3 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

Elogio del huevo con arroz


Por Oscar Domínguez G.

Es plato de soltero, de separado, de echado de la casa, de vago, de bien y de mal casado, de ocupado, de enemigo personal de la comida de muchos trinchetes, de facilista, de sujeto escaso de equipaje en materia gastronómica.

De perezoso, de informal, de cómodo, de no me jodan con comida fusión y yerbas afines, de amor por la tierra y el reino animal. Porque el de arroz con huevo es el mejor matrimonio de cereal con proteína y un nutriente perfecto. De sujeto que tiene que barrer y trapear la casa.

Me gusta porque se puede “maridar” con chocolate, café, agua, vino, jugo; porque se deja acompañar de arepa o pan, y se le puede vaciar un frasco de salsa de tomate y sabe mejor.  Le caen bien algunas migajas de soledad.

Porque se puede comer con cuchara o tenedor, porque la yema del huevo que queda esparcida en el plato se puede recoger con la arepa (mejor con el pan); mejor todavía: con el dedo.

Porque no tenés que ponerte a lavar harta loza, porque quita el hambre, no engorda, no enflaquece, porque el arroz es del carajo, así sea solo, frío o caliente. Porque la exigente fauna de los dietistas no tiene nada contra él.

Porque nos hermana con millones de orientales, pero nos permite seguir viendo con nuestros ojos occidentales.

Porque a las gallinas se les hace el homenaje de engullírseles su principal y ovaldo producto.

Porque se puede comer frito, «arroz a caballo», o revuelto el arroz con el huevo, porque es económico, porque es el plato colombiano más consumido, dicho por duchos y hachas en comidas caseras.

Porque nadie le ha hecho un poema, porque se puede mezclar: una vez comés arroz con huevo, otras huevo con arroz; porque pueden ser dos los huevos, «en» dependiendo de la gurbia que tengas. Y del saldo bancario. Es ideal al final de la quincena cuando en casa no hay con qué envenenar una cucaracha.

Porque estéticamente esa mezcla se ve bien sobre el plato, porque está listo en par patadas, porque es barato (hasta Bill Gates lo puede comer), porque uno lo aprende a preparar sin que haya ido a la universidad, ni leído todos los libros del mundo. Es plato de analfabetas gastronómicos.

También el Papa lo puede preparar en la claustrofobia de su celibato (y si no, pobre del papa, de la que se está perdiendo. Se equivocaría menos y el Espíritu Santo podría tomar compensatorio de vez en cuando).

Porque el mundo –como dicen en los conventos- se burla de uno cuando le decimos que te gusta ese plato, porque no hay que averiguar el pedigrí de la gallina que puso el huevo; porque sin arroz no hay paraíso.

Porque cómo será de bueno que uno dice de pronto: tal cosa me puso arrozudo; a nadie se le ocurriría decir: me puse frijoludo.

Porque no enferma, antes te alivia de alguna maluquera. Porque cuando uno está enfermo o de mal comer, allí tiene la solución; porque es un plato que no lo inventó nadie: lo inventamos cada vez que lo preparamos. Porque nunca sabe igual el plato.

Porque sabe igual de sabroso a cualquier hora del día, sobre todo por la mañana y más por la noche, porque nos vamos a roncar llenos, pero con el buche ligero. Porque sabe rico antes, en y después del famoso coronavirus que nos encerró a todos hace unos años.

Pie de foto: Este arroz tiene huevo.