicado en El Tiempo de Bogotá y conmovió a muchos lectores. Pero en cambio a los indios y a Vicente, les causó muchos problemas. Para empezar, la tribu comenzó a ser visitada por un ejército de antropólogos que querían estudiar de cerca ese fenómeno. Les parecía muy extraño el paso de un estado semi nómada a uno sedentario, en pleno siglo XX. (…) Yo pienso que Vicente tenía alguna razón en ponerse bravo. En cambio, el jaibaná Salvador tenía toda la razón: uno de los antropólogos que fue a visitarlo después de la publicación de la crónica, le robó un tambor. Cuando Rodrigo me contó lo del tambor, me quedé mudo. Yo sabía lo que para el jaibaná Salvador significaba ese tambor. Había sido fabricado con la piel de un mico cuya especie se había extinguido hasta en las selvas del Chocó. Había sido fabricado por un jaibaná viejo, a comienzos del siglo, y había pasado por las manos de varias generaciones de brujos, a los que él llamaba ‘los abuelos de antigua’. Él, personalmente, había recibido el tambor de manos de su abuelo, que también era jaibaná, cuando estaba a punto de morir. La madera usada para fabricar la caja también era de una especie de árbol extinguida. ‘El jaibaná no ha vuelto a hablar desde ese día’ me dijo Rodrigo. ‘No sale de la casa. No quiere que lo vea nadie’. El viejo tenía motivos más que suficientes para estar así. El tambor lo usaba para casi todo. Cuando los indios iban a sembrar, él presidía una celebración a la tierra en la que él tenía que tocar el tambor. Si los cultivos eran atacados por una plaga, los indios lo llamaban y él entonaba un rezo. Para el canto, él necesitaba el tambor. Lo mismo sucedía para curar un enfermo, para espantar los animales ponzoñosos, para sacar al diablo de un cuerpo o de un cultivo. Esto, para no hablar del benecuá, una ceremonia religiosa que ellos celebraban varias veces a lo largo del año y que tenía para la tribu una importancia mayor que la celebración de la Pascua para los judíos».

Por su parte, el jaibaná Salvador estaba avergonzado consigo mismo y con su gente. Se había emborrachado con unos antropólogos y “en medio de los tragos, el antropólogo le propuso la negociación: ‘le cambio el tambor por esta flauta, por este tenedor y este cuchillo… Por este portacomidas… Por doscientos pesos…’ . Cuando el jaibaná despertó de la borrachera uno o dos días más tarde, los antropólogos ya se habían esfumado… y el tambor no estaba por ninguna parte”.

El propio Hoyos se puso tristísimo cuando supo la historia. “De pronto pensé –dice– que si por una historia como la que había escrito en El Tiempo se había jodido la vida del jaibaná, con otra historia las cosas se podrían arreglar. Entonces decidí escribir la historia completa. Y traté de contar el desamparo en que los ladrones habían dejado al chamán y a la tribu, con el robo del tambor. Al final de la crónica, les dije a los antropólogos que el jaibaná estaba dispuesto a devolverles la flauta, el tenedor, el cuchillo y la cuchara y hasta los doscientos pesos que le habían dejado, con tal de que ellos le devolvieran el tambor”.

Esta crónica se publicó en El Mundo con este título: “Que devuelvan el tambor” y a los pocos días, cuenta Hoyos, “recibí una llamada del jefe de redacción de El Mundo. Decía que en el periódico había una fiesta. Que fuera a acompañarlos. ¡Que habían devuelto el tambor! Nunca voy a olvidar lo que sentí cuando cogí entre mis manos el tambor. Esa misma noche fui a la casa de Rodrigo y lo dejé en sus manos. El jaibaná Salvador lo recibió ocho días después. Mi amigo me contó que la fiesta de la tribu duró tres días”.

Esa es la historia principal de este pequeño libro, que trata del método para hacer periodismo de inmersión. ¿Y cuál es el método?, se preguntará el lector. Y Hoyos lo expone de diferentes maneras, principalmente citas de tipos como Jaime Jaramillo o Gay Talese, entre otros. Y también lo resume en pocas frases: “mi método es el de abandonarme a la sabiduría del corazón. Creo que el periodismo, a pesar de que no es una ciencia, es una disciplina en la cual hay un punto de encuentro entre varios métodos, algunos de ellos científicos. (…) En un esfuerzo por darle algún nombre, he llamado ‘método salvaje’ al que yo uso cuando investigo y escribo una historia. Por supuesto que no es un método científico, riguroso, porque el periodismo narrativo no es una ciencia, gracias a Dios. Creo que se acerca más al método de los artistas en su búsqueda de la verdad y de la belleza. Digo los artistas porque pienso en todas las artes, no sólo en la poesía. Y creo además que es tan válido como otros métodos desarrollados en la investigación científica, sobre todo en la llamada investigación cualitativa. Por eso, cuando empiezo a conversar con el otro, con el sueño de escribir una historia, siempre tengo presentes las palabras de Hayden White, quien sostiene que lo único que el hombre realmente entiende, lo único que de veras conserva en su memoria son los relatos. ‘Podemos no comprender plenamente los sistemas de pensamiento de otra cultura, pero tenemos muchas menos dificultades para entender un relato que procede de otra cultura, por exótica que nos parezca’”.

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