2 mayo, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El ya no está en la casa

Jairo Alberto Pérez Duque.

Por dónde empezar esta semblanza sobre un ser querido que ha fallecido y su partida me tiene en un estado de infinita e inconmensurable tristeza. Este ser querido poseíauna característica fundamental y diferenciadora: él, no era un ser humano.

Vivió exactamente 14 años, 8 meses y 10 días y armándome de coraje a las 2:42 pm del sábado 18 de febrero del 2023 lo acompañé mientras los fármacos aplicados diligente y gentilmente hacían su efecto y propiciaban en él una muerte tranquila.

Todo empezó al revés. No fui yo en busca de él como generalmente suele ocurrir en estos casos con relaciones de seres no humanos, fue él quien se obstinó hace más o menos 13 años en permanecer conmigo y no desear volver al sitio de su residencia.

Sea hoy el día para nuevamente agradecer a esos primeros amigos de él, quienes en un acto de generosidad suprema y sin más miramientos que aceptar la determinación tácita de él de venirse conmigo, no sólo no se opusieron, sino, la celebraron.

De la manera más empírica comenzó mi aprendizaje de cómo acercarme a él, su lenguaje   -que lo tenía, contrario a lo planteado por Wittgenstein-   era nuevo para mí y en mi condición de humano me era difícil percatarme de su acercamiento, pero el ensayo y error surtieron su efecto, aunado a la simpleza y por ende contundencia de sus expresiones, me fue llevando él lentamente a entenderlo y llegamos a acuerdos implícitos y simples como saber cuándo quería y debía él salir y de paso satisfaciendo él mis necesidades (no sé si también mis vacíos).

En ese orden de ideas me llamaba poderosamente la atención que él prestaba, cuando lo invitaba, particularmente a oír la Sexta  Sinfonía  -La Pastoral-  de Beethoven y como me ayudó en las lecturas que suelo hacer, cuando descubrí que al realizarlas en voz alta se sentaba a mi lado y al hacer un silencio que él consideraba prolongado, con un gruñido me recordaba él su presencia. Paralelamente manejaba el tiempo de las mismas, con un promedio de una hora, apartándose él del sitio de lectura y paradójicamente con este acto llevarme como ejercicio a recapitular lo leído.

Fiel a su naturaleza, él siempre estaba pendiente de mi ubicación, al punto de situarse de manera referente entre la puerta, yo y él; de encontrarse gente alrededor buscaba el sitio estratégico para tenerme siempre en su visual, pareciera reivindicar con su ubicación en los espacios la propuesta Adorniana de la periferia.

Él, siempre solidario y leal. Características que desearía uno para sus relaciones con los otros, si, hablo de esos otros que somos nosotros cuando salidos de nuestra mismidad y nos toca asumir la otredad, pero él con lujo de detalles y sin marco teorético de corte humano, dominaba esas características o cualidades de las cuales han hablado y escrito los filósofos más avezados.

En las caminadas, él me enseñó sin proponérselo y sin discursos a observar alrededor, a no tener afán en la marcha, a reconocer extraños y más de una vez a no permitirme seguir el camino que yo había determinado, él obstinadamente insistía en cambiar de rumbo. En ese último escenario siempre lo seguí, creía y lo sigo creyendo que él por su naturaleza detectaba cosas que yo, en y con mis limitantes humanas no me percataba. Esas caminatas vistas en retrospectiva son las clases más depuradas que he tenido sobre una de mis grandes falencias: la paciencia.

Él,siguiendo en retrospectiva siempre se tomó el tiempo justo y prudente para sus necesidades y no las negociaba, era categórico en su determinación, ni antes ni después, él fue la expresión del justo momento. Estoy tratando de elucidar si esa es una expresión tajante de eso que los humanos carecemos y creo ayudaría tanto para la convivencia desde la diferencia, sí, estoy haciendo alusión a la asertividad.

Toca hoy en público como se lo hice extensivo a él en privado, mi gratitud eterna no sólo por su compañía imborrable por lo que me falte de vida, sino, por haberme acompañado irrestrictamente en mis austeros soliloquios. 

ÉL, era un perro Pastor Samoyedo llamado «YOGUI».