26 abril, 2024

Primicias de la política, empresariales y de la farandula

El papa que habla con sus gatos 

Oscar Dominguez

Por Oscar Domínguez G.

La aldea global recuerda que hace unos años con todos sus días el Papa Benedicto XVI renunció a los mocasines rojos, al sombrero camauro y las medias “caliges” que venden en la sastrería Gammarelli, o en Barbicone, su competencia. Desde su retiro  “habemus” papa Francisco.  

Hablo del mismo pontífice retirado que cumplió 94 años el 16 de abril apurando un pecaminoso sorbo de cerveza alemana que mezclo con una salchicha de Frankfort. Un sorbo no más, porque dos es borrachera pontificia. 

Con una mezcla de sensatez, pragmatismo y sentido común, asistido por el Espíritu Santo, el pontífice decidió dar un teológico  paso al costado. 

Saber retirarse es la lección que el Papa nos da entre líneas. Esa cartilla vale más que diez encíclicas. La vanidad nos lleva a pensar que somos imprescindibles pero de estos fulanos están llenos los cementerios. Lo dijo un “imprescindible”, Napoléon. 

Su Santidad quería tener un detalle coqueto con febrero: sacarlo del anonimato. Por eso hizo efectivo su retiro el último día de ese mes bonsái, el liliput del almanaque, al que siempre le faltan diez centavos para el peso. 

Cuando renunció Ratzinger, América tenía varios “papábiles” como se les dice los candidatos al cargo de sucesor de Pedro. El cardenal Rubén Salazar era el único candidato colombiano a heredar la quincena papal, el anillo del pescador, los papamóviles y la opción de no equivocarse ni comprando  lotería por aquello de la infalibilidad. 

Claro, los Papas están hechos para no caer en las tentaciones. Nada de sacarle tajada a esa gabela negada al resto de los mortales. Se tienen prohibido comprar lotería. 

Con exceso de modestia, Salazar se autoexcluyó de la baraja de candidato y dijo que su perfil es más bien parroquial. Digamos que le falta mundo teológico. El sucesor de Benedicto, el papa Francisco, nos dio con sus teológicas carnitas y huesitos y no lo ha hecho nada mal. 

Desde el asfalto le hago un venial reparo al expapa Benedicto: está bien que haya utilizado el latín para anunciar su retiro. (Periodistas, a estudiar latín: la  

única reportera que lo entendía, dio la chiva de la renuncia). Lo que no está bien es que haya hecho el anuncio el mismo día que reveló la fecha para la canonización de la Madre Laura, la primera santa “made in Colombia”. 

Mal detalle, colega Ratzinger (colega por lo jubilado). Como Coca-Cola mata tinto, la noticia sobre Madre Laura quedó relegada al cuarto de san Alejo de los medios. 

¿Y DE LOS GATOS QUÉ? 

Claro que mi preocupación, desde que se retiró,  más que teológica, era eminentemente felina: ¿Qué pasaría con los dos gatos que acompañaban al teólogo alemán en su espléndida soledad vaticana de cinco estrellas? 

No es artículo de fe, pero es un hecho que el primer papa que dimitió en los últimos 600 años, habla con los gatos en dialecto bávaro. Los gatos le responden en su lacónico esperanto: miau. No necesitan más letras para decirlo todo. 

Antes de ser elegido, Benedicto era seguido en la calle por una corte de gatos romanos  amantes del poder. El cuarto de hora de los felinos  terminaba a las puertas del Vaticano. La guardia suiza los asustaba con sus uniformes. Entonces la manifestación de gatos volvía a sus bases entre las ruinas del Coliseo donde cenaban ratones a la carbonara. 

Hago votos porque este cambio de estatus no haya implicado “bajatus” en el concentrado que se les sirve a los mininos que viven con Benedicto XVI. Porque cuando dimitió es de suponer que se llevó a sus gatos a su nuevo refugio.  No los iba a dejar por ahí a la buena de Dios que inventó la ternura. 

ALGO DE HISTORIA 

El Espíritu Santo decidió salirse del libreto y datear al Papa Benedicto XVI en un asunto que nada tiene que ver con la fe o las costumbres: lo inspiró para que, cuando lo nombraron papa, se llevara a sus aposentos Tuta pontificios a los dos gatos con los que compartía soledad, dieta y votos de pobreza, castidad y obediencia en su anterior residencia cardenalicia  en la plaza Cittá Leonina, cerca del Vaticano.  

Después de intensas gestiones de las sociedades protectoras de animales de Roma, la eterna ciudad de los gatos, los felinos cuyos nombres se los quedo debiendo a los valientes que no han desertado de este ladrillo, se fueron a vivir con el papa teutón. 

De Benedicto XVI ha dicho la mujer que le cocinaba en su anterior austera celda, la alemana Agnes Heindl, que “ama los gatos, los acaricia y los carga en sus brazos. Parece que con él siempre están a gusto”.  

El cardenal Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova, y ex vecino del cardenal Ratzinger, confirmó en su momento que les habla en un “lenguaje en cierta forma trascendente”. Los vaticanólogos cuentan que cuando les habla en la calle, los enigmáticos y misteriosos felinos se encantan con su verbo y lo siguen en animada procesión. El Papa tranquilizó a los alabarderos de la guardia una vez que llegó en compañía de diez gatos: “No son peligrosos”. Pero ni así les permitieron el ingreso. No hay concetrado para tanto felino.  

El cardenal Tarcisio, en un artículo para la revista “Familia Cristiana”,  precisó que sus interlocutores cuadrúpedos le entienden y entonces arman animadas chácharas como si estuvieran en un baño turco. 

“El Papa habla con los gatos porque habla con la libertad”, escribió el español Antonio Burgos quien ve en cada micifús una fotocopia al carbón de la neoyorkina estatua de La Libertad. 

La familia bávara del joven Joseph Ratzinger tenía gatos en casa por lo que se sospechó inicialmente que el Papa le endosaría los gatos a su hermano mayor, Georg, quien sin falta lo visitaba en su cumpleaños. Georg ya no es de la partida en este mundo de los vivos. Y de “vivos” en su acepción de ventajosos, sujetos que se quieren quedar con el pan y con el queso de todo. 

La costumbre de tener gatos como mascotas se remonta a 9.500 años antes de Cristo, ha revelado en la revista “Science” el arqueólogo francés Jean-Denis Vigne, del Museo Natural de París. Según las investigaciones divulgadas, los primeros rastros de la amistad hombre-gato se encontraron en Chipre. Antes se creía que fueron los egipcios quienes los domesticaron hace 4.000. No hay tal. Les madrugaron los chipriotas. 

No era la primera vez que un Papa vivía con gatos en sus aposentos. León XIII llevó a vivir por cuenta de las finanzas vaticanas a su gato Micetto quien lo acompañaba en las audiencias. El Papa León escribió su encíclica “Rerum Novarum” mientras Micettto caminaba desdeñoso y olímpico por la biblioteca de su jefe máximo, o ronroneaba entre los pies del Sumo Pontífice.  

Con sus dos gatos a bordo, para leer salmos en la oscuridad Benedicto podrá pedirles prestados sus ojos nictálopes cuando se vaya la luz en su jurisdicción. 

Los dos papas que han estado en Colombia antes de Francisco vivían en la soledad de sus mascotas acompañados: Pablo VI tenía canarios y el fallecido Juan Pablo II compartía celibato con dos palomitas blancas. Así que el papa Benedicto tenía antecedentes para entronizar sus gatos en el Vaticano, de la misma forma como un papá, Bill Clinton, se hizo acompañar de la complicidad del gato Socks durante su presidencia. No, Trump no tiene mascotas. No lo aceptaría ningún animal. El presidente Duque tiene a Mila, un perro de agua portugués… 

Eso sí, que quede claro en honor de la verdad que en sus bendiciones “urbi et orbi” el Papa Benedicto en los balcones frente a la Plaza de San Pedro nunca apareció flanqueado por ninguno de sus gatos. O por los dos, para no crearles complejos de inferioridad. La caridad entra por los gatos.  

Sea lo que sea, el papa Benedicto, puede decir tranquilo: Mientras más conozco a los hombres más quiero a mis gatos.